Los Espíritus es una banda clave del under porteño contemporáneo, valorada además en una porción importante de América Latina. El sucesor del consagratorio “Gratitud” (2015) se llama “Agua ardiente” y tuvo casi 150 mil reproducciones a menos de 20 días de su lanzamiento, como también se esfumaron las mil descargas gratuitas disponibles en Bandcamp.
“Jugo”, con un sonido bien característico, había sido el segundo adelanto de “Agua ardiente” que fue grabado en El Attic de General Rodríguez, donde el paisaje campestre del mítico estudio bonaerense motivó un clima rutero y desértico reflejado en canciones como “Perdida en el fuego” o “Luna llena”.
La nueva obra de los liderados por el polifacético Maxi Prietto junto a Santi Moraes se llevó a las consolas del oeste para procesarlo en cinta analógica abierta y así rescatar a Los Espíritus sonando como suena en vivo, nuevamente eligiendo al eminente Mario Breuer para masterizar esas diez composiciones, producidas por ellos mismos, que lleva apenas un cuarto de hora escucharlas.
La oportunidad de estos 45 minutos de Los Espíritus como realmente es arriba del escenario resulta una experiencia riquísima. Se siente nítido el nylon de la guitarra, el acertado canto parsimonioso de Prietto en cada verso y los coros espectrales de Moraes, uno de los cantantes irreprochables que tiene el grupo.
El blues mundano y de ultratumba de “Agua ardiente” cuenta historias cotidianas que suceden en el tren o en el subte; en las horas pico, cuando el laburante (el álbum se publicó un 1º de mayo) regresa a casa. “El trabajo dignifica, eso dice mi patrón” canta Prietto en “La mirada” (que fue el primer simple) y antes pasa por otro blues más clásico y de honesta crítica social: “La rueda”.
Esa predilección por el ritmo que tanto invoca a la realidad de los desposeídos, en letra y música, tiene fundamentos porque Maxi, Santi, Pipe, Barreyro, Mactas y Fernández Batmalle confluyen en La Paternal, el barrio de la Capital que cobijó a Pappo Napolitano. Pero esa observación citadina convive con la mística de este sexteto -según ellos dicen- unido por el fuego una noche, y la sicodelia de baladas folkeadas como “Esa luz”. Funciona como una especie de pacto con lo clásico de ciertos sonidos y chamanes latinoamericanos para lograr algo crudo y original, muy bien transcrito por las reliquias del Attic.