Ella recorre un camino férreamente independiente, alejada del circuito de sponsors y festivales, y hace lascosas segúnsus designios, sin aceptar presiones. Pero quienes la conocen saben que Claudia Puyó es una de las mejores cantantes del rock argentino y, en las raras ocasiones en que edita un disco, vale la pena prestarle atención. El ángel es su cuarto álbum desde su debut en 1985 con Del Oeste, y aunque a Claudia se la suele identificar con el rock y el blues, hay poco de eso en este trabajo: lo más cercano son sus versiones de “Adónde está la libertad” (dedicada a Pappo) y un medley entre “Come Together” de los Beatles y “Génesis” de Vox Dei, que se combinan con naturalidad. Pero en general es un álbum de canciones, bellas y desgarradas, que tiene como tema central la pérdida (el ángel al que se refiere el título es el de la muerte). La voz de Puyó conmueve, y en temas como “Una ilusión” y “Jardín de Piquillín”, en la que sobregraba múltiples voces en coros que caen como el agua de una cascada. El efecto es sobrecogedor. La producción, de la propia Claudia, es precisa, despojada, y cuenta con una verdadera colección de excelentes guitarristas, como Alambre González, Rano Sarbach y Tito Fargo, entre otros. Pero dos de los momentos más altos del disco encuentran a la cantante sólo con voz y percusión: su propio “Candombe del te quiero”, en la que la acompaña La Chilinga, y “Maldigo del alto cielo”, de Violeta Parra, con su dolor, que de tan real casi puede palparse. Mención especial para el arte de tapa, con fotografías de Uberto Sagramoso.