Hace pocos días salió a la venta el tercer disco solista de Iván Noble, acústico, con grandes invitados y dedicado a su hijo recién nacido.
Posiblemente, «Intemperie» no traiga grandes pasmos a quienes, desde antes, circundan a Iván Noble y, tal vez, ahí se esconda el diamante: en la fiel composición, en los acordes sencillos pero elegantes, en la precisión para medir lo desértica la vida puede ser… Lo bienvenida que la vida sabe ser.
Y en este caso, además de un disco, Iván es culpable de otro nacimiento. Dos creaciones devinieron en este último tiempo: su tercer obra, su primer hijo. Tal vez, con ese ambiente por todos lados, es que decidió versionar una canción de Maria Elena Walsh. Con todo ese mundo en diminutivo y por estrenar (nunca mejor elegido).
«Intemperie» es como un pulpo (de trece brazos) que se mueve en el agua que mejor conoce, pero no por eso, con poco estilo. Si hay algo que Iván sabe, es pintar mapas tristes con crayones urbanos: casitas lunfardas que si no fueran acústicas olerían a tango.
Iván puede contar los cuentos que a diario nos encargamos mancos de escribir en la ciudad. Letras delatando suelas.
Con pasado en los bolsillos, con dos discos anteriores
Con desastre y con revuelta
Y los Buenos Aires que un acordeón sabe tener.
Con Julietas en las casas
Con macetas y un bebe
Con tristeza en las costumbre y esperanza en el fondo…
Con los ojos abiertos mordiendo la vida, despertando a la intemperie de este mundo:
Iván queda paradito, reafirmando una y cien veces que lo dicho no lo retira. Y que, en definitiva, es el acústico su cuadro mejor.
A Benito fue éste disco… «Al jardinero y a su canción».