Pequeña Orquesta Reincidentes presentó su último disco «Traje» en el teatro ND/Ateneo. La crónica de Adriana Franco, para La Nación.
«Yo le hablé despacio», comienza la canción con la que la Pequeña Orquesta Reincidentes eligió iniciar la presentación de «Traje», su nuevo disco, en el teatro ND/Ateneo. Y algo de síntesis de la propuesta hay en esa frase inaugural, porque el grupo trabaja justamente sobre pequeños fragmentos con los que va construyendo los temas que ya tienen su marca. Fragmentos de letras, fragmentos de sonidos, fragmentos de sueños y melodías que son ensamblados por la banda para crear sus canciones.
Así, en «No hay un alma», presentan una descripción desolada, sintética y desamparada, en letra y música, de un hombre en la tarde de la ciudad, con los breves y lentos versos cortados por golpes precisos que podrían ser campanadas de lúgubres augurios.
O es el tecladista y acordeonista Guillermo Pesoa quien con aire de tango arrastrado habla del destino y el viento en «Mudanzas», mientras el banjo sucede a la mandolina en las manos de Santiago Pedroncini.
Las canciones de «Traje» se unen y mezclan con otras anteriores de la banda que hace ya unos cuantos años decidió reducirse en volumen, cambiar sonoridades y jugar con los climas. Por eso, la habilidad de los cinco integrantes de esta pequeña orquesta no pasa por el virtuosismo con los instrumentos sino por la curiosidad, la búsqueda en lo musical y sonoro. Serruchos-violines; percusiones, trompeta, tuba y banjo circulan entre ellos. Y también la voz cantante que toman Juan Pablo Fernández o Pesoa, pero que también puede ser la de Guerra.
Una de las claves del quinteto es que sabe alternar los momentos oscuros, densos y enlentecidos, como demorados en el paladear de una sensación y un estado, con otros «extravertidos», en los que algunos ven influencias balcánicas cuando en verdad es esa explosión rítmica y bien marcada que en distintas latitudes marca la posibilidad, el llamado al festejo. Entre los dos extremos que también podrían llamarse el carnaval y la música de funerales, la pequeña orquesta arma su espacio propio, en el que se mezcla el tango con la música del Mediterráneo y hasta asoman acordeones con aire a zydeco. No es casual la referencia a una de las músicas de cruces de esa zona de cruces (y hoy de dolor) que es Nueva Orleáns. Cruces, porque estas tierras también están marcadas por las fusiones, los encuentros de ritmos y sonidos, que ellos encarnan con melodías que podrían ser las de imaginarios abuelos cantando pasodobles, bailando tarantelas o emocionándose con las canciones francesas.
En esta presentación austera, recorrieron casi todo su nuevo disco, alternaron varios del anterior trabajo, «Miguita de pan», e intercalaron algún tema de cuando aún eran Reincidentes a secas, pero deconstruido para una nueva presentación. Austera, porque no hubo invitados y apenas hablaron. Pero es así, como llegados de otro tiempo y de otro lugar, como la pequeña orquesta arma su espacio y un sonido que ya les es propio.