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Crítica: «D-Mente»

  • Matías Peluffo
  • 15 junio, 2007

En este nuevo proyecto Andrés Giménez baja un cambio con respecto a la idea atronadora de la música que desarrolló durante una década y media, cuando estaba al frente de quizá la banda argentina de metal más importante de los ´90, ANIMAL. D-Mente, el nuevo conjunto de músicos que le da forma a las canciones del cantante, parece tener la premisa de intentar sonar un poco más apagado que su anterior combo, tal vez buscando el brillo a partir de los detalles más que intentando ganar por knock out.

Ni bien empieza la placa se evidencia un sonido con muchas horas de trabajo en estudio y sala de ensayo. La apertura es «Adicto», antes que nada una canción rápida, adrenalítica e intrincada. Y después de eso, una buena excusa para que los músicos demuestren capacidad técnica, sobre todo en la parte instrumental final. Allí Giménez parecería estar orientado a cantar con una voz más nasal que en épocas previas, pero eso no evita que su registro sea fácilmente reconocible. Y la letra va por el lado de la denuncia contra «los vicios oscuros que dominan el alma». El segundo tema, «Crease o no», sigue descargando intensidad en los oídos, pero es demasiado parecido al primer track. Si «Dispuestos a matar» durara un minuto menos podría tener alta rotación en muchas radios, alternativas o no; acá tenemos uno de los picos de la placa, donde podemos oír la voz editada a partir de dos registros, uno de los cuales cambia de tonalidad para generar un efecto fantasmal (en los discos de Tool se suele apelar a éste recurso). «Enviciado» empieza como lo más distorsionado del disco e inmediatamente hace pensar en ANIMAL, pero después la letra parece más para la apertura de Gran Hermano que para reventarse haciendo pogo («cada cual en su rol/ desdibujamos la lección/ sin medir que todo tiene su error/ no es el premio ganar/ sin saber lo que fue perder/ … / en el juego de la vida/ existen dos extremos/ que dividirán lo mejor de lo peor»). Cuando promedia el disco aparece el gran paso en falso de D-Mente: «Sueño en gotas», una composición que podría haber salido de la mano y el corazón de Alejandro Lerner. Seguidamente nos acecha «Disparo», uno de esos temas que ni bien empieza dan la sensación de «esto se pudre». Y a los 35 segundos se confirma la corazonada al aparecer en escena un riff espeso; lamentablemente el tema decae un poco cuando llega al estribillo. «Tentación» trae un sacudón de energía entre punk y distorsionada, pero la letra sobre los vicios y el descontrol ya parece demasiado remachado. El momento más alternativo, en el sentido Audioslave del término, llega en «Rugen sus voces», una canción que quizá aluda al desprecio político hacia los ex combatientes de Malvinas. Otro momento taciturno y descomprimido llega con «Aguilas», que empieza como una especie de balada neo-metalera y después aumenta impetuosamente su ritmo. En «Embrión de vida» el sonido grueso del bajo y el tratamiento de la voz (filtrada y jugando por los parlantes) le aportan categoría al tema, aunque esa tendencia de Giménez de estirar demasiaaaaaado las palabras en el estribillo termine empalagando un poco. Cuando empiezan a sonar armónica, percusión y guitarra acústica en el último track, «Ojos del cielo», parecería que el tema salió de una noche de amistad con León Gieco. Y la sospecha se confirma al empezar la segunda vuelta; ahí aparece la cálida y áspera voz del cantante de los reclamos populares para acompañar a D-Mente en un cierre luminoso.

Una vez que termina el disco resuenan momentos notables que demuestran tenacidad técnica e inspiración creativa. Pero también están los segmentos desorientadores, que generan la sensación haber transitado una calle con algunos notorios baches. Tal vez la temática de los vicios, las adicciones y la pérdida de control termine acotando las posibilidades creativas de los textos. Y también queda un gusto a poca experimentación, quizá falta de contrastes. Eso no quita que estemos ante un Andrés Giménez que tuvo la meritoria capacidad de sacarse de encima una piel. El trabajo nunca es en vano. Estamos frente a una criatura shockeada que hace pie tras un parto exigente. Y es muy probable que cuando crezca se transforme en un ser sano y robusto. O no.

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