Francisco Bochatón se muestra más inspirado que en sus trabajos anteriores. Menos electrónico y más directo, un gran disco.
El gran compositor platense continúa con la notable evolución planteada en «La tranquilidad después de la paliza» (2005). Si bien ahí ya habíamos visto a un Bochatón en gran forma, este «Tic Tac» nos hace ver un artista motivado por su inspiración, genuino en su búsqueda propia y profundo en su composición.
En relación a sus trabajos anteriores se lo ve más eléctrico y menos electrónico que hace cinco años atrás (cuando grabó «Hasta decir palabra») y también se perciben varios grados menos de voluntad experimentadora en función de ganar más consistencia sonora. Es destacable que pese a los buenos resultados obtenidos con su banda anterior para este disco Bochatón redujo la formación a un cuarteto y cambió tres lugares claves: Francisco dejó la guitarra para volver al bajo y el nuevo tecladista, Matías Mango, además de aportar un blindaje especial a las canciones tomó un protagonismo importante en la producción de la placa; asimismo persisten el baterista Christian Fabrizio y el multifacético guitarrista Fernando Kabusacki. Y tal vez lo más llamativo sea que Germán Novarini, quién había tocado la guitarra en los tres álbumes anteriores, ya no integra la banda de apoyo del ex Gorrión.
Los grandes detalles sobresalientes tal vez sean la pujanza ganada por las canciones y la capacidad de haber encontrado la métrica perfecta para esas melodías tan particulares que cosecha. Parecería haber dejado atrás ese filtro que hacía que el toque personal vaya en contra de la comodidad auditiva, pero no por eso se puede hablar de un disco complaciente. Y la complejidad talvez esté aplicada en la voluntad de crear imágenes capaces de lograr que el oyente roce situaciones y perciba con vivencia las emociones salidas de la creatividad del músico.
«No volverás» es la puerta de ingreso a un mundo íntimo, poético y pleno de referencias oceánicas donde nos sumerge fácilmente el cantautor. Las primeras palabras nos hablan de su sensación de haber hallado cierta luz: «Encontré un montón de ruinas/ en el mar/ junto a las esquinas/ hacia el sol van dirigidos/ todos los pensamientos». Se trata de una bella canción donde el bajo y el teclado tienen un sensual protagonismo musical. En «Rocas» vemos un trabajo más destacado de la batería y la guitarra, y allí la voz nos atrapa con una métrica fascinante. Hacía la mitad del tema la melodía se altera para internarse en uno de esos momentos de semizapada que en vivo se prestan para luces rojas. La intro de bajo del tercer tema, «Juegan los talones», anuncia un tema tenebroso, pero la primera estrofa tiene un tierno tecladito infantil que después se transforma en un estribillo que tal vez hable sobre la muerte en un instante digno de la mejor época de los Gorriones; por si fuera poco aparecen unas voces susurrantes que le agregan cierta suciedad e intriga al eclecticismo de una canción con tres partes bien diferenciadas. El clima se calma con «Tu voz se va», una balada up tempo acústica con reminiscencias de alguna banda indie europea, como Belle and Sebastián.
Cuando ya pasó el primer segmento de canciones aparece la cuota aterradora que tan bien sabe en una placa de Bochatón: «Rayo al trueno» carga con unas guitarras distorsionadas que juegan con un bajo hipnótico y una melodía de teclado que parece sacada de una película de terror, dándole forma a otro momento muy Gorrión de «Tic Tac». «Se irá con vos» es una desconsolada, breve (poco más de minuto y medio) y al mismo tiempo esperanzadora despedida otoñal donde el compositor nos regala una visita a su conciencia; la letra es elevadísima y parece escrita después de una sesión con la psicóloga: «junto los extraños momentos de mi vida/ y le doy un nombre a cada despedida/ será que la mejor manera de vivir/ no está ahora en mi cuarto/ tampoco está con vos/ estará por venir». En eso estamos cuando llega «Balvanera», canción soleada que habla sobre un figura que crea nuevas primaveras y un sol que acaricia un cuerpo que se ansía conocer. Los bríos de la guitarra de «Elemento enigmático» nos vuelven a cargar los oídos de una adrenalina reiterativa; los cinco minutos están basados en un agresivo riff crimsoniano con una línea de voz casi gritada que se repite constantemente y donde apenas hay cambios cuando aparece un puentecito instrumental. Y «Corazón divino» parece ser la tétrica canción que hubiera compuesto Kurt Cobain si hubiese tenido un tecladista delicado en su banda y bastante menos de rusticidad para componer.
El ultimo tramo empieza con una canzoneta feliz y tropicaloide que nos alcanza para imaginar cómo sería la obra de Bochatón si en vez de haber iniciado su carrera en La Plata hubiera estado radicado en alguna gran ciudad brasilera con vista al mar; «Perfume parpadear» tiene ritmo alegrón, pero habla de perfume de perros, un charco traidor, «piedras pulidas de la euforia» y «sangre en la almohada». El tema remite un poco al Maderita de los Visitantes, pero la instrumentación va por un lado mucho más eléctrico y mucho menos percusivo. La taciturna «Por la flor» nos deja ver a un elegante Bochatón en estado de soledad, con la simple compañía de una guitarra acústica (y un teclado bajito de fondo), allí habla sobre una piel que le deja ver cosas y pide que lo amen para «vaciar la pena».
El cierre son dos canciones autobiográficas: «Vuelvo siempre» es algo así como una revisión de su pasado, donde cuenta que le gusta «ver la casa y limpiar los objetos», y exhibe sus anhelos de que «alguien que quiere volver a creer espere en el amanecer». El punto final está en una especie de bolero new age llamado «Piensa en mí», una historia sobre una persona que «se acostumbra a respirar el sol a través de las escamas» pero que no llega a ningún lado y las últimas palabras que se oyen son «piensa en mí».
Bochatón, junto a Palo Pandolfo, siempre aparece como uno de los perdedores hermosos de la década del noventa. Pero al día de hoy no se ven artistas que hayan progresado en una búsqueda propia y original con tanto ímpetu, a pesar de sus semifracasos comerciales. Quizá en su persistencia y sus ganas de seguir en la suya pese a todo esté la razón del inobjetable triunfo que vemos en este disco.
Igualmente el tema de la (no) popularidad de Bochatón termina siendo algo positivo. Es obvio que él huyó un poco de eso al enredar tanto sus producciones previas y encapricharse en perseguir un camino personal. Mientras tanto, otros artistas cautivaron multitudes aburriendo a todos los demás. Bochatón es mucho más difícil de entender que Nekro, los Aldana o Fidel Nadal (por nombrar algunos de su generación), con su aguda inteligencia (un problema que no tuvieron los que sí alcanzaron la popularidad), sus intrigantes poesías, sus canciones poco convencionales y sobre todo su frialdad. Basándose en esos elementos, junto a una personalidad aparentemente tímida, reservada y anárquica, Bochatón logró posicionarse como un artista moderno y refinado.
Ya desde la tapa el compositor nos dice que esta vez quiere dar la cara, después de que en el disco anterior nos diera la nuca. En ese sentido parecería que se buscó dejar claro que las dos placas tienen un lazo de unión. «Tic tac» es un disco con más respuestas directas que preguntas rebuscadas y en estos cuarenta y tres versátiles minutos no hay tiempos muertos. Es evidente que la paliza tranquilizó a Francisco y ahora nos puede dar su tiempo (tic tac), su corazón (tic tac), el ruido de una noche (tic tac) o el sonido de sus pasos acercándose (tic tac tic tac tic tac).