Borges insistía en que era un hombre del siglo XIX extraviado en el XX. Cuentan que recorría toda Buenos Aires, hasta que no pudo ver sus destinos y terminó reinventándolos. Del mismo modo, Antonio Birabent intuye otros distritos en «Demoliciones», profundizando un diálogo metafísico con esos sitios laterales. El mensaje es claro. La palabra funda y sostiene. Sólo la memoria y el sentido de pertenencia pueden salvar a las personas de las demoliciones.
En la mayoría de sus nuevas músicas Antonio eleva su voz, distorsiona sus guitarras y se embarca en una experiencia que se hermana con la sonoridad parabólica de «Azar» (1998) y la electricidad de Buenos Aires (2003), para trasponer un universo contagjosamente colectivo a partir de la singularidad de su vivencia. Del mismo modo, sus canciones tienen una prodigiosa biportuariedad, abrevando por igual en los bajofondos bonaerenses y las escolleras montevideanas (ahí están «Demoliciones», «El sueño de la ciudad» y «Viejo barrio»). Una vez más vuelve a dedicar letras a sus musas, sin siquiera merodear lugares comunes («Cecilia», Rara»). Pero por sobre todo, ahí está la ciudad. Ni mejor ni peor. Hermosa. Reencontrada en la pluma y la voz de Birabent.