Los Científicos del Palo editaron un disco único. Cruzan historia con política con militancia con autogestión y rompen con lo previsible del rock actual.
San Martín cruza la Ruta 2 que une Mar del Plata con Capital Federal. Es un viaje épico ya, aunque no tiene la batalla ganada. Lo espera un ejército de desconocidos, que son cada vez más, que lo pondrán a prueba.
¿Quién vencerá?
San Martín es Pepo San Martín, líder de Científicos del Palo, banda que ya no necesita presentaciones: escaló del under marplatense a escenarios cada vez más grandes, lejanos y descontrolados. De Capital, de Provincia y de las provincias.
Lo acompañan Popete en bajo, un urso de metro noventa, pelado; y Sebastián, camiseta que dice Oesterheld y batería. La de Pepo lleva la inscripción CDP como el logo de YPF, óvalo azul y blanco, y en la espalda una leyenda que denuncia: «No al merchandising».
Todo es un gran chiste. En serio.
San Martín –Pepo, a esta altura– lleva su arma-guitarra y está de gira. Ayer se quedó hasta cualquier hora mezclando «el» tema del próximo disco, que saldrá en 2015. Sí: mañana y pasado tiene batallas en San Miguel y Hurlingham, pero ya está pensando en las siguientes derrotas.
Hoy, día de nota, acaba de levantarse. Ojos arremangados y un mate para despabilar. Dos perros incansables que ayudan al buen día. Son las 3 de la tarde.
El sol pega hermoso sobre la mesa de un patio de Barracas al sur, donde ocurre la escena: un periodista frente a un verdadero rockstar. No por el reviente, sino al contrario: por la polémica, la política y la práctica de llevar discursos a los hechos en más de diez años de banda. La década ganada de los Científicos. Por la gracia y el genio para desconcertar en una escena que parecía previsible: la del rock.
¿Qué hay de nuevo, viejo?
Acá y ahora está sonando algo.
El rock de la época, tal vez.
Acá. Ahora.
«Venimos de una generación que hereda el vacío que dejaron los Redondos, que fue ocupado por un rock que se declaraba barrial, festivo, callejero… Y esa cosa medio rara de pasarle el fenómeno al público, la tragedia que hubo en el medio… Y, si bien las canciones pueden estar buenas, no había tanta preocupación sobre cómo tocar. De producir, de sonar con calidad. Me parece que ésta camada es como una reacción a eso».
¿Y este quién es?
Pepo se planta porque no habla sólo de Científicos del Palo. O mejor, habla desde Científicos del Palo para bancar a toda una serie de bandas más jóvenes que pegaron un estirón durante este último año y ya no sufren de bullying.
No suenan en la radio, todavía, ni tocan en estadios. Aunque se animan. Pero cada vez más el famoso boca a boca y los pasillos del rock empiezan a nombrarlos.
Eliminado el error como concepto, la suciedad, el desafine, las novedades hoy se destacan por su calidad: no hay otra forma de salir de una crisis. «Nos estamos empezando a cruzar con bandas de pibes de veintipico de años que saben muchísimo de música. Los de Sig Ragga, Parteplaneta, Todo Aparenta Normal, por nombrar algunas. Cosas que a mí me llevaron 20 años aprender y que las aprendí hace un año, a los 35, ellos las tienen incorporadas. ¡Una nueva camada que te liquida! ¡Tocan de todo! Agarran la viola, la batería, el bajo y se sientan en la consola y saben ecualizar un bombo».
La noticia significa una fiesta: el rock argentino, si murió, está renaciendo. Y tiene algo de cómo era antes.
Científicos del Palo sacó en 2013 un disco increíble, en varios sentidos.
Increíble porque dieron un salto de calidad notable.
Increíble porque se reinventaron como banda.
Increíble porque mezclan rock con historia y con política.
Se llama «La histeria argentina» y es un disco conceptual de dieciséis temas que narran secuencias historiográficas al ritmo de un power trío. El empaque lleva además un arte trabajadísimo, con ilustraciones de Fernando Gómez, una cronología y las letras con notas al pie –como un trabajo práctico– que amplían y ordenan el relato histórico. La rúbrica, puesta por el historiador Felipe Pigna en forma de prólogo, que le abre la puerta al Pepo para que desparrame su trabajo genial: revisionismo histórico, rockero y peronista.
El envase musical hace llevadero algo que, leído en un libro de historia, sería un embole. La Revolución de Mayo, El masón, El restaurador, El retorno del Estado y otros títulos que podrían ser capítulos de un manual de colegio, aquí son la excusa para contar la histeria o cantar la historia. Uno se descubrirá rápidamente cantando «Civilización o barbarie, serás terrateniente o no serás nadie» con un ritmo pegajoso onda Los Tipitos, pero que en la letra desactiva toda banalidad: un gran chiste en serio.
La forma de contarlo es incluso graciosa y no descarta la carga ideológica, sino al contrario: va contra la Campaña del Desierto de Roca, repudia la Década Infame, a la Teoría de los Dos Demonios, condena a Galtieri, a Menem, De la Rúa y Domingo Cavallo. Por otra parte, revindica a los pueblos originarios, a Perón y Evita y más acá rescata «El retorno del Estado», con las presidencias de Néstor Kirchner y Cristina Fernández.
Por un lado, se trata de un ejercicio crítico y absolutamente jugado para la escena del rock, frecuentemente apolítico y autista; y por otro, una gran identificación que les trajo militantes del palo y los llevó a tocar, por ejemplo, el 25 de mayo en la propia Plaza. Al bajar del escenario, la cronista de la Televisión Pública les preguntó en una nota: «¿A qué se debe este salto de popularidad que están pegando?». Pepo ni siquiera aprovechó su momento de cadena nacional: «A un gran engaño, son víctimas de una campaña mediática».
Así las cosas, el disco hace pie en lo musical con guitarras desde potentes hasta arpegios tarareables, bajos a lo Red Hot, pasajes de funky y progesivo. La identificación con Divididos de esta banda es conocida, la admiración expresada por Mollo (por Mollo hacia ellos, que quede claro) y propiamente el nombre: Científicos del Palo es parte de una típica frase del ex Sumo en una canción inédita.
«Siempre fuimos de enchufar la guitarra y grabar, pero nos dimos cuenta de que había un montón de otras cosas para hacer. Antes, poner ciertas pistas era como si me metieran un garfio en el orto, y de repente vimos que era un golazo. Trajimos un operador de sonido y ahora, si vamos a cualquier punto del país, sabemos que mantenemos la esencia». Mucho de este salto de calidad se debe a la incorporación de Sebastián Quintanilla en batería, que viene del palo del jazz y desde una sofisticación musical que combinó bien con la dinámica rockera. El resultado de este experimento científico fue música «del palo» bien producida. «Conocer otros músicos generó que nos profesionalizáramos. No a Ricardo Mollo, que fue siempre declarado fanático nuestro. Nunca me puse a pensar ‘debo ser bueno porque le gusto a Mollo’, pero sí me pasó con bandas más chicas. Me influenciaron más que todos los años de conocer a Mollo, al verlos como pares y reflejarme de cómo eran las cosas».
El baterista Sebastián agrega otro condimento: «Internet. Hoy en día toda la gente tiene un equipo de laburo: uno que saca fotos, otro que pasa visuales, la escenografía. Hay una preocupación por querer mostrarse bien más allá del show, todo un marco de calidad que hace además que el equipo se agrande». El staff científico ideal tiene entre ocho y diez personas, dependiendo las condiciones: luces, fotos, sonidista, diseñador, prensa y ellos tres.
En este ejercicio de agrandarse produjeron el videoclip de «Civilización y barbarie» con especialistas en publicidad. Un presentador de televisión con cara tapada, una asistente oriental que baila mal y cinco participantes estereotipados juegan a juegos inentendibles para alcanzar el premio que es formar parte de una familia «bien». ¿No entendiste? «La gente no lo entendió, y se enojaron, que era lo que nosotros queríamos. Se enojaron tanto que ni lo vieron», se ríe Pepo, y al toque se pone serio: «Me parece que está bien no darles lo que están esperando. Porque sino se produce un fenómeno de reproducción que no le sirve a nadie. La gente no sabe en realidad si quiere que vos sigas siendo igual. Si no, no hubiésemos hecho la Histeria». La fórmula de los Científicos, a esta altura, está clara: hacer cosas nuevas para que se produzcan hechos nuevos. Así, parece, crecen.
En el ejercicio de desconcertar, los Científicos llevan con su público una relación particular. Los llaman hijos de puta o directamente putos u otros apodos cariñosos. Pepo utiliza asiduamente las redes sociales para activar estos diálogos que son un gran chiste, en serio, para activar la acción-reacción: «Yo creo que el arte, o esto que hacemos, sino genera algo, si no hay un intercambio interesante, no sirve de nada. Lo de putear a la gente es un chiste, lógicamente, pero tiene que ver con una reacción a un estímulo donde pasan cosas. Siempre tratamos de molestar un poco más».
Vaya un ejemplo: «Prefiero una película que no me guste pero poder sacar una escena, una idea, que la onda Hollywood que por ahí explotan 9 edificios y decís faaa y cuando salís del cine ya te olvidaste. Ese fenómeno llevarlo a todos los niveles, desde putearlos en joda hasta hacerlos enojar con temas ideológicos. La idea es mantenerlos siempre alerta, no darse por hecho, porque en cualquier momento los podemos defraudar. Y cuando reaccionan, ir llevándolos hacia ningún lado. Que esperen lo inesperado».
Lo inesperado en Científicos del Palo ya lo sortearon: que al mezclar política y rock hagan la diferencia.
La moraleja que puede dejar esto atenta contra los discursos tibios, existenciales y que no interpelan no a la política o a la coyuntura, sino a una época: «Se desvirtuó el tema de lo que es una banda. ¿Para qué sirve? Veo las letras de muchas bandas y no me producen nada: son temas existenciales, nunca hablan de nada específico. Y después está el otro ala ideológico: Las Pastillas del Abuelo o Salta la banca, ponele».
La línea de la canción de denuncia también es otra arista, más que de esta época, de una tradición de poner la música al servicio de las causas justas. El caso de los Científicos habla desde otro lado y por eso lo que aquí contamos la emergencia de un fenómeno: «Parecería que está más aceptado, incluso desde el periodismo, que se hable desde la izquierda. Y claro, si son valores que yo mismo comparto. Pero es muy fácil hablar de los trabajadores cuando no los representás, o no gestionás. Yo lo que digo es que estos tipos no son el enemigo. Y quiero que lo mío también sea respetado».
Pepo no llora: «Si no les gusta, no vengan y listo».
¿Por qué lo dice? La respuesta quizá esté en ésta pregunta:
¿Cómo repercute la política en las políticas propias del circuito musical comercial?
Nosotros todavía somos un fenómeno pequeño, por lo que hacer teorías conspirativas es medio de psicópata: Magnetto no debe saber quiénes somos. Sí sabemos, en un ámbito mucho más chico, que nos han dicho en el Sí (suplemento joven del Grupo Clarín) que tenemos «mucha carga ideológica». Y en la Rolling Stone nos hicieron poronga. Insisto, no creo que haya una línea editorial de «a éstos hacelos mierda», sino que justo nos tocó un periodista que nos mató. La verdad es que la Rolling Stone, siendo un medio de La Nación, no es una cosa a la que nosotros aspiremos. En un momento, aunque no me guste, decía «bueno, estemos»; ahora ya directamente me gustaría mucho no estar. Cuando nadie te necesita es fácil decir «no me gusta»; el tema es cuando a ellos les interesa: ahí tenés que estar centrado para decir «no quiero».
¿Y las compañías?
Ideológicamente, ninguna compañía o sello te puede representar: están metidos en un terreno que es un negocio. Podrían vender lavarropas. Ahora, en las cosas chiquitas del circuito, como que las bandas soportes vendan entradas… A veces somos cómplices de eso, porque antes que nosotros hay producciones que se atajan un poco. En ciertos lugares que podemos tratamos de que nadie tenga que vender entradas, empezando por Mar del Plata que nos va bien. Tampoco tenemos la infraestructura como para decir «me chupan un huevo y voy a hacer un Ferro yo solo». A veces me rompen un poco los huevos cuando músicos consagrados hablan de independencia, de autogestión, dando cátedra desde el cielo: hablan desde un lugar como si todos los demás fuéramos esclavos del sistema. ¿Hasta dónde te hundís? Estás metido en eso, y conforme vayamos creciendo vamos a tener la oportunidad de mostrar en la vida real lo que decimos.
Fotos: Nacho Yuchark