Después de tres décadas sin noticias de él, Billy Bond rearma La Pesada justo en el año del 40º aniversario del rock argentino. La entrevista de Sebastián Ramos, para La Nación.
¡Nona, eche los fideos nomás! Vuelve Billy Bond y La Pesada del Rock and Roll. El primer y último supergrupo del rock nacional celebrará un concierto en noviembre, justo en el año en que Litto Nebbia y Ciro Fogliatta rearman Los Gatos Salvajes para soplar las 40 velitas del primer disco de rock cantado en castellano. ¡Salgan al sol!
¿Qué decir de Billy Bond para los poco memoriosos o las nuevas generaciones? Podría mencionarse que fue el primer productor del rock nacional, pero sonaría a poco. Quizás un buen dato sería enumerar a los músicos que participaron de su primer álbum, grabado en 1971: Luis Alberto Spinetta, Pappo, David Lebón, Javier Martínez, Pajarito Zaguri, Vitico, Black Amaya, Pomo. Para los amantes de la mitología rockera se podría agregar que fue uno de los dueños de La Cueva y también el protagonista de aquella noche de rock en el Luna Park, en noviembre de 1972, que terminó en escándalo y con miles de jóvenes detenidos por portación de pelo largo (la frase «rompan todo» es ya una leyenda).
Para muchos fue el padre de aquel rock marginal de los inicios y el único hombre que pudo reunir a las estrellas del movimiento bajo un mismo techo artístico: La Pesada del Rock and Roll. También el responsable de una obra original, ácida, irónica y vital, que influyó a varias generaciones de músicos, desde Pappo y Manal hasta Fito Páez (quien le rinde homenaje en su canción «Tercer Mundo») y Divididos (que grabó una versión del tema «Salgan al sol» en su disco «Gol de mujer»).
Han pasado 30 años desde que Giuliano Canterini, conocido como Billy Bond, el Bondo o BB, decidió viajar a San Pablo para desaparecer de la represiva Buenos Aires y archivar para siempre su criatura de mil y una cabezas. Ahora volverá a subirse a un escenario para recrear aquella insolencia rockera con la participación de sus viejos amigotes y con una invitación especial para La Renga, Divididos, Skay Beilinson y Attaque 77 (muy probablemente la lista se extienda en los próximos meses).
¿Todo esto le parece una novela, señor lector? Bueno, ni se imagina las cosas que tiene para contar este hombre, que también es reconocido en Brasil por liderar una banda de culto como Joelho de Porco, trabajar con Ney Matogrosso y, en las últimas dos décadas, ser uno de los más importantes productores teatrales de San Pablo. ¿Más? Una última como adelanto, en formato anécdota y en sus propias palabras: «Sandro es muy amigo mío, pero nunca fue dueño de La Cueva como dicen. El llegaba a las cuatro de la matina después de sus shows, bebía Old Smuggler con hielo y cantaba boleros en el viejo piano desafinado que teníamos».
-¿Por qué vuelve ahora La Pesada, a treinta años de su último show?
-La Pesada no vuelve, siempre existió en el alma de cada rockero. Hay un poquito de La Pesada en cada uno, en Divididos, en Los Piojos, en Los Twist, en Los Decadentes, en Pappo. Lo de noviembre va a ser una fiesta, un encuentro entre amigos. Además, cumplo 60 años, y es una buena forma de conmemorarlo. Te guste o no te guste, seas de la contra o no, La Pesada es uno de los eslabones principales del rock nacional. No digo que sea el único, hay mucha gente que ha hecho muchas cosas y muy importantes, pero esto es un episodio imposible de dejar de lado. Pero cuidado con ponerse muy serios… Esto es un festejo.
-En los últimos años, el rock argentino de los 70 se ha revalorizado tanto aquí como en el exterior. ¿Qué tuvo de especial ese momento?
-A raíz de este concierto estoy analizando y releyendo el rock de aquellos años para poder visualizar exactamente qué era lo que yo hacía y reflejarlo en vivo, para no mentirle a la gente, que va a querer ver lo que tenía el rock en ese tiempo y no a un Billy Bond sampleado, con playback. Y he descubierto algo evidente: la música del rock and roll de los 70 era vital y viva, era gutural y natural. La tecnología no permitía mentirle a nadie: o cantabas o no cantabas, y si no lo hacías bien te tiraban piedras. Ahora la idea es lograr el mismo sonido y de la misma forma, sin mucha tecnología.
-¿Por qué cree que La Pesada fue una experiencia única, donde podían convivir los mejores músicos de la época sin ningún tipo de problemas de egos?
-Un poco porque yo era una especie de catalizador de todos ellos. Eramos muy amigos, no había competencia musical ni de egos entre nosotros. En La Pesada nadie se peleaba, sino que, por el contrario, cada uno colaboraba con lo que podía. Era todo muy limpio y muy abierto.
No es sólo rock and roll
Billy Bond ha perdido peso y pelo, pero no las mañas ni su instinto empresarial. Así lo demuestra uno de los mails que se cruza con quien lo ayuda desde aquí para corporizar este regreso: «Decile al periodista de LA NACION que llame a los músicos para ver qué opinan de la invitación a tocar en la nueva Pesada… Cuidado con los managers, que siempre piensan en la mosca… Conseguime el teléfono de Pettinato y de Badía… Seguimos al palo con la Operación Iceberg. Vamos. Bondo».
-¿Por qué dejó de hacer música y se dedicó sólo a la producción?
-Yo siempre fui productor, de Charly García, de Sui Generis, de los discos de La Pesada, de Claudio Gabis. Yo vivo de lo que soy. Desde hace tiempo ya que trabajo en la nueva media, que es el teatro. Incluso es más completa que la media del disco, restricta a un long play. El teatro ahora se compone de música, imagen, sonido, luz y la actuación en vivo de la gente, trabaja con todos los sentidos y es una media muy viva.
A punto de cumplir los 60, Billy Bond sostiene que La Pesada también era más que una banda de rock: «Era algo superemocional, radical, muy al margen de lo que realmente pasaba y una cosa más ideológica. Todas las letras tenían un contenido ideológico: «Basta ya, nada más», «Para qué nos sirven», «Buen día, señor presidente», «Divertido (Reventado)», «Salgan al sol». La secuencia de los cuatro discos de La Pesada tuvo una posición muy clara: un mensaje contra el sistema y contra la represión que existía en ese momento».
-¿Esa posición fue un poco la causa de la violenta noche en el Luna Park?
-Lo del Luna Park fue muy simple, lo que pasa es que nunca nadie me vino a preguntar a mí cómo fue la historia. Lo que pasó fue que la policía entró, les pegó palos a todos los pibes por el hecho de ser hippies y tener pelo largo y nadie se fijó en eso. Que el escándalo, que la música del rock and roll y toda la payasada… Cuando la policía les empezó a romper la cabeza a los pibes y a llevarse gente en cana, obviamente que yo compré la pelea que tenía que comprar. No me podía quedar quieto.
-Y ahí lo del mítico «rompan todo».
-No, esa frase nunca existió. Yo dije eso de que la violencia trae violencia y cuando subieron al escenario a llevarme preso todos se pusieron como locos y empezaron a romper todo.
-El rock en castellano está cumpliendo 40 años, ¿cómo recuerda aquellos primeros años en La Cueva?
-Como una época muy divertida. La Cueva fue la cuna de gran parte de una generación de músicos de rock, que fueron pioneros. Pero hay que tener cuidado con no mitificar demasiado, porque independientemente de La Cueva había movimientos paralelos en Flores, en Chacarita y en todos los rincones de Buenos Aires. El rock ya estaba en el aire. El Di Tella, Marta Minujín, Jorge Alvarez, Daniel Melgarejo y los Beatnicks eran de otros guetos. Eso sí, La Cueva sirvió para que las tribus se juntaran y se vieran la cara.