Antes de tocar el álbum completo en La Tangente, Julio Breshnev y Coca Monte recuerdan cómo compusieron y grabaron algunas de sus canciones más personales.
El sexto disco de Julio Breshnev, Coca Monte, Martín Dejean y Federico Colella empezó con un micrófono en una ventana, que captaba todo lo que pasaba en Vicente López. Desde el ruido de los aviones (que a esa altura ya casi aterrizan en Jorge Newbery), pasando por la lluvia y los pájaros, hasta las discusiones callejeras y los choques de autos.
A unos metros de ese micrófono estaba Breshnev, intentando curar sus heridas y registrando lo que también pasaba dentro suyo. Ese sería uno de los ingredientes para el que se convertiría en el álbum más conceptual de Vetamadre. “Una amiga me había prestado un PH en ese barrio, con un entrepiso hermoso -recuerda el vocalista-. Recalé ahí después de una separación, para tratar de reconstruir mi vida”.
Ese departamento fue parte integral del disco. La foto interna de “Otroviaje” (2010) fue tomada ahí, y aparece nombrado -directa e indirectamente- más de una vez. En “Radar”, por ejemplo, Julio canta sobre “la misma baldosa, el mismo departamento, la misma manzana y la misma ciudad”.
A nueve años de su edición, explica: “Eran pesadillas que no terminaban más. En mi vida es recurrente la leyenda de Sísifo, que era condenado por un Dios a cargar una roca hasta la cima. En ‘Nombre’ hago referencia a esa piedra, que llega hasta el tope pero que a la mañana siguiente vuelve a caerse. No importa qué hayas hecho el día anterior, tenés que arrancar de nuevo. Ahí sentía que salía el sol y que yo estaba de nuevo con esa roca en la espalda. El disco está lleno de aquellos pasajes”. Pero en medio de tanta desilusión, también hay algunos de los momentos más esperanzadores de la banda.
-El álbum arranca con “Éxtasis”, que se construye de a poco y con una atmósfera tranquila. ¿Cómo llegaron a esa idea?
Julio: La intro es un loop de un arpa de boca, que armó Luis Volcoff -el productor- a partir de lo que grabó Nagendra. Él es un gurú con el que Fede y yo consumimos ayahuasca, un alucinógeno muy presente en estas canciones. A mí me interesaba la experiencia mística de ver qué podía sacar para mi alma y mi mente, y también por mi inclinación hacia las drogas psicotrópicas. La ayahuasca te genera una locura “controlada” y te afecta a la glándula hipofisaria, con la que creás tus sueños. Eso me pareció increíble. Justo me había separado y estaba golpeado, y Fede se encontraba en una situación parecida. Él y yo nos juntábamos en la sala y salíamos los findes. Incluso en la misma semana viajamos a Brasil y al Huechulafquen (Neuquén), con una diferencia de pocos días, para un lado y el otro.
Coca: Facebook estaba en su apogeo, y nos reíamos mucho con todas las fotos que subían. Era muy divertido.
J: Fede encima es medio sordo y eufórico, entonces íbamos con el stereo del auto en 10…
-¡…o en 11, como en Spinal Tap!
J: (Risas). Exacto. En la ruta había mucho olor a zorrino, y decíamos: “Si aparece el olor, prendamos un porro. No importa si acabamos de fumar”. Imaginate. Ya estábamos componiendo cosas para “Otroviaje”, y queríamos hacer un disco diferente a “Vientre” (2006), porque no habíamos quedado satisfechos. Teníamos unas ganas locas de crear y de volver al estudio. Grabamos la batería en una sala enorme en Concreto, como nunca habíamos podido, y también usamos un piano de cola. Luego lo completamos en Tónica. El nombre “Éxtasis” fue un chiste entre la droga y el beat del tema, que era un bombo en negras, bien rápido y casi bolichero. Un chiste muy interno. El MSN era el método de comunicación en esa época, y arranco diciendo “tiro frases, letras en otro color” porque había descubierto que en el Messenger podías cambiar de color según con quién te comunicabas (risas). Lo de “contestaste, no puedo imaginar tu voz” era porque no había audio, y finalmente conectaba con alguien, pero a la vez no. ¡Por eso, también, lo de “quiero tocarte ahora”! Lo de “quiero hablar palabras sin sentido” significaba “tengo la necesidad de charlar sobre pavadas, y que se vaya a la mierda toda esta filosofía existencial”. Siempre soñé con un disco conceptual, y aunque “Libérenme” (2002) y “Veratravés” (2004) habían tenido algo, este era el real, con temas ligados entre sí.
-¿Lo de “cruzando la red” también tenía que ver con lo del MSN?
J: Claro. Cuando estás en pareja tenés contacto con ella, y cuando no, mucha gente se comunica con… ¿cómo se llama ahora?
-¿Tinder?
J: ¡Sí, eso! (risas). Es raro, si abrís los ojos no estás tan conectado como pensás. Y eso que lo escribimos aún en la antesala del mundo de hoy.
C: Teníamos MySpace, imaginate.
J: ¡Y sentíamos que estábamos en una nave, una burbuja!
-El segundo tema es “A veces”, donde el bajo es muy preponderante.
C: Ahí salió mi amor por Flea, y quise emular su estilo. Junto al riff hago un MI al aire, y me parece que soy re canchero. Me agrando mucho cuando lo toco, y digo: “¡Qué bajista que soy!”. Un boludo importante (risas). A “Vientre” lo recuerdo con mucho dolor, porque estaba yo solo remando contra ese disco. Julio me dejaba plantado jornadas enteras: me decía que venía a las dos de la tarde a cantar, y eran las siete y me avisaba que no iba a aparecer. Lo hizo muchas veces, y cuando llegaba charlábamos de sus problemas. Incluso, no sé de dónde sacamos fuerzas para el disco en vivo (“A Través del Ruido del Mundo”, de 2008). No se iba a grabar, ¡lo hicimos en una sola fecha y directo desde la consola de monitores! Esa era la banda cruda. Pero volviendo, “A veces” es un tema hermoso.
J: Lo armé en la acústica, y es extraño porque no hice acordes para nada, eran dos cuerdas siempre. Martín me dijo: “Finalmente escribís melodías en la escala pentatónica de blues”, y yo ni idea (risas). El estribillo era la justificación de una situación que pensabas que era compleja y resultaba una boludez, o a la inversa. Empecé a escribir la letra un día de lluvia torrencial en ese PH húmedo (por eso “las paredes ya comienzan a sudar”), e hice la analogía de lo que sentía cuando mi anterior relación que no daba para más, y que veía que llegaba la tormenta (“no hizo falta tanto preanuncio para el diluvio final, esta atmósfera está tan pesada que acabará aplastándonos”). O sea, ¿tanto tuve que esperar para irme de esa situación?
C: Lo de las “mil sirenas en la noche” me dio miedito cuando me lo mostraste, Julio.
J: Es que hace diez años en Buenos Aires recién empezábamos a escuchar las ambulancias. Las veíamos en las películas de Nueva York y de Londres, y aún hoy no sabemos si corrernos o qué hacer. Una novia mía vivía sobre Palestina y Estado de Israel, ¡justo en la Franja de Gaza! (carcajadas). Como el Hospital Güemes quedaba muy cerquita, yo escuchaba las sirenas, supongo que bajando por la calle Palestina…
-¡¿Cómo no ibas a oír eso en semejante ubicación?!
J: También veía las ametralladoras, incluso unas AK-47 en el aire (más carcajadas). No, en serio, escuchaba las sirenas y a la vez las bocinas. Y me sigue sorprendiendo que el argentino tiene la ambulancia atrás y toca bocina. Imaginate el que va adentro: si está consciente, escucha permanentemente todo ese quilombo. Es como en la playa, cuando se pierde un chico y todos aplauden. La analogía era que cuando algo se moría, no importaba cuántas sirenas llegaran a rescatarte, porque eso ya se había terminado.
-Luego sigue “Radar”.
C: Tengo algo muy triste que confesar: si me preguntaras qué tema sacaría, sería este. Mis compañeros lo saben, y es la única canción con la que me pasa. Pero bueno, Paul McCartney se amigó con “Ob-La-Di, Ob-La-Da” muchos años después.
-Sí, cuando empezaron a llegarle las regalías…
J: Claro, vio que le pagaba el colegio a la bisnieta (risas).
C: En el momento no quedé conforme, pero hoy lo puliríamos en un ratito.
J: Fue el primer tema que editamos bastante en Pro-Tools. Por ejemplo, agarramos partes de las baterías, las sacamos y las distribuimos. Pero nos quedamos a mitad camino, porque yo quería llevarlo para un lado más Catupecu Machu y todavía daba vueltas el Vetamadre anterior. Tan poca convicción teníamos que ni hicimos videos del disco. Yo sentía que había tanta imagen a nivel letras y capas de sonido, que no podíamos plasmarlo en clips. No existía un director que pudiera competir con eso. Me pareció genial el concepto de “estoy acá, atento como un radar, pero clavado al piso”. Yo reflexionaba sobre ese objeto maravilloso, que se conecta al planeta y puede recibir y mandar señales a cualquier lado, ¡pero está completamente estático! No tiene vida propia ni movimiento, es simplemente un receptor. Puse “de tanto analizar, todo está pixelado” por los problemas que pensamos demasiado. Arrancamos capas y los miramos tan de cerca, que nos queda una cosa deforme y ni sabemos qué es.
-Y ahí llega “Cementerio sin Almas”.
J: Para mí es como un “Flotando Reloaded”. Un amigo escuchó la letra y me dijo que me reflejaba a mí mismo en casa. Yo contaba que el perro se había muerto y que los árboles se habían secado, y era verdad. Incluso tenía una señora muy viejita que iba a trabajar ahí, y me decía: “Esta casa es como un cementerio, ¡hay tanto silencio!”.
C: Estaba muy angustiado por su separación, y también se le murió Oso, que era como el perro de todos. Lo que sufrimos no tiene nombre.
J: Él iba a nuestra sala a ver los ensayos, incluso. Le agarró un doble cáncer, de páncreas y de hígado. Un día los pasé a buscar a Fede y al Gallo -mánager- y lo llevamos a la playa, para que estuviera en el mar. Oso se fue a cien metros, y se tiró con bronca, enojado y dolorido. Era un golden muy bueno, pero ahí se peleaba con cada perro que aparecía. Luego volvía a la sombra y se acostaba lejos, como diciendo “no me rompan las pelotas”. En el tema narro literalmente lo que cuenta Coca.
C: Lo compusimos en invierno de 2009 en Pinamar, en la casa del abuelo de Fede. Estábamos solos y lo terminamos a las seis de la mañana. Nos fuimos a ver el amanecer con el tema ya listo y con un frío bárbaro. Julio incluso había hecho un asadito… en el hogar a leña (risas). Nos pasamos todo el día trabajando en la canción, y el solo que quedó es idéntico al que le surgió ahí. Tenía todo el tiempo a Pink Floyd en la cabeza.
ATRAVESANDO LA OSCURIDAD
-En la mitad del disco aparece “Saldrás (Hombre Dormido)”.
C: Uno de mis temas favoritos. Ahí tocó Tery Langer (Carajo), que es como un mecánico, un relojito. Para mí es un himno de Vetamadre, por lo que significa. Deberíamos hacerlo más.
J: A mí me vuelve a transportar a esas noches en Vicente López, caminando bajo la llovizna. Yo quería que tuviera una impronta medio Pearl Jam, de la primera época del grunge. Después lo llevamos para nuestro estilo, pero es una letra que me enorgullece. Dentro de toda esa tristeza había un hombrecito dormido que quería resurgir.
-Lograron algo muy difícil para cualquier artista: crear un tema melancólico y esperanzador a la vez.
J: Sí, melódicamente es muy positivo. Y lo que hizo Tery a lo largo de las estrofas fue divino.
-El que sigue, ”Mercurio Retrocediendo”, es uno de los que más tocaron en vivo.
J: En ese momento conocimos a Paulina, una astróloga muy grosa y con una gran visión, que leía la influencia de los planetas en nuestras vidas. Le daba en el clavo. Si cualquiera te decía “vas a viajar mucho”, ella te explicaba que en realidad “ibas a recorrer el perímetro de afuera de tu casa”. Pero el tema en sí no tiene nada que ver con el retroceso de Mercurio (risas).
C: Fue la primera canción que me conectó bien con The Cure. Ya me había pasado inconscientemente con “Torrente”, en “Libérenme”. Incluso me compré el Gibson Thunderbird para tocar “Mercurio…” como Simon Gallup. Ahí pensé: “¿Qué haría él acá?”. Me calcé la púa y me di cuenta de lo oscuros y cercanos que éramos. El estado de ánimo de Julio era tan evidente que, para mí, “Otroviaje” es Vetamadre al natural. Los cuatro somos medio depres, pero juntos somos recontra divertidos. En las giras nos reímos hasta descostillarnos. Y como nos sentimos parte de un mismo cuerpo, no podemos desmembrarnos: si uno la pasa mal, los demás también. Cuando llega el momento del tema ya pasaron todas las letras pesadas, y eso de que el mundo “gire igual” es un poco aliviador. A veces lo tocamos y digo: “¡Bien, ya salimos de todo aquello que era re denso!” (risas).
J: La primera parte se refiere a la ayahuasca, y la segunda es sobre cómo te envenena lo que no largás. Tiene que ver con el aprendizaje de expresarlo todo. Lo lindo es que el estribillo es reconfortante, y a veces uno tiene una realidad tangible y plasmada, pero tres años más tarde dice: “Pensé que jamás iba a irme de esta ciudad, que nunca iba a cambiar de trabajo y que me iba a casar una sola vez”. ¡Y capaz que no! Está bueno cantar “lo que era real para mí, hoy ya no lo es, y no me importa”. La vida es cambio.
-En las entrevistas anteriores hablamos del pánico escénico de Coca, y en “Túnel” siento que te referís un poco a eso.
J: ¡Sí, totalmente! Es la imagen de él corriendo hacia ningún lado. Lo del túnel me gusta como analogía, porque del otro lado siempre hay esperanza… ¡pero hay que cruzarlo! Y ni hablar si sos claustrofóbico. El estribillo lo pinta a él antes de los shows, pero a la vez veo reflejado al Julio de esa época. Más que nadie, yo quería eso: meterme en un sueño y salir de toda la mierda que estaba pasando. Era una idea suicida pero sin el suicidio en sí, simplemente con el deseo de dormirme y no sentir más ese dolor. Igual la letra termina muy esperanzadora, con lo de “un paso llevará a otro paso, y a otro”.
CARGANDO LA MISMA ROCA
-Las últimas tres (“Cada Vez Más”, “Nombre” y “La Mañana Después”) están conectadas y no tienen la típica pausa entre cada canción. ¿Fue adrede?
C: Sí. Se lo debemos a Julio, porque yo jamás haría eso. Me chupa un huevo, pero me encanta que me confirmes que no fue al pedo (risas).
J: Yo tenía un llamador de ángeles, y una vecina me dijo que era un objeto lindo. Le contesté: “Sí, pero vamos a ver si trae ángeles o demonios”. Y creo que vino un poco de todo. «Cada Vez Más» arranca con ese ruido porque el micrófono seguía en la ventana, captando lo que está a lo largo del disco. El tema continúa pintando ese mismo PH, y alguien me dijo que tenía una fijación con los edificios, porque digo “más departamentos taparán los soles de otoño”. ¿Sabés qué pasa? Que en otoño el sol nunca llega al zénit. Siempre está sobre el norte, y si vivís en una zona de edificios, esos departamentos se morfan el sol. Todos nos chocamos con una montaña enorme en nuestras vidas, que aunque es tan grande, no la vemos venir. Un amigo me decía que no había nada peor que la incertidumbre, pero en realidad es el estado más natural del ser humano. No sabés si vas a despertarte mañana. Aunque estés en un barrio cerrado y creas que tenés seguridad y que nadie te va a asaltar, ¡puede pasar igual! Siempre nos enseñaron la frase de Alan Parsons, de “What goes up, must come down” -traducido: “Todo lo que sube, debe bajar”-, y para mí es al revés: “Todo lo que cae, se elevará”. Porque uno en ese pozo evoluciona y crece, y es imposible levantarse sin pasar por eso.
-Sigue “Nombre”, el anteúltimo tema y uno de los favoritos del público.
C: Lo amo, me parece increíble.
J: Es una melodía que trajo Martín en la guitarra, igual que las de “Números” y “Como Respirar”. Ahí entra la leyenda de Sísifo, y hay un puente que es un guiño a “Airbag”, de Radiohead. Luis Volcoff nos sugirió que hubiera una melodía, así que le agregamos ese gancho. La letra, con lo de “cada vez que escuches hablar de sueños locos, de jugársela, de libertad…”, también representa el espíritu del grupo.
C: Es una de las seis o siete canciones que hablan de nosotros como banda, más que de situaciones personales. Para mí son declaraciones de principios, de las banderas que levantamos. Estoy muy enojado con la falta de reconocimiento hacia Vetamadre, y me extraña mucho que no hayamos llegado a más gente teniendo este mensaje. A veces tiene que ver con la oportunidad de las canciones, o con que el boca en boca se cortó por algo, ¡andá a saber! Es muy loco que te guste tanto un tema propio, y me pasa con “Nombre” o “Saldrás (Hombre Dormido)”. En ambas siento que estoy tirándole una mano a alguien, que lo puedo ayudar. Son temas “happy/sad”, como en la peli “Sing Street” (risas).
-Y todo termina con “La Mañana Después”.
J: Sí. Para mí ese tema representa el río de Vicente López. Fui muchas veces a la mañana, o en noches que se transformaron en amaneceres. Con mis amigos hablábamos de cómo los fantasmas nocturnos desaparecían al salir el sol. Era como que se había terminado la pesadilla. Si de chico te despertabas con miedo, veías que llegaba el amanecer y te calmabas. Para mí era la mejor forma de cerrar el disco, porque además termina con los pajaritos. Freddie Mercury a veces no se ponía auriculares para grabar, sino que usaba unos parlantes. Así que le dije a Luis Volcoff que le copiáramos: pusimos los monitores hacia nosotros y fuimos creando más y más voces. Había unísonos, de todo. La idea, al mezclarlo, era que se fuera el tema en fade out y que quedaran sólo nuestros coros. Pero no pudimos, porque gracias a los parlantes se escuchan los instrumentos saliendo de fondo (risas). Así y todo, para nosotros es un disco redondo. Tal como jugamos creando un verbo nuevo con “Veratravés”, acá nos gustaba la idea de que realmente se hiciera referencia a que era un camino distinto. Por eso escribimos así “OTROviaje” en la portada, que a la vez tiene los ojos de “Ruido del Mundo” (1999) en formato mandala. La idea era que con sólo verlo ya supieras de qué se trataba. Hoy creo que es uno de nuestros discos más logrados. Y como en todo, es una muestra más de que al final llega la claridad.