Iván Noble, el ex Caballeros de la Quema, editó su segundo álbum, «Quién sabe dónde». Aquí opina sobre el rock y la nostalgia. La entrevista de Pablo Schanton, para Clarín.
En la mesa ratona hay tres libros y sus portadas lucen las imágenes de Juan Gelman, de Marlon Brando y de una botella de vino. La convivencia es casi un retrato del dueño de este departamento blanco ubicado en la zona del Botánico. Iván Noble se sienta en el living a nombrar las inspiraciones musicales detrás de Nadie sabe dónde, el álbum producido por el perico Juanchi Baleirón que sigue a su debut de 2003 (Preguntas equivocadas). Por la enumeración pasan Tom Petty, Travelling Wilburys, y finalmente llegamos a una expresión adecuada: «balada rutera». Sin embargo, en el álbum también figura la doliente Ella, ella ya me olvidó… de Leonardo Favio. El ex Caballeros de la Quema explica por qué grabó su versión del hit setentista. «El año pasado me encerré a ver películas de Favio y me quedé muy prendado de esa forma de apasionarse», confiesa. «La pasión del tipo está en carne viva y lo que me pasa conmigo es a veces soy demasiado cerebral para llegar al hueso de la emoción y ponerme en pelotas en lo que hago. Por eso, cuando veo gente que lo hace, me saco el sombrero. El riesgo es que el tipo se presta para la exageración y la caricatura y a mí no me gusta el abordaje turístico o kitsch de lo popular. Tenía que hacerme cargo de esa canción que tocaba para amigos y por eso la grabé respetuosamente».
A los 36, Noble recupera a Favio; Vicentico, a Chico Novarro; Palo Pandolfo, a Domenico Modugno; Calamaro, a Roberto Carlos. Pareciera que una generación de rockeros estuviera alfabetizándose en la materia «Canción popular apta para todo público» con el manual de sus padres. «Afuera eso se hace mucho: mirá a Costello con Burt Bacharach. Las grandes canciones populares enseñan a lograr un equilibrio: que sea bella pero que no se aparte mucho del sentido común sin ir a menos, proque eso es subestimar a la gente», explica. «Pero quizá los solistas recurrimos al cancionero popular porque ya no tenemos una comunidad rockera que nos sostenga. Yo sabía que iba a perder mística cuando dejara el grupo, me pasó y no me quitó el sueño. No tengo ganas de hacer morisquetas políticamente correctas para el rock. No voy a ponerme el shorcito y decirle a la gente ‘Tranquilos que sigo siendo como ustedes, ¿eh?’. Es un alivio pero como solista estás más a la intemperie y en el juego de la oca rockera vas para atrás».
Cantás sobre mujeres a olvidar. Pero sos un hombre felizmente casado.
Sí, justo ahora que no me quiero olvidar de mi mujer (Julieta Ortega). Pero lo que pasa es que eso no es vivencial o confesional, es más existencial. La melancolía, las cosas crepusculares, esas cuestiones tangueras me resultan más elegantes y estéticas que la alegría o el festejo. Cuando escucho Aquí viene el sol de Los Beatles, digo «Uy, ojalá me saliera una canción tan diáfana».
En lo personal, ¿sos nostalgioso?
No tanto; desconfío de la memoria porque embellece sitios y per sonas que no eran tan hermosas. Uno termina dibujándose un pasado más bonito. Pero me llevo bien con mi pasado, duermo bien y no hago balances de fin de año. Lo hecho es irreversible.
En «Temporada de mamertos», ¿a qué «camelo del rock» te referís?
Muchos rockeros sobreactúan un lugar de pertenencia al que ya no pertenecen. No quiere decir que no lo añores o lo respetes, pero ya no sos de «la esquina», ese territorio emblemático rockero. Mucha gente juega a ese heroísmo que la gente le pide. De eso se trató el rock de los 90: ante la orfandad de modelos ideológicos, las bandas empezaron a cubrir el espacio. No se habla de la imposibilidad de sostener esas «autenticidades» que van quedando en el camino. ¿Por qué? Porque tenés que desocultar tu condición actual y eso no lo quiere hacer nadie. Especialmente cuando te está yendo muy bien.