El álbum debut de Valle de muñecas invita a recorrer el atractivo universo de «Manza» Esaín.
En tiempos donde los sentimientos parecen descartables, Mariano «Manza» Esaín (cantante, guitarrista, compositor y productor) confeccionó un disco capaz de capturar el corazón. ¿Se podría decir que es uno de los trabajos más inoportunos que hayan ganado la calle en los últimos tiempos? A ver: el álbum abre con una catarsis de guitarras fuertes, donde se libera una letra desesperada pero alentadora. Y alcanza con esa muestra para vislumbrar que los aires épicos, la fragilidad emocional y la tensa calma son los artilugios más efectivos de Valle de Muñecas.
La fusión de una batería drástica (en manos del hermano menor de Manza, Luciano) y una guitarra dominante forman un colchón macizo donde la voz de Esaín se derriba sin esfuerzos. El sonido final logrado remite a los discos ingleses de los 60, y no es un dato menor que los instrumentos hayan sido grabados en vivo. La diestra labor de Esaín, uno de los productores más rendidores de la música argentina, invita a suponer que estas canciones tienen un acabado insuperable.
Una comparación posible podría relacionar a «Días de suerte» con los primeros dos discos de Oasis. Pero en realidad esa confrontación minimizaría un trabajo que construye un canal entre el artista y el oyente que pasa del crepúsculo a la esperanza, de lo directo a lo metafórico, de la angustia a la exaltación. Y donde los Gallagher exclaman grotescamente que consideran al bar su segundo hogar y que nunca tocaron un libro, Manza demuestra ser un artista leído sin pudor a mostrar sus vacilaciones.
Valle de Muñecas parece dar todo el tiempo sensaciones contrapuestas que forman un torbellino. «Días de suerte» es la evocación amarga de un amor dulce («Duele perder / cuando el ayer / nunca queda atrás»), «Suerte y verdad» tiene algo como de reposo post ataque de pánico y «Sábado» es el centro de mesa de una tabla donde nadie va a comer. El escepticismo mágico que transmite Esaín parece surgido de una urbe gris, compacta, carente de alma y atractivos. Pero los pasajes de tren de la tapa de Días de suerte invitan a pasear y hacen que en esa ciudad sea fácil perderse y, aún más fácil, adorar.