Confesiones de invierno fue un gran segundo paso de Sui Generis. La confirmación de que había mucho más que unas buenas canciones adolescentes presentadas en Vida.
Cuando Sui Generis estaba en la cumbre, en 1971, contó Charly García sobre esa circunstancia: «Con Vida vendimos una cantidad de discos bastante inusual para lo que era el rock. Entonces se dio como un fenómeno de apertura. Y nosotros teníamos que capitalizar eso. Así fue que compuse una serie de canciones que después trabajamos con Nito, buscando que Confesiones… tuviera otra tónica. Que fuera más personal. Queríamos dar algo más que la música y la letra. Buscamos experimentar. Yo quería tocar con una orquesta, y lograr parecido a lo que hace Elton John, ese sonido denso. En cuanto a la temática, es posible que haya significado la toma de una posición política. Pero lo que pasa es que en el primer álbum yo no tenía ningún tipo de conciencia política. Desde ese punto de vista, Vida es más fresco, pero tiene barandas ideológicas. Es válido porque refleja la adolescencia de un tipo. Creo que en ese sentido muestra fielmente el momento por el que yo atravesaba. Y Confesiones… es más maduro políticamente».
El disco
Cuando llegó el momento de hacer Confesiones de invierno, Charly García y Nito Mestre ya no tenían que convencer a nadie. Con Vida habían demostrado cuánto podían. Pero paradójicamente su compromiso era mayor, porque en ese momento tenían la posibilidad de dar vuelo libre a sus ideas y sus sentimientos, y con eso debían mostrar a todos que eran algo más que un par de queribles flacos de pelos largos con unas interesantes canciones adolescentes. García, indiscutible motor creativo del dúo, se despachó con un puñado de grandes temas para este segundo disco de Sui Generis. Por ejemplo, escribió Cuando ya me empiece a quedar solo, una canción que se podía esperar sólo de un autor maduro, nunca de un muchacho de 21 años. Y Rasguña las piedras, a partir de ese momento un clásico de todos los tiempos. Y Confesiones de invierno, un tema virtualmente solista con un texto fuerte como pocos otros. En Confesiones de invierno hay un poco de todo: crudeza en el mencionado Confesiones de invierno y ternura en Un hada un cisne, donde, dicho sea de paso, se evidencia una destacable aventura musical. Hay rock provocativo en Mr. Jones o pequeña semblanza de una familia tipo americana y desarrollo armónico en Tribulaciones, lamentos y ocasos de un tonto rey imaginario o no, donde aparece una orquestación importante y también apuntes de tipo político, muy a tono con el momento histórico del país: en esos días caía la dictadura militar y se avistaba la recuperación de la democracia, en medio de la efervescencia juvenil que provocaba el retorno del exilio de Juan Domingo Perón. Para este trabajo orquesta, Sui Generis contó con el aporte de Gustavo Beytelmann.
Textual
Confesiones de invierno fue un suceso de ventas. Eso posicionó a Sui Generis como el más importante referente popular del rock de esos días, el que podía llegar directo al público masivo. Unos meses después de la edición del disco, la revista Gente los entrevistó. Publicó la nota el 11 de julio de 1974, con el tono de haberlos descubierto…
Sui Generis:
Son dos, hacen «rock», tienen talento
Se conocen hace siete años. Pero todavía no hace dos que conocen el éxito. «Canción para mi muerte», el primer tema de Sui Generis que tarareó el público, los puso en el tapete. Hubo un LP, después otro y un nuevo tema que, como suele decirse, «la pegó»: «Confesiones de invierno». ¿El secreto? Una música de calidad, suave pero nada complaciente, cantada con todo el rigor que impone la voluntad de no traicionarse, Charlie y Nito -así prefieren llamarse, sin apellidos- responden a su música. Son dos muchachos jóvenes que prefieren susurrar a gritar.
Se llaman Charlie y Nito. Charlie accede a confesar que su apellido es García Moreno.
Nito prefiere seguir siendo Nito, por esas extrañas razones que aveces animan a los músicos de rock:
-Porque sí -dice mientras acaricia una guitarra, la suya, que cada semana suena , suave y melódica, ante auditorios de gente muy joven, joven y ya nada joven que admira ese estilo dulce y al mismo tiempo nada complaciente que anima a Sui Generis. Lo de gente muy joven y nada joven viene a que Nito acaba de contarme que de pronto se producen situaciones como la que se refiere a continuación:
-Charlie, ¡qué linda música hacen ustedes!
-Gracias, señora- y lo de señora se refiere a que quién formuló el elogio es una respetable dama de alrededor de sesenta años.
De los jóvenes y los muy jóvenes no necesita mayor explicación. La actitud y la calidad general de Sui Generis justifican el aval de quienes comparten una edad, una época, una análoga actitud vital.
Pero la cuestión es que milagrosamente gustan a todo el mundo. Sobre todo por dos temas: «Canción para mi muerte» y «Confesiones de invierno». El primero pertenece al primer LP, y el segundo, al segundo. Dos temas, dos LP, centenares de recitales, una fama que se expande y se manifiesta en diálogo desde escenario a público, en gente que dice «¿Vos sos Charlie? ¿Me firmás un autógrafo?», en pibes que tararean sus canciones y piden sus discos. Una fama que llega después de años, muchos años de estar juntos, años de colegio, de vacaciones en Villa Gesell, de gustar de los mismos músicos, de la misma vida al aire libre, en la paz del campo, con el mar sonando leve y amigo en los oídos.
-¿Qué es Sui Generis?
-Un dúo -responden completamente en broma.
-Ya sé -contesto-. Pero lo que quiero saber es de qué se trata, qué buscan, qué pretenden.
-Varias cosas- dice Charlie, mientras Nito asiente-. La primera de ellas es llegar a la mayor cantidad de gente posible sin traicionarnos.
-¿Por qué suponen que el éxito implica traición?
-No pensamos eso- dice Nito-. Pero sí pensamos que es más fácil traicionarse teniendo éxito que fracasando.
-¿Qué significa para ustedes tener éxito sin traicionarse?
-Vender muchos discos, muchísimos, todos los que se puedan, pero haciendo buena música -dice Charlie, muy tranquilo.
-¿Qué es para ustedes la buena música?
-La que dice cosas, suena bien y no transforma a los que la escuchan en completos idiotas -completa.
-¿Qué música transformaría a los que la escuchan en perfectos idiotas?
-La música que acude a sentimientos baratos, la que evita la inteligencia, la que sale de cualquier lado menos del corazón -define Nito.
-Linda definición, pienso mientras echo una ojeada a la casa, vieja y sumergida al fondo de una larga fila de casas bajas,justo donde el once empieza a ser Caballito, con la vía a una cuadra y el aire a barrio y a tranquilidad de glicinas y vida que transcurre sin urgencias. En el cuarto antiguo hay un piano, una batería, varias guitarras y un bajo. Allí ensaya Sui Generis, allí se define qué música se hará en el próximo recital, cuáles van a ser los temas del próximo LP. Allí el largo y flexible Charlie se sentará al piano dando la sensación de que le queda chico -tiene brazos y piernas que parecen tentáculos-: allí Nito cerrará los ojos, intentará un acorde y cantará con mucha y verdadera dulzura.
-¿Soñaron alguna vez con esto que les está pasando? Los discos, digo, y los pesos y los chicos que se les acercan con cara de veneración…
-Nunca -dice Charlie-. Verdaderamente, nunca supusimos que hacer lo que queríamos nos podía dar algún tipo de beneficio, fuera de la satisfacción de hacer nuestra música. En serio.
Imposible no creerlo. Charlie tiene los ojos limpios y la voz tranquila de quien no miente, de quien suele evitar «quedar bien» por más periodista que sea. Nito también, pero tiene un estilo más filoso, tal vez más desconfiado. En el fondo, los dos pertenecen a la raza de los inocentes, esa rara y peculiar raza que amenaza extinguirse.
Casi todos los temas son de Charlie. Nito mete baza aquí y allá, pero la firma es de Charlie.
-¿Eso quiere decir algo en especial? ¿Hay algún tipo de liderazgo discutido, algún tipo de cuestionamiento de uno respecto del otro?
Se miran y sonríen.
-¡No! ¡Qué va a haber! Si somos amigos desde siempre.
-¿Desde siempre? ¿Desde cuándo?
-Desde que nos conocimos en cuarto año nacional, en Caballito. Eso es desde siempre. Sobre todo después de las que pasamos: años de pasar de prueba en prueba, de recital en recital -nos iban a ver veinte o veinticinco personas-, de decepción en decepción. Llegamos a pensar que íbamos a terminar cantando para nuestras familias y nuestros amigos -dice Nito.
-Hablando de familias, ¿tuvieron algún problema? Oposición, esas cosas.
-Al principio, un poco. Pero vos sabés: cuando uno está convencido de lo que hace, termina convenciendo a media humanidad. A otra media va a estar en contra. Pero ésa es la que siempre está en contra, la que pretende que uno sea como ellos quieren.
-¿Cuál es el valor por el que ustedes darían la vida?
-La libertad, flaco -dice Nito mientras Charlie aplaude. La libertad, qué linda palabra y qué aspiración.
-Pero cuando hablan de libertad, ¿a qué libertad se refieren?
-A la del espíritu -dice Charlie. La libertad de soñar y respirar aire libre, la libertad de pensar que la muerte, en el fondo, no importan, porque lo que interesa es estar vivo, amar, crear permanentemente.
El día es gris y hace frío. Cuesta hacerles fotos: miran la cámara como si fueran a claverles una puñalada en el medio del pecho o de los ojos. Sin embargo, con la charla van aflojándose y acceden a cambiar de escenario. La música ayuda. Cantan, con envidiable gusto, Blowin’ in the wind de Bob Dylan. La música suena transparente, despojada. Les pregunto si el tema está en el repertorio que cantan habitualmente y me contestan que no, que prefieren tocar y cantar temas propios, aunque los temas ajenos sean tan hermosos como éste de Bob Dylan. En la calle, Solari -ya amigo de ellos- logra que se ablanden del todo. Cuando comienza a oscurecer volvemos a la casa.
-¿Qué admiran en la gente joven? Me refiero a la gent que va a sus recitales.
-Que sean valientes. Que sean capaces de prguntarnos, entre tema y tema, por qué hacemos esto. Que nos digan que algo no les gusta. Que nos exijan de verdad.
-¿Y hay algo que no les guste? ¿Algo que les parezca que debería cambiar en esa juventud?
-Sí -dice Nito-. Hay en los jóvenes, en nosotros, cierta tendencia a la autocomplacencia, a pensar que tenemos la verdad y que los demás, por el solo hecho de no ser jóvenes, están equivocados. Y también hay, en algunos, abulia. Eso de decir: «Y bueno, loco, me rayé». Con eso no podemos estar de acuerdo. Porque, ¿cómo coincidir con quienes pretenden estar de vuelta sin haber ido? Eso es poco serio.
Hay café frente a nosotros, un café que contribuye a transformar el interrogatorio en puro diálogo, en charla amistosa y coincidente.
-¿Cómo ven el panorama actual de la música argentina?
-Tirando a desastroso, como siempre -dice Charlie-. Y no por falta de músicos, que los hay a montones. Lo que pasa es que el mecanismo de un éxito poco tiene que ver con la música. Y el éxito es, en buena medida, lo que te permite seguir viviendo, lo que te da de comer, lo que te permite comprarte buenos instrumentos, lo que te da tiempo para experimentar, probar cosas nuevas.
-Pero ustedes tienen éxito.
-De acuerdo, pero no vayas a pensar que demasiado. Sobre todo si lo comparás con el que tienen otros que hacen canciones como si fueran papas fritas. De cualquier manera, no te estamos hablando por nosotros, sino por lo que, siendo tan buenos o mejores que nosotros, cantan en el baño o para cinco tipos.
Hay cierta amargura en la voz de Nito cuando dice esto. Una genuina amargura por quienes siendo músicos de corazón, como ellos, deben conformarse con, como él dice, «cantan en el baño».
Ya es de noche y Charlie y Nito quieren ver cómo se las arregla un amigo que hoy debuta en un estudio de grabación. Un cálido apretón de manos sella el encuentro. Y hay otra pregunta que quiere quedar en el aire. Pero yo no la dejo.
-¿Qué esperan de los días que vienen?
-Que podamos seguir haciendo música -dice Nito. -Yo quiero morir con uns canción en los labios -dice Charlie.
Que así sea.
E.G.Z.