Vaya uno a saber por qué, pero lo que en otros artistas puede sonar a copia, clisé o vagancia, en Intoxicados suena fresco, personal e indispensable. Rústico y limado, sí, pero también necesario.
Aunque frunzan la nariz, quienes decidan repasar en serio la historia del rock argentino deberán dedicar un capítulo a Pity Alvarez. Por Viejas Locas, su viejo grupo stone y drogón, pero, fundamentalmente, por Intoxicados, su actual banda orillera y evolución perfecta de su arte brutal. Lo que en Viejas Locas fue fiesta rollinga (con dignas excepciones como “Homero”), en Intoxicados es retrato descarnado de un adulto joven y marginal que sigue rodando por ahí, rebotando y sin dormir, y que encuentra en el rock la balsa ideal para naufragar sin hundirse.
Al frente de un cuarteto versátil pese a sus limitaciones, Pity se atreve a todo lo que se le ocurre. Y, además de unos separadores telefónicos muy graciosos, se le ocurren grandes canciones: en “Está saliendo el sol” reza “Padre sol nuestro que estás en los cielos, guiáme si está mal la vida que llevo”; en “Una vela” resume sexo, drogas, yutas y tiros en el mejor rap border que haya dado el mainstream argentino; en “Volver a casa” hace un buen chiste canino; en “Don Electrón” reflexiona sobre sí mismo y conmueve. Entre el Calamaro más químico y el Pappo más ortodoxo, entre un Eminem versión Ciudad Oculta y el punk rock cuadrado, con paradas en Pink Floyd y James Brown: por ahí pedalean Pity y sus Intoxicados. Aunque se vea obligado a seguir pidiendo disculpas por animarse a sacar los pies del plato stone (eso parece sugerir el título del disco), Gabriel Alvarez ya lo sabe: lo suyo es mucho más que rocanrol. Por suerte.