A metros del Parque Centenario, el espacio cultural Visha Bravard se transformó en una usina de propuestas musicales alternativas, de elevada calidad artística. Un círculo (no tan) cerrado, donde se complementan Ezequiel Borra, Pablo Paz y el grupo Polaco Sunshine, entre otros talentos de la escena porteña. Desde esa sede, Martín Reznik, el Gnomo, proyecta sus canciones al universo. Lo hace al frente de un curioso ensamble que fluctúa con naturalidad entre el pop y la música de cámara contemporánea. Una vez más, el uruguayo Eduardo Mateo aparece como un faro estético que ubica a este grupo en una dimensión paralela a La Manzana Cromática Protoplasmática, al Bagunga de Manuel Onis y alos cantautores con orquesta (Grinjot, Alvy Singer). El Gnomo se revela como un compositor sensible, que con sencillez y sin estridencias, supo «vestir» a sus canciones, tomando elementos del reegae, la psicodelia, el jazz y la MPB, entre otros ritmos. Además de la inusual formación del grupo (del chelo y el bombo legúero al Casiotone y el charango), aportan otras sonoridades la tuba y el trombón de Santiago Castellani, el cuatro venezolano de Nacho Rodríguez, (Onda Vaga), además de los Bravard (Borra en mbira y guitarra, Paz en bajo y ¡ménsulas!), entre otros invitados. Sin embargo, el encanto del disco pasa por las canciones, esas pequeñas sinfonías sensibles que contribuyen a la salud universal.