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Yo volveré a las calles

  • Redacción Rock.com.ar
  • 14 octubre, 2006

Fragmento del libro «Buenos Aires y el Rock», de Adriana Franco, Gabriela Franco y Darío Calderón, editado en 2006 por el Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.

Ha sido largo el recorrido desde aquella ciudad de la que se quería huir hasta este tiempo en el que incluso hay una suerte de subgénero llamado rock barrial. Acompañando o yendo al ritmo de los cambios sociales y políticos que le tocó vivir al país y por ende a la ciudad, las letras del rock fueron un vehículo para lograr ese reencuentro con lo propio, en una lenta apropiación que fue del canto a la ciudad con defectos y virtudes de los años ochenta, a este tiempo en que el rock lleva banderas que identifican a los seguidores de las bandas por su barrio de origen. Una actitud del público que responde a las propuestas letrísticas, que se han hecho más locales y que, en un ida y vuelta, las bandas reconocen: así, Los Piojos, por ejemplo, una de las bandas más convocantes, tienen ya como costumbre que el cantante, al cierre de los shows, enumere los nombres de los barrios que se exhiben, orgullosos, desde las banderas en alto; esas “banderas en mi corazón” a las que también les cantaban los Redondos.

Claro que no son sólo barrios lo que se nombra en las letras. Casi desde el inicio hubo algunos lugares concretos de la ciudad que fueron citados, nombrados e invocados: las letras del rock están ligadas a su lugar de origen, y las muchísimas referencias a calles, bares, barrios, esquinas o plazas son la demostración más evidente de ello.

Ya desde los títulos de las canciones vemos cómo el rock echa raíz en alguna zona porteña: a partir de los fundantes “Avenida Rivadavia” y “Avellaneda blues”, de Manal en 1970, se descubren muchos otros atravesando el tiempo y los estilos: “Once”, de Babasónicos; “Mataderos blues”, de Memphis; “Canción de Bajo Belgrano”, de Spi- netta Jade; “En el Bajo Flores”, de Rata Blanca; “Las golondrinas de Plaza de Mayo”, de Invisible; “Mañana en el Abasto”, de Sumo; “En las calles de Liniers”, de Hermética; “Para salir de Devoto”, de Celeste Carballo; “Maldito San Telmo”, de Jóvenes Pordio- seros; “Puerto Madero”, de Kevin Johansen; “Callejeros de Boedo”, de Callejeros. Y hasta hay una banda llamada Buenos Aires, y otra, Todos Al Obelisco, que en su mismo nombre no sólo menciona ese emblema porteño, sino que se hace eco de la costumbre de ir allí a festejar triunfos.

Yendo a las letras, vemos algunas recurrencias. La calle Corrientes, avenida infatigable, es una de ellas. Fue en los inicios la zona que no paraba y a la que los mú- sicos recurrían al fin de las largas noches de shows múltiples, como recuerda Edelmiro Molinari: “Con Almendra, después de hacer varios shows, íbamos a comer, tarde, a Zum Bier, una cervecería alemana que estaba en Callao y Corrientes, al lado de donde ahora está Zival’s”. Allí les preparaban comida caliente sea la hora que fuera, y aparecían otros que andaban como ellos, de trasnoche incansable.

“Corrientes es un billar” decía ya en 1972 el tema “Buenos Aires beat”, de La Barra de Chocolate. Y, más de veinte años después, Los Fabulosos Cadillacs le cantan en “Piazzolla” a la “Corrientes de Buenos Aires”, haciendo con el título y la cita un lazo con el tango (“violentango”, dirán en otra parte de la letra).

Es en esa avenida donde también se encuentran aquellos niños de “11 y 6” que Paéz retrataba en 1985:

Él se acercó, le preguntó si andaba bien llegaba a la ventana en puntas de pie
y la llevó a caminar por Corrientes (…)
Durante un mes vendieron rosas en La Paz presiento que no importaba nada más
y entre los dos juntaban algo

Cinco años más tarde, ese retrato anticipado y todavía romántico se convierte en “El chico de la tapa”: de “La Paz” al Dock, un itinerario que va de la mano de la realidad más cruda que había comenzado a imponerse en el paisaje urbano.

Si Javier Martínez había cantado en los orígenes a la “Avenida Rivadavia”, en 1994 le dedica un tema entero a “Corrientes”, en el que utiliza como pocas veces el lunfardo: allí hay “minas”, “choborras” y “chochamus”, pero esa marca tan tanguera se mezcla con la referencia a Pappo y con la jerga del rock: “En Florida me paré y con Pappo me encontré”, y “el melanco de percal se copa con mi rock”.

Y está, claro, Memphis la Blusera, cantándole en 1982 y rescatando ese resabio del pasado angosto al hablar de ella como “calle Corrientes”, con el inolvidable menú de “moscato, pizza y fainá” y los versos que se hicieron de todos:

Las luces se encienden, calle Corrientes,
se llena de gente que viene y que va salen del cine
ríen y lloran
se aman, se pelean se vuelven a amar y en la Universal
fin de la noche moscato, pizza y fainá.

Buenos Aires y el rock

Gieco encuentra a Corrientes pero no en el centro, sino en la esquina de Thames, en “Cumbia de la ciudad”. Y Luca Prodan le canta al barrio del Abasto y a la estación del subte que corre con la avenida. Varios años después, en 1999, el grupo Los Gardelitos (que retoma en su mismo nombre la estirpe porteña y tanguera que ya había anticipado Tanguito en su nombre artístico) la sigue invocando: “Son las tres de la mañana, cami- nando por Corrientes, muchos ojos han brillado, sin embargo sos el mismo”. En 2005, Carlos Cutaia les canta a las “Tristezas de la calle Corrientes”:

Ablandan el camino de la espera con la sangre toda llena de cortados, en la mesa de algún bar.
Calle como valle de monedas para el pan. Río sin desvío donde sufre la ciudad.
Los hombres te vendieron como a Cristo
y el puñal del Obelisco te desangra sin cesar.

Corrientes, eje central de la ciudad, arteria viva y elegida desde siempre para el andar sin rumbo fijo o para recalar en sus bares, encontró en el rock quien la mantuviera “viva”, como antes lo había hecho el tango. Pero no es la única contraseña para definirse como habitante de la ciudad, o para apropiarse de ella.

Otra zona porteña que insiste es Constitución (no así Retiro). Paéz y Sabina hablan de un fantasma que merodea por allí en el tema titulado “Buenos Aires”. En “De 1920”, incluido en Ciudad de pobres corazones, Páez se pregunta “cuánto sale un taxi desde aquí a Constitución”; los Cadillacs también la citan: “En un café de Constitución perdió un amor de esos amores que se pierden en un café”. Pez traza un eje “sureño” en “La estética del resentimiento”, cuando enumera: “Agarrás por San Juan, Barracas, Constitución, Garay”. Y Baglietto le pone voz a la letra de Adrián Abonizio “Constitu- ción de noche”:

La noche en Constitución tiene un aire particular que la lleva la brisa del río
la traen los autos al clarear (…)
roja y roja es Constitución
la viven gastando las babas del diablo la sangre del alcohol.

Hay también esquinas y direcciones: “Larrea esquina Sarmiento”, de Virus, en “El 146”, un canto al colectivo, ese invento porteño; en “Pensé que se trataba de ciegui- tos” los Twist cantan: “bajé en Sarmiento y Esmeralda / compré un paquete de pastillas Renomé”, y del mismo grupo se cita la esquina de “Viamonte y Paraná”, en la pícara “Piso de soltero”; las Viudas e Hijas de Roque Enroll ponen su toque de humor cuando en “Souvenirs de Oriente” cantan: “Villa Crespele, Corrientes, Canning”; Moris inmortaliza el “quilombo” de “Maipú al 400” que aparece en “Tengo 40 millones”. Y la enigmática letra de “Castro Barros-Miserere (norte)” de Los Visitantes no es otra cosa que una regla mnemotécnica para recordar los nombres de las calles comprendidas entre Medrano y la Plaza Once, utilizando las primeras letras de cada una de las arterias: “Me” y “Sa” resultan entonces formas de recordar las calles Medrano y Salguero, y así sigue:

Me sa Bul ma Billi bus Agu an Je ecu

No faltan en el cancionero las citas a lugares clave para el rock: a Prix d’Ami le canta Páez en “Fue amor”, y el Luna Park aparece en “25 estrellas de oro”, de Los Twist, junto a la Bombonera, otro emblema porteño. Pero son muchos los que nombran al otrora centro del boxeo, y no así al estadio Obras, aunque a este se lo llame “la catedral del rock”. Los Redondos hacen planteo crítico del género en “La bestia pop” (“voy a bailar el rock del rico Luna Park”), de lo que parece hacerse eco la Bersuit cuando en “Como un bolú” se pregunta “qué hago yo acá tocando en el Luna Park”; entre tanto Andrés Calamaro muestra en “Eclipsado” uno de sus característicos juegos de palabras: “eclipse en el Luna Park, eclipse de alta mar”; y también lo cita Celeste Carballo en “La otra orilla” cruzando sitios y personajes en un paseo imaginario: “y por Corrientes me encontré con Dylan y cantamos en el Luna Park (pero ¿cómo?, ¿no fue en Obras? Ah, no, en el Gran Rex)”. Tal vez sea porque desde un principio el Luna Park fue un ámbito que albergó, con sus idas y venidas, al rock, pero lo cierto es que parece ser un espacio emblemático, y la canción de Páez así lo afirma: “En Buenos Aires cuando hablamos de la luna / sólo hay una: la del Luna Park”.

Son muchísimos más los barrios y calles que se nombran en las letras de rock. Pero en ese extenso listado se pueden observar algunas preferencias. Es que, desde aquella “Avenida Rivadavia” inicial, la ciudad parece haber quedado dividida por ese eje imaginario entre un norte y un sur; y el rock eligió definitivamente poner su voz y su canto hacia el sur de la ciudad. Así, no hay tantas referencias a Palermo como a San Telmo, Belgrano aparece poco en contraposición con Flores y, como vimos, Retiro es casi ignorado mientras Constitución insiste en varios temas. “El sur de la ciudad” (2000), al que le cantó Pappo y que en 2006 versionó en forma de homenaje La Mancha de Rolando, es entonces el punto cardinal que el rock privilegia a la hora de cantarle a Buenos Aires.

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