Los rosarinos Cielo Razzo volvieron al templo del rock, reafirmando su condición de ciudadanos ilustres dentro de la escena porteña.
«Y vine a ver un recital de rocanrol del país…», vociferaba desafiando al aire un chico enfundado en una remera de Los Redondos. Esa misma noche, el Club Ciudad de Buenos Aires era sede del BUE, festival de música electrónica, rock internacional, y obviamente, público afín, con lo cual la esquina de Libertador y Crisólogo Larralde se había convertido en una especie de línea divisoria.
A unos pocos metros, el Estadio Pepsi Music se preparaba para recibir a Cielo Razzo por segunda vez en el año. El bautismo de fuego había sido el 27 de mayo, y tuvo, más allá del atractivo lógico del debut, un condimento extra: la grabación de «Audiografía», primer disco en vivo de la banda. Tan solo 5 meses después, los rosarinos volvieron al Templo del Rock para presentar el disco, reafirmando su condición de ciudadanos ilustres dentro de la escena porteña.
Los Vándalos fueron tal como aquella vez los elegidos para la previa, que cerró con un cover muy uptempo de «El Fantasma de Canterville», y la intro en armónica del Himno Nacional, aclimatando el ambiente y al público, que estallaba en aplausos ante la sola mención de Cielo Razzo. Por suerte para el colorido del evento, esta vuelta las banderas gambetearon los controles de seguridad. Como parte del folclore, y signo de pertenencia, bienvenido sea. Se trata de una fiesta, y los trapos decoran.
Apenas pasadas las 9, salieron a escena con «Unicornio», puntapié inicial de un set contundente aunque sin demasiadas variantes respecto de los últimos shows. La extrema puntualidad dejó sin los primeros temas a unos cuantos desprevenidos que irrumpían en el estadio mientras los tambores de «Vieja caña» hacían retumbar las paredes. Acto seguido, «Otoño blanco» y la sorpresa generalizada, al igual que «Muñequito», otra de las perlas poco habituales dentro del repertorio razzero.
Escapando a las convenciones propias de la presentación, el recorrido resultó un equilibrado pasaje a través de los cuatro discos. Como suele pasar, la impronta de la versión en vivo quedó estampada en la mayoría de los temas, aunque también se animaron a darle un giro novedoso a algunos otros, como «Esquina», cuya versión lookeada dejó de lado el bolero para coquetear un poco con la distorsión. O el mini-acústico ensayado en «La gran ola», en el cual se sumó -con armónica incluída- Fabricio Rodríguez, cantante de Mr. Mojo, para acompañar la voz de Pablo junto Chelo Vizarri en teclados.
En una noche en la cual los músicos invitados tuvieron especial protagonismo, Bonzo Morelli (Mr. Mojo) y Alambre González, también dieron el presente para una poderosísima versión a tres guitarras de «Solita». El cover de «El genio del dub», ítem recurrente en los últimos shows, dio paso al estreno: «El vagón», tema inédito e indicio de que no falta mucho para que el Quinto de Cielo Razzo asome a la luz. ¿El gran ausente? «Miradas», aunque quedó claro, tras un show cuyo marco anímico estuvo signado por la euforia y la conexión constante con el público, que el set es fuerte en su conjunto y puede darse el lujo de evadir la presencia -aparentemente ineludible- del hit radial.
¿Comercializados?
«Pablo sí, Polilla no», rezaba la remera que el cantante desplegó frente al público, aunque derivando responsabilidades: «Aclaro, no tuve nada que ver con esto». No está claro el origen del apodo, pero sí que el chico, convertido involuntariamente en objeto de devoción de adolescentes que le gritan «¡Te amo!» al mejor estilo popstar, trata de mantenerse más allá de las consecuencias inmediatas de la fama. Suele pensarse que la popularidad acarrea inevitablemente la comercialización, y que el feedback con el público es inversamente proporcional al éxito obtenido, lo cual desata una especie de fobia en muchos fanáticos, que le reprochan a Pablo que «ya no es el mismo». Sin embargo, a juzgar por los saltos del frontman, que se mostró imparable arriba del escenario y en constante interacción con la gente, pareciera que al menos por ahora, la química sigue intacta.
Más allá del liderazgo natural, y la voz más trabajada de Pablo, la solidez de Cielo Razzo se sustenta en varios pilares fundamentales, como la destreza de Juampi Bruno en percusión, o la aclamada viola del Pájaro. O Javi Robledo, el nene que con sólo 19 años asumió el mando de los platos, y hoy es un gigante en escena. El mismo que paró el karaoke espontáneo de la gente en «Qué se yo», y propuso: «Si lo hacemos, vamos a hacerlo bien». Evidenciando madurez, identidad y una fuerte sinergia, la banda atraviesa un momento en el cual las comparaciones que los emparentaban con otras bandas locales, comienzan a esfumarse.
Así, después de casi 2 horas y media, el show culminó con un improvisado desfile de los músicos invitados y un bis que arremetió con «Puta» y cerró con «Alma en tregua», relegada sorpresivamente para el final. Los rosarinos se retiraron en lo alto, haciendo gala del exitoso presente la banda. «Gracias por el amor, por las pelotas y por el Rock and Roll», sentenció Pablo Pino, cerrando un nuevo paso por Bs. As. Prueba más que superada.