Había una vez una banda que sonaba como las de Manchester… y el cuento empieza otra vez: el cantante se amigó con el guitarrista, alquilaron una casona en Temperley y Juana la Loca grabó «Casablanca».
El corte de difusión pegadizo como al principio marca cierta urgencia en un grupo que se tomó tres años en publicar un disco con canciones nuevas, pero también es una marca registrada del grupo de Rodrigo Martín. «Dame pasión» es una canción bien simple (riff pegadizo, sonido aggiornado, letra descontrolada pero prolija, estribillo reiterativo) de esas que se cuelan irresistiblemente en la radio o el canal de videos; pop perfecto que le dicen. La voz de Martín suena mejor y más definida que nunca, pero con el mismo color de siempre: sigue estirando las «iiiii» casi hasta formar un chillido pastoso que se derrama sobre la música.
El segundo tema sabe a esencia de britpop: guitarras usadas como capas, una melodía efectiva y la letra escrita desde la óptica de alguien irritado por cuestiones de pareja. «Resurrección» tiene un riff colgado tipo «Cigarretes & Alcohol» de Oasis o «Dame eso» en el primer disco de Juana, aunque no es tan sucio. «Planeta Carmesí» es la primer canción alegre o primaveral en medio de un contexto bastante nocturno. «Divina» tiene una melodía divertida, pero esta vez la letra habla de las decepciones de una chica bien que tiene que conseguir urgente un novio desinteresado (como la Cristina de Joaquín Sabina). En «Sangre y espinas» vuelve el riff ruidoso y la sobredosis de energía tóxica. «Azul neón» hubiera sido una buena opción como apertura del disco: intro absorbente, clima denso, sonido tecno, «agua fuego / me quema el hielo» como primeras palabras y la sensación de quiebre reflejada en la letra («algo rompió la oscuridad»). «Exitación digital» puede transformarse en un himno para onanistas cibernéticos y le sirve a Martín para cantar como si fuera un coleccionista de ropa interior femenina usada (algo que le salía muy bien Jarvis Cocker cuando estaba al frente de Pulp). «Estrella encendida» es la oda a la cocaína que le hace falta a todo disco de rock… eh, bueno, de pop. Y el último mojón es «Alcohol, vos y yo», un final del que se deduce una gran faena al momento de elegir las canciones que iban a quedar en el disco… o que la creatividad de los músicos sólo alcanza para hacer diez canciones redondas en tres años.
La vuelta de Roberto Pasquale al grupo le aporta riffs que no se podían escuchar en «Belleza» (2002), pero eso no alcanza para hablar de una evolución: Juana suena más parecido a Juana que nunca. Y eso, en una época en la cual se escribe que el britpop está muerto, es un síntoma de coherencia y constancia indiscutible. «Casablanca» no deja dudas ni ofrece concesiones. No hay espacio para hits amables o jubilosos como «Boomerang», «Planeta infierno», «Si pudieras olvidar», «Sábado a la noche» o «Rescatame». Es solamente otro (muy buen) álbum de Juana la Loca y va sonar en la radio tanto como el último de Turf… seguramente hasta que Martín decida volver a grabar una placa (en la primavera del 2008).