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Moris, el eterno rebelde

  • Redacción Rock.com.ar
  • 7 marzo, 2016

El creador de hitos como «El oso» y «Ayer nomás» recuerda la edición del primer simple de Los Beatniks, que dio el puntapié incial a la versión castellana del género.

moris rebelde

Moris entra al bar y a su paso todo se derrite. Es una de esas calurosas tardes en las que los noticieros titulan con la sensación térmica en lugar de con la temperatura ambiente y el primer rebelde del rock argentino viste una camisa hawaiana con vivos rojos, saco blanco abrochado y bermudas negras. Acarrea detrás de él una valija con ruedas bordó de la que en unos minutos extraerá un centenar de dibujos, collages, objetos de arte pop intervenidos por sus propias manos y mente. «Yo ahora el tema de la música ya lo tengo solucionado… Ahora estamos dedicados, voy a ser un poco bruto, a la propaganda, al arte plástico», dice el músico y compositor de 73 años.

Ha pasado medio siglo desde que este varón de Buenos Aires irrumpió en plena calle Corrientes arriba de una camioneta, junto a su grupo Los Beatniks, para promocionar la salida de su primer disco, el simple del tema «Rebelde», considerado el puntapié inicial del rock en castellano, al sincronizar actitud y modos rockeros, con estrategias desfachatadas, espíritu pacifista y grito de rebelión juvenil: «Rebelde me llama la gente, rebelde es mi corazón. Soy libre y quieren hacerme esclavo de una tradición».

«Para ser sinceros, lo que hicimos no causó mucho impacto en su momento. Imaginate que ese discurso antimilitarista, a favor del amor libre y la libertad, en 1966, estaba un poco adelantado. La verdad es que «Rebelde» no vendió discos», confiesa Moris sentado junto a su mesa preferida del bar ubicado justo debajo de su departamento, en Barrio Norte, y que por esas cosas del destino se llama Ayer. «Como diría Pappo: ¿Sospechoso, no?», lanza en referencia a su clásico «Ayer nomás» y ríe por la humorada.

Este año su enigmática figura será centro y eje de las celebraciones por los 50 años del rock argentino, coincidiendo con la publicación de sus memorias y la edición de un nuevo álbum que por ahora solo tendrá edición española. Antes de volver a los escenarios porteños con un show que ofrecerá esta noche, en La Usina del Arte, Moris abre las puertas de su reservada vida y reflexiona acerca de este medio siglo de rebeldía, recuerda aquella noche que, con 16 recién cumplidos, se conmovió con Bill Haley y sus Cometas, resalta el aporte de rebeldes como Javier Martínez, Pappo y Spinetta, se pregunta cómo hizo Palito Ortega para salir de la música comercial y cuenta por qué a los 70 años decidió tatuarse por primera vez.

-¿Qué era ser rebelde en 1966?

-Estar peleado con la familia, por supuesto. Un poco eso, otro poco salir de noche y no dormir hasta las cuatro, seis de la mañana, ir a La Cueva, no tener un mango. Íbamos de casa en casa: hoy comemos en la casa de Pipo Lernoud, mañana en la de Moris y así. Pero esa rebeldía no hubiese provocado nada si el movimiento no nos hubiera ayudado. Porque si hubiese habido un solo tipo queriendo hacerlo por su propia cuenta, hubiera sido más difícil. La gente decía, bueno, estos pibes son un bloque. Y una vez que Capif certifica la venta de 200 mil discos de «La Balsa» todo empieza a girar. Ahí el aporte de Los Gatos fue muy importante. Además tuvieron la generosidad de grabar «Ayer nomás». Fueron épocas muy imaginativas y había mucho entusiasmo. Pappo era un rebelde a su manera y Spinetta también, que insistió con sus cosas surrealistas. Al principio no se entendía muy bien, porque él decía «pájaros azules y verdes volando sobre ti?» Pero tuvo el coraje de insistir en su estilo. También creo que un tipo como Javier Martínez, de Manal, lo era, porque se le metió en la cabeza hacer el blues argentino y realmente lo logró. En esa época el tango también estaba presente todo el tiempo: [canta con tono arrabalero] Muchacha ojos de papel, adónde vas? Creo que hemos abierto un camino que después transitaron tantos otros. Tenemos una historia de 50 años ya.

-¿A los 73 años, tatuarse un NO en los dedos índice y mayor es también un acto de rebeldía?

La rebeldía es decirle no al común denominador de la sociedad. Es así. yo la critico a la sociedad. Por otra parte, pasa que tantas veces me piden que cante «El oso» y yo me niego y me insisten: «dale, cantámelo», Entonces le digo: «Escuchame, ¿me estás obligando a que te muestre los deditos?» Fijate qué curioso, también tengo tatuado el SI, en el pulgar, pero no lo uso nunca, je.

-¿Por qué tatuarte ahora?

Mirá, una fuerza superior me obligó… ¡Satánica! Je. Yo nunca me tatué, pero como ahora tengo muchos amigos tatuadores, de los que he aprendido muchísimo, me insistieron. También me tatué esto [muestra sus puños izquierdo y derecho]: «Dejame pensarlo» y «Good Manners». Una era la frase que me decía mi gerente judío y la otra es lo que le respondió la Reina de Inglaterra a Sinatra cuando en los años 70 le preguntó cómo hacía para solucionar los problemas del IRA, de los mineros que están en huelga, de los cierres de las fábricas y qué se yo… «Buenos modales», le dijo la reina. Es muy inglés, ¿no?

¿Cuál fue tu primer contacto directo con el rock and roll?

Eddie Pequenino y cuando vino Bill Haley, yo era muy chico y para mí ver una orquesta de rock a diez metros fue terrible. Estaba enloquecido con eso. Para muchos de nosotros ese «one, two, three o’clock, four o’clock rock…» fue movilizador. Además apareció la película (Rock around the clock), cosa que le dio una trascendencia mayor a la canción y la verdad que el impacto de la música del rock and roll yanqui fue muy fuerte y dura hasta nuestros días. No sé cuánto más va a durar, vamos a ver qué pasa. Porque ahora viene toda una cosa de gente que hace pop, como Miranda! o Tan Biónica, que no están en el tema del rock and roll. La otra vez le puse «Zapatos de gamuza azul» a un pibe de veinte años y no le pasó nada…

-El mes pasado, antes de los conciertos de los Stones, Andrés Ciro cantó tu versión del tema…

Me encontré con Ciro dos o tres veces y me parece que ha hecho un flor de trabajo. Me lo crucé acá en Callao y me dice: ¿Sabe quién soy? Por supuesto, sos Ciro, de Los Piojos… ¿Cómo me reconociste? Porque siempre salís así, con la mano en alto en las fotos, je. Se rió.

Arte y política

Moris muestra con entusiasmo su obra. Un plato en el que se lee: «1955. Bombas Pza Mayo. Nace el rok. Muere el tango. Expulsión Otto Krausse. Perón renuncia. Imperio USA»; un teléfono blanco con el rostro de James Jagger, el hijo de Mick; una suerte de tríptico en el que se mezclan mujeres desnudas, desfiles nazis y el rostro intervenido de Juan Domingo Perón; un escudo justicialista hecho en una bolsa de cebolla; una pareja bailando tango con pose rockera; otro plato con el eslogan: «El triunfo del arte y el dominio social».

«Mi rebeldía hoy pasa por esta cosa medio polémica que hago. Pero bueno, cuando empecé me prohibían ser peronista, y yo les decía, «no, yo soy justicialista». Yo admiro mucho la obra de Perón, puedo criticar alguna cosa, pero pienso que políticamente hoy todavía se divide entre peronistas y antiperonistas. Otra vez la misma milonga», dice.

El arte y la política se cruzan una y otra vez en el universo Moris y el concepto de intelectualidad que los une (y del que ha escrito desde los tiempos de aquel memorable manifiesto juvenil hecho canción que fue «De nada sirve») parece una obsesión: «De todas formas soy muy esperanzado. Creo que la Argentina podría ser el faro cultural del mundo, en algún aspecto, sin menospreciar al resto de Latinoamérica o lo que sea. Este es un país muy intelectual, entendiendo al intelectual como a quien usa la mente y razona ¿no? Un tipo como Javier Martínez, que es capaz de decir «las invasiones militares inglesas fracasaron, pero las invasiones musicales triunfaron», es un pensante. Spinetta tiene una posición política, el Indio Solari también. Hemos creado un corpus, del cual nos tenemos que sentir muy orgullosos. Hay cosas que me han gustado mucho del rock nacional, como por ejemplo Clics modernos, de Charly García. que es uno de los mejores discos. Charly es un muy buen compositor, un gran autor y de máquinas conocía muchísimo. Él era el que sabía muy bien el tema de los sintetizadores».

Moris, hoy, es una performance en sí mismo. «Son un poco las fuerzas de la época de los 60», dice a manera de excusa, mientras devela el secreto del cable espiralado de teléfono que rodea su cuello: «Acá tengo colgadas las llaves de mi casa. Es mi salvación. Y también una cuestión pop. En mi época todo era una cuestión pop, estaba Marta Minujin, los pintores, los escritores. Mucho del rock nacional ha estado influenciado por gente como Juan José Sebreli, que en libros como Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, que todos leímos, se adelanta a la trampa de la ciudad, las cosas ocultas de los barrios. Y lo curioso de todo esto es que La Cueva, que fue un poco el semillero, en vez de estar en Lanús, estaba en pleno Barrio Norte, lo cual la protegía un poco. A La Cueva venía Monzón, Ringo Bonavena, Graciela Borges, Piazzolla. Nosotros teníamos 22 años y a ellos les habían comentado que había jóvenes rebeldes que hacían no sé qué».

-¿Y cómo llegaste a grabar en el disco de Palito Ortega Cantando con amigos? ¿Se conocían de aquellos años?

-No. Con Palito he tenido una cosa rarísima. Un día llama por teléfono y me dice: «Hola Moris, soy Palito Ortega. ¿Tomamos un café?» Bueno, en esta misma mesa, vino Palito y me dijo algo fabuloso: «Yo tengo 72 años, he ganado mucho dinero, mi vida está hecha, ahora quiero hacer cosas trascendentes…» Y bueno, lo primero, ¿por qué no armás un buen conjunto de rock pesado?, le dije, ja, ja, ja. Charlamos un rato largo. Un tipo muy simpático, muy trabajador. Grabé un tema y después me invitó a cantar en el Luna Park. ¿Quién hubiera pensado que Palito iba a salir de «Yo no quiero media novia»? Las vueltas de la vida, ¿no?

-¿Qué sentiste al repasar todos estos años para el libro de tus memorias?

Medio que se te cae un lagrimón, ¿viste? La puta, ¿yo pasé por todo esto? Cuando empecé con 13, 14 años, la juventud no tenía existencia. A esa edad no se suponía que un pibe de 20 podía ser com-po-si-tor de letra y música y encima ganar plata. Lamentablemente, también a veces me pongo un poco triste, porque no está Spinetta, no está Pappo y se nos van yendo los indios [se quiebra dos segundos y continúa], pero justamente por eso pienso que tengo que seguir aportando mi granito de arena a todo esto.

Medio siglo y contando

Cuenta la leyenda que el simple que contenía «Rebelde», de Moris y Pajarito Zaguri, en el lado A y «No finjas más», de Javier Martínez, en el lado B, se grabó los primeros días de junio de 1966 y que apenas diez días después llegó a las disquerías, al mismo tiempo que Moris, Zaguri, Alberto Fernández Martín y Antonio Pérez Estévez, vestidos con camperas de cuero negras, se subían a una camioneta para promocionarlo a viva voz por la calle Corrientes. «Por fin grabamos el primer disco», rezaba uno de los carteles atados a la camioneta. «Les ganamos a los in, hacemos cualquier cosa por una cena – Los beatniks», señalaba otro. La estrategia publicitaria no funcionó. Apenas 200 de las 600 copias del disco se vendieron y la banda no tardó en disolverse. Pero la semilla existencialista del rock argentino se había plantado: «Rebelde me llama la gente, rebelde es mi corazón. Soy libre y quieren hacerme esclavo de una tradición. Yeah, rebelde seré. Yeah, rebelde hasta el fin. Yeah, y así moriré». Solo restaba que, un año después, llegara «La balsa» y el mundo se enterase de la existencia de un movimiento que ya lleva cincuenta años… y contando.

La entrevista completa de Sebastián Ramos, en La Nación

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