Banda Criolla compone con influencia de la música criolla. La nota de Mauro Apicella, para La Nación.
El inventario es extenso y llega hasta los grupos que definen su música como «rock folklórico». En 1990, los músicos de Banda Criolla decidieron obviar el slogan «Sexo, droga y rock&roll» para declamar: «Asado, siesta y mate». Esta y otras ironías se escuchan en sus discos («Mate is not dead», «Criatura criolla» y «Norte up, Sur down»).
¿Frecuentan el ambiente peñero? No. Se mueven dentro del circuito rockero. «Nuestra idea nunca fue hacer folklore con sonido rock, sino una mixtura. Mezclamos las músicas con las que nos hemos criado», dice el bajista Darío Pánico.
En sus temas de guitarras y batería fuertes y rockeras hay lugar para influencias del tango, la zamba, la chacarera, el carnaval y la baguala. «Fuimos cambiando con los años -aclara-. Antes éramos una banda de un solo cantante y con un sonido más rockero, luego le agregamos cuatro o cinco voces que se acerca más a lo folklórico.»
Esto será evidente en «Urgentina», su cuarto álbum en proceso de grabación. «Va a ser un disco poscrisis diciembre de 2001, aunque los temas hablan de lo que le pasa al tipo común», completa Pánico.
«La arveja esperanza» es el segundo disco de Arbolito, un combo integrado por ex alumnos de la Escuela de Música Popular de Avellaneda. Sus integrantes despuntaron su vicio rockero en bandas de adolescencia y luego incursionaron en tradicionales del folklore hasta dar con la estética actual del grupo.
Tras la fuerza rockera tienen una «Cuequita porteña» instrumental, giros de la música andina del norte argentino y varias cosas para decir. Con aire de zamba sentencian: «Es preciso comer con la panza dolida/de los pibes que comen cuando pueden/si del hombre querés hablar, si querés que te crea. Es preciso sentir en el lomo el bastón/de los tipos azules que te cuidan/si tus papos de libertad/no son papos y nada más».
«Creo que lo social de nuestras letras tiene que ver con que empezamos tocando en la calle y en las plazas. Además, nos encantan los temas de Cuchi Leguizamón, pero en el momento de componer surge lo que ves al salir de tu casa en la vereda, en Wilde o Avellaneda», dice el multiinstrumentista Agustín Ronconi.
Del parque Lezama al teatro Verdi y de allí a La Trastienda, donde volverán a presentarse el próximo 6 de septiembre. «Hay diferencias entre el ambiente peñero y el rockero, nos indentificamos con los dos, pero no definitivamente con uno en especial», aclara.
Por eso, en algunos de sus shows, es posible ver en el público ciertos códigos de tribus rockeras mientras que, frente al escenario, hay un grupo de seguidores que baila, por ejemplo, la «Chacarera del expediente».
«Lo más curioso es ver a padres que van con sus hijos», completa Agustín, con más entusiasmo por describir el fenómeno que por analizarlo.
Rock y folklore: una extraña mixtura que se combina entre la humedad y el cemento rioplatense.