A lo largo de sus quince años de carrera, Divididos nunca rehuyó los desafíos: demostró idéntica inquietud artística cuando abrazó los ritmos folklóricos en «La era de la boludez» (1993), cuando dio un recital ambient para el auditorio de la Supernova, o cuando impensadamente reunió sobre un mismo escenario a Jaime Torres y DJ Zuker.
Pese a esos antecedentes, constituye una verdadera audacia que un grupo definido como «la aplanadora del rock» haya decidido abandonar los estadios para presentar un concierto electroacústico en un teatro céntrico.
Por encima del riesgo asumido, lo que esencialmente conmueve en «Vivo acá» (toda una declaración de principios) son los resultados artísticos de la propuesta. Este primer álbum oficial en vivo («Viveza criolla» fue editado por su anterior grabadora cuando el grupo pasó a BMG) no es simplemente un unplugged en el que la banda, apenas acompañada por guitarras acústicas, interpreta sus grandes éxitos. Aquí afronta una verdadera reinvención de su repertorio, encontrando nuevos ángulos para canciones que, despojadas del «poncho de volumen» (Mollo dixit), revelan nuevos significados y profundidades.
Ya desde la instrumentación, el trío escapa a los convencionalismos: propone combinaciones inusuales (bandurria, guitarra portuguesa, violín, udu, cajón peruano), que se unen a interpretaciones inspiradas e invitados cuyas contribuciones aportan momentos brillantes. A esto se suma una grabación de gran claridad, que captura todos los matices de la música así como el clima de verdadera comunión entre el grupo y su público. El silencio es, por momentos, sobrecogedor.
Todo lo expuesto alcanza su mayor magnitud en el disco 1, con la seguidilla de «Como un cuento» (la guitarra con wahwah le da un aire de misterio), «¿Qué ves?» (donde aflora a la superficie el ritmo de 6×8 que subyacía en la versión original del reggae) y «Gárgara larga» (¡ese punteo!). Y hay otros momentos de enorme interés: «Sisters», con un impagable diálogo de guitarras entre Mollo y Juanchi Baleirón; «Dame un limón», en versión psycholatina y con un hilarante solo del saxo de Pablo Rodríguez; «15-5», en una versión extraordinaria, con el Mono Fontana aportando samples y un piano a lo Bill Evans.
El disco 2 es mayormente eléctrico, aunque abre y cierra con dos temas acústicos: «Par mil» y «Pepe Luí». Aun así, el contexto más sobrio de un teatro permite que el grupo exhiba en cada tema una musicalidad exquisita, desprovista de los gestos grandilocuentes que resultan casi inevitables cuando de estadios se trata; como muestra, vale escuchar la intensa versión de «El arriero». Esta segunda placa trae otra gema asombrosa, «Mañana en el Abasto», con el erke de Fortunato Ramos llevándonos desde la plataforma del subte línea B a las profundidades de la tierra, sin escalas.
Nada mal para la fiesta de 15 de una banda que, cuando surgió en 1988, luego de la muerte de Luca Prodan, se encontró con muchos que arqueaban las cejas con ese gesto tan argentino de «no va a andar».