«Emo», esa palabrita con la misma cantidad de letras que MTV quetanto repiten los adolescentes conflictuados del mundo hoy en día, funciona como lado oscuro de la fuerza en «Felicidades». No porque los miembros de Cuentos Borgeanos se delineen los ojos para cantar sus pequeñas tragedias sobre una base de punk inofensivo y estén felices con ello, sino precisamente porque se nota que están dispuestos a eludir la fórmula radiotelevisiva y no siempre lo consiguen.
Los problemas surgen cuando los elementos que comparten con el rock teen estadounidense (los genes punk, las melodías pop, la voz quebradiza y a la vez potente, las letras existenciales, la tiniebla latente) se confabulan para llevar al grupo al homogéneo terreno de las mochilas negras pintadas con corrector. Sin embargo, la búsqueda adulta y hasta filosófica que emprende Abril Sosa en sus letras (tan ácidamente optimistas como para decir que “para ser feliz sólo debes entender que eres parte del dolor”), la intención de diversificar la oferta de canciones (chequear la hipersensible “Té verde”) y la producción prolija pero no prefabricada de Pablo Romero logran despegarlos del pelotón y convierten a Felicidades en una experiencia juvenil y energizante, mas no infantil ni uniforme.