El séptimo trabajo de Pez es elevado al punto de parecer inalcanzable para el público masivo.
Ariel Minimal posee la capacidad de esbozar canciones que conjugan letras de alto contenido poético con una nutrida complejidad de sonidos. Este talento es directamente proporcional con su temple para amarrar ritmos que reviven imágenes y proyectas sensaciones. La estampa de su guitarra irradia fuerza y profundidad a través de pasajes laberínticos piazzoleanos que también remiten a improvisaciones jazzeras. La afianzada base de los históricos-casi-fundadores Franco Salvador (batería) y Fósforo (bajo) está acompañada por los debutantes (en estudio) Leopoldo Lineres (piano eléctrico), Ernesto Romeo (sintetizadores, mellotron y órgano), Tomás Queirel (flauta traversa) y Gerardo Rotblat (percusión). En conjunto disparan rayos musicales que irrumpen desde un misticismo sinfónico. El sonido limpio de los instrumentos (sobre todo de los teclados) ayuda a sostener el aire religioso. Todo se resume en un éxtasis fascinante en medio del caos sórdido de principios de milenio.
El concepto del trabajo parece sustentar la búsqueda de vías de escape a las sensaciones de las experiencias materiales. Las primeras palabras demuestran la preocupación por los misterios del después de la vida: «Se van, el tiempo apremia y tienen que partir, las almas» (en «Por siempre»). Luego, el arquitecto que construye las letras profundiza sus interrogantes por el más allá al lamentarse por su destino («Maldición»), vivir un viaje revelador en taxi («Aprender, comprender, facultarse, darse cuenta») y cuestionarse acerca del transcurrir del tiempo («Caminar»). La belleza de «Barcos» retransmite una imagen que brota de la esperanza desarraigada del inmigrante que, a principios de siglo pasado, se ilusionaba con hacerse la América. El climax progresivo que sobrevuela el final de «Faltan miles de años más» tal vez sea la cumbre musical del disco. Las letras del escritor-poeta Fabián Casas (también colaborador del debut solista de Minimal editado recientemente, «Un hombre solo no puede hacer nada») se articulan con una parte del disco bautizada Cantos gnósticos para chicos. En ella se hilvanan cuatro tracks: «La escuelita del señor extraño» y tres más que componen una parte llamada «Buda» y son «Cumpleaños», «Labrador» (un climax a lo Vangelis) y «Superjuguetes». Las cuatro comparten un importante trabajo percusivo. «Respeto» es una declaración de principios estridente y ofuscada. «Ushuaia» un instrumental ensoñador que cierra los cincuenta y siete minutos de duración del álbum.
El diseño de tapa se sostiene sobre una obra cargada de psicodelia realizada por Alejandro Leonelli bajo el título de «Lo que crece y se mueve progresivamente, es derretido por el caos que baja y se abre camino en armonía». La originalidad de las letras del logotipo de Folklore hace que la palabra sea casi ilegible. La caja de cartón es una constante con la que se trabajó en la presentación de los tres últimos discos de la banda. La producción corrió por cuenta de los músicos y Mauro Taranto (también responsable de la grabación y la mezcla). El masterizado quedó en manos de Mario Breuer. La edición corresponde a Azione Artigianale, el sello con que se autoproducen Ariel Minimal y compañía.
Disco laberíntico, complejo y de buen acabado, «Folklore» puede hacer que el oyente explore en su espiritualidad, pero sólo si se lo deja fluir. No se trata de una obra para escuchar de a partes o para poner de fondo durante las reuniones. Exige respeto y paciencia para dejar palpar la inteligencia musical que logra desarrollarse en un trabajo noble y deslumbrante.