El 17º álbum solista del ex Sui Generis y Seru Giran, entre otros, llega después de su predecesor «Kill Gill» (2010), a través del sello Sony Music.
Charly desanda un fragmento de «Nocturno op. 9 nº 2» de Chopin para empezar un disco después de siete largos años de haber sido noticia por otras circunstancias: enfermedades, excesos, rehabilitación, caída, recaída y debates. Pero en «Random», García regresa musicalmente lúcido, inclusive modernizado y saltando en una cama elástica de diversos teclados protagonistas que le dan esa cadencia a lo hija de lágrima; entre melancólica y esperanzadora.
Conceptuar a Charly García después de casi una década sin publicar resulta arriesgado por su trayectoria. Sinceramente poco debe importarle lo que pensemos porque este «Random» son treinta y pico minutos de lo mejor en décadas de un tipo controvertido que acusa 65, fundó varias de las bandas más emblemáticas del rock vernáculo y aún tiene canciones para dar.
También vale la pena preguntarse si todavía le hace falta seguir inventando cosas, porque cuando asomó «La máquina de ser feliz», el humo espeso de los puristas que lo jubilaron hace rato se condensó con los suspiros que despertó ese vals parsimonioso que cierra con la antológica frase: «La máquina de ser feliz la tiene el Papa, la tengo yo». Una canción -muy influenciada por «The miracle of love» de Eurythmics- que podría estar en los créditos de una película; otro arte determinante para esta producción, como lo fue para gran parte de su recorrido artístico. Y de hecho, un director de culto («Ella es tan Kubrick») le sirvió para adjetivar al personaje femenino de uno de los rockitos de «Random».
Esta especie de long play a la antigua con 10 canciones, que también salió en vinilo, tiene un colchón de coros/voces que Rosario Ortega aplica para amortiguar a Charly. El banjo neofolk de «Primavera» acuna una reflexión sobre la era digital y no es poca cosa que la frase del final sea «hoy estoy más joven que ayer». Tampoco es que Charly tenga solamente algo para enrostrarle a la tecnología. Una vecina también recibe lo suyo en «Rivalidad», un funk autobiográfico (como lo es absolutamente todo «Random») con un estribillo para corear hasta la muerte. Pero hay más porque le cabe hasta a Marcelo Tinelli en el oscuro «Amigos de Dios», un literal y crudo repaso por la tele zappinera y la invasión de los pastores portuñoles en las madrugadas argentas.
Además del que Charly hace de sí mismo casi todo el tiempo, hay dos homenajes explícitos: Uno con «Believe» a la influencia brit de los Who o los Beatles (también parafrasea a los de Liverpool en el cierre de «Mundo B), y otro a Phil Spector en la canción que lleva como nombre el apellido del productor norteamericano que trabajó con The Ronettes, y cuyo estribillo precisamente es casi un calco de «Be my baby», de las chicas neoyorquinas que brillaron en los 60′.
«Random» significa aleatorio pero azaroso o no el disco comienza con Chopin y termina con un fraseo beatle. García grabó lo espeso del álbum con los hiteros de Turf que aún no pueden creer lo que compartieron con él. También está la mano espiritual de Palito Ortega y su estudio personal, Fernando Samalea y Antonio Silva en baterías, y el chileno Kiuge Hayashida en guitarra. Todo queda en familia porque el arte de tapa (que también hizo García) es un collage que retrata a su novia Mechi Iñigo en la cocina de su departamento.
Lo que queda por enfrentar es una buena reflexión sobre esta decena de canciones de actualidad comercial que Charly, de nuevo alistado a una compañía discográfica multinacional -monstruos en los que también supo brillar sin inconvenientes-, trae de nuevo a un mercado sumamente narcotizado por la tecnología. De todas maneras, y pese a ser un disco de composiciones redondas, su nombre dice mucho aunque sea sencillo: «Random» es aventurado y en buena hora que Charly García esté de vuelta entre nosotros, los que disfrutamos de su música.