Y digamos la verdad: después de los surgimientos de Almendra, Manal y Arco Iris, muchos pensaron que la exploración de un sonido nacional se había acabado. Es mentira. Y hoy está la prueba: se llama Aquelarre, dos músicos que participaron del proceso gestador y otros dos más recientes. Síntesis: una nueva —extensión— posibilidad para la música popular argentina.
Hay varias cosas importantes en el primer long play de Aquelarre que lo hacen destacar de casi todas las últimas ediciones de grupos locales. Pero la primera es seguramente el resultado concreto del sonido del grupo que va más allá del clavicordio eléctrico de González Neira (novedoso por cierto) y de la eventual guitarra hawaiana de Héctor Starc, ese sonido está guardado en el contexto total: no hay yeites importados, ni clichés conocidos. Todo está realmente ela- borado: los sutiles coros de «Aventura en el árbol». los precisos rifs de Starc en «Movimiento», ta limitada voz de Emilio del Guercio sacando matices de la imaginación, cadencias naturales de sus vecinos de ciudad.
Todo el disco respira un aire de prolijidad (por momentos excesivo seamos sinceros), pero una prolijidad no demasiado habitual dentro de la progresiva local. No por eso perdieron el alma, un toque de pasión —amor que se trasluce en las letras: desde la naturalidad de «Cantemos tu nombre» al surrea- lismo hermético pero filtrable de «Canto».
En general la temática del álbum traspasa la barrera de la experiencia íntima, personal (muchas veces desenfocada) de los intérpretes, para ubicar el mundo de los amigos de la infancia, del compromiso, en definitiva de la objetiva realidad circundante de un coetáneo de hoy.
Las labores individuales son difíciles de destacar o valorizar en una formación compacta como la que Aquelarre está logrando. Seguramente llamará la atención por lo nuevo el clavicordio de González Neira (desde Ciro Fagliatta probablemente el mejor tecleador argentino), pero no es menos eficaz la feliz conbinación rítmica que por momentos logran del Guercio y Starc ya anticipada en las zapadas que realizaron juntos aún antes de formar Aquelarre. García es quizás el más pulcro y meticuloso de los cuatro: una batería precisa, desapercibida cuando tiene que serlo y presente con todo en los momentos de fuerza.
Este disco es muy importante para la consolidación de Aquelarre como grupo y como imagen necesaria dentro del rock, pero segura mente es más importante para el movimiento en general, mucho más allá de que haya opiniones contrarias o no demasiado entusiastas; su importancia se va a comprobar con el tiempo. Así como algunos años atrás hubo grupos que señalaron un camino, Aquelarre puede llegar a hacerlo también y quizás con más claridad en un ya necesario segundo long play.
Los trabajos esbozados en este primer álbum dan la sensación de que el grupo no se termina allí o que tiene que esperar un tiempito para madurar nuevas cosas. Son seis temas y el oyente esperaría tres O cuatro más. El grupo posee un repertorio más amplio, quedó demostrado en los recitales. Pero en las grabaciones parecen crecer, multiplicarse en la creacion. Quizás por el esmerado trabajo que realizaron en los estudios, meticulosidad que ya fue comentada en números anteriores.
Esa técnica es probable que arrastre opiniones a enjuiciar cierta frialdad en la música que transmite el disco. Si se lo separa en porciones puramente académica es probable esa conclusión. Pero el resultado total de lo hecho, el sentimiento del long play rebasa con autenticidad esos límites.
Es indudable que estamos caminando por otros caminos, que son una herencia de los errores del pasado, y un resultado del refinamiento de ciertos resortes. La confección del álbum por ejemplo (una doble tapa impresa en negro) demuestra imaginación sin efecticismo y un sentido poco usual de lo necesario sin ostentación de fotos, ni colores de super estrelas. Todo indica que esta- mos transitando por una nueva etapa en el rock: por los grupos, los recitales, los discos como éste. Pero eso es un reflejo de que existe una vocación general por cambiar la cosa. Ellos también lo dicen: «Oigan, vayamos a luchar, la historia se murió».