Divididos no se divide, porque Divididos siempre fue dos.
Siempre existió esa sensación, que nadie más que Pergolini en su programa radial «Cual es?» puso en palabras para la presentación de «Vengo del placard de otro», de que Divididos es Arnedo y Mollo: el baterista siempre cambia. Aunque 9 años parecían ser más que suficientes para pagar derecho de piso, parece que no. De parte del público parecía suceder lo mismo; tal vez haber sido parte de una banda legendaria como Sumo, agrega misticismo e interés. Pero lo cierto es que en los últimos tiempos Jorge empezaba a tener mayor cabida, desde lo musical, y en relación con el público. Hay quienes afirman que justamente esto es una de las causas de dicha ruptura.
El jueves 29 y viernes 30, con la presentación del esperado recital electroacústico que diera lugar a la última placa «Vivo Acá», en el teatro el Círculo de Rosario, Divididos dejó atrás a su 3er baterista. ¿Diferencias de criterios musicales? ¿Problemas de polleras? ¿Ha tomado demasiado protagonismo el baterista? Los rumores son varios, y probablemente nunca sepamos lo que realmente sucedió. Lo cierto es que el último platillazo de «El 38» del viernes por la noche fue el final de Araujo en la banda, el mejor baterista del país para muchos. Según parece su reemplazante será Catriel Ciavarella, ex baterista de MAM, la banda de Omar, el hermano de Ricardo Mollo.
La noticia de la partida de «Magoo» me tenía angustiada. Quería darle algo, alguna manera de decirle gracias por todo. Gracias por el vértigo de tantos recitales, por su humildad, por su excelencia musical, por darnos la oportunidad de verlo una vez más junto a la banda. Así fue como decidí pintarle una remera que decía «RosariMAGOOsino», la cual le dejé en el hotel el jueves al medio día y di por finalizado mi tributo.
El centenario teatro, de acústica y arte impecables, tal vez jamás haya soñado con recibir a una banda de rock. El terciopelo bordó que encerraba como una cajita de sorpresas aquel escenario que iría cambiando para cada tema, se repetía en el salpicado de las butacas. Y el cielo, decorado con mujeres de todas las razas, solo para hacer ver que aunque el color es distinto, la esencia es la misma. El mismo Mollo después diría que cuidemos este teatro, que no quedan muchos así en el país.
Las ansias eran supremas, y muchos se quedaron sin oportunidad de verlos. Las entradas para ambas fechas se habían agotado diez días antes del recital. Por suerte no confié al destino la mía y la compré con tiempo, porque la productora no se dignó a entregar pase de prensa.
Una silla, un cajón peruano y un udú, tallado con casi imperceptibles guardas, dormían entre el telón y el cercano abismo que culminaba el escenario.
Al rededor de las 22:20 hs, Mollo y Araujo aparecen ante los ojos de un teatro repleto, para arrancar con «Villancico del horror». Sentado en el cajón, sacando aquel enigmático sonido del udú, con la espalda curva como si un peso lo doblara, estaba Jorge «Magoo» Araujo, en su penúltima noche. Una tristeza profunda, que parecía venir de un lugar muy escondido, se le escapaba a través de los ojos. De vez en cuando una sonrisa mecánica pintaba sus labios, para volver a dejar lugar a aquel vacío.
No porque sí llovía. Esa llovizna y la humedad que cala los huesos sabían que era la última vez. El día se intercalaba entre lluvias y repentinos soles, que después traía nubes más negras para volver a llover. Más tarde supe por qué: fue como el recital de Magoo.
Al terminar el tema, el telón nos muestra a Diego Arnedo, mientras las voces corean «Araujo no se va…», lo cual logra un silencioso abrazo de parte de Ricardo. Parecían estar tensos, esperando ver la reacción del público. Tal vez tenga que ver en ello lo sucedido en la ciudad de Córdoba, donde la gente no dejó de aclamar porque Araujo no se vaya, dejando la sensación de falsedad frente a los repetidos abrazos sobre el escenario . Pero sabido es que Rosario ama a Divididos casi tanto como a su propio río, así que era de esperarse que al rato la gente olvide el canto iluso de que Araujo no se va, evitando juzgar de cualquier modo a la banda.
Continuaron ya los tres con «Casitas inundadas a votar», y al finalizar el tema las palabras de Mollo: «…A un año» nos recordaron que justamente ese día se cumplía el aniversario de la terrible inundación del río Salado en la ciudad de Santa Fe, de la cual todavía aún nadie se hizo cargo.
Llega «Como un cuento». Magoo en cajón metálico y escobillas, dándole un aire jazzero que acompaña Diego con su balalaica baja y coros que ponen la piel de gallina.
El fondo blanco de tela se transforma en un gigantesco lienzo para las pinceladas de Semilla Bucciarelli. Las líneas van llenando todo, bailando al ritmo lento del tema, casi tomando el papel principal. Puntos de colores dejaban adivinar las manos de Jorge, la cara de Diego…hasta lograr que los músicos se transformen en el fondo, y el tema se convierta en «¿Qué ves?», y después en «Gárgara larga».
El telón se cierra, una silla perdida en el rincón izquierdo recibe a un Ricardo Mollo despojado de cables, acompañado tan solo con una guitarra acústica para regalar un intimísimo «Spaghetti del rock».
Con la reincorporación del resto de la banda, se suceden temas como «Andá a la lavártelos», con el pequeño violincito de Mollo, «Niño hereje». Para dar lugar a un sublime «Vengo del placard de otro» sin batería, y con Diego en guitarra.
Los invitados fueron Semilla Bucciarelli en acordeón para el tema «Sisters», José «Pepo» San Martín en guitarra (quien fuera invitado en el último recital eléctrico en noviembre del año pasado), y un tal Franco en armónica para el tema «El burrito». Para «Dame un limón» el slide de Pepo reemplaza el trombón a vara, y Mollo dedicando el tema a Diego Maradona, el cual habla de la sensación de la resaca posterior a una noche de alcohol.
Después un «15-5» se funde en «Don’t turn blue» de Sumo, que llenaba cada pecho de un azul intenso, de un azul que nos vibraba por dentro como desde donde brotan las lágrimas.
Los temas se ponían cada vez más calientes, haciendo que las butacas ya no fueran soportables: le gente se paraba, saltaba, agitaba los brazos. «Gol de mujer» nos hace llegar a un «Luca» recordando al pelado mirando el cielo de mujeres desnudas.
En «Ala delta», Ricardo no estaba y Magoo tenía algún problema con el tacho, y sale del escenario. Al verse solo, Diego corta su reconocida intro y dice «Me dejan solo». Entonces llama a Luciano, el chofer, para pedirle que «haga lo suyo». Ante esto, Luciano se prepara en medio del escenario y hace una vuelta hacia atrás en el aire. Toma aire, y luego da tres vueltas. Ya para ese momento el clima distendido nos mostraba a un Arnedo de buen humor, y un Araujo pareciendo disfrutar sinceramente de la noche: salió el sol.
Llega el último tema de la lista: «Mañana en el abasto». Antes de comenzar, Magoo saca algo de entre sus cosas y lo muestra: la remera que le pinté. Luego se la pone, y toca los tres últimos temas con ella. Simplemente, me puse a llorar. Quizás fue la mezcla de alegría y emoción, con la tristeza de saber que esa era la última vez que iba a verlo.
La yapa fue «Pepe Lui», con un atípico trío de guitarras, al borde del escenario. El telón gigante a sus espaldas parecía hacerlos muy chiquitos, y viéndolos desde primera fila sus cabellos se fundían con la musa griega que los abrazaba desde lo alto.
«El 38» fue el cierre final. Jamás lo hubiera pensado: ¡saltando y pogeando «El 38» en el teatro El Círculo!
«Gracias por entendernos…como siempre» fueron las palabras de Arnedo. Es probable, que hagan lo que hagan Arnedo y Mollo, los santos en remera sigan firmes allí, al pié del cañón; sin juzgar, o haciéndolo y finalmente aceptando…porque Divididos es más grande que lo que son ellos mismos.
Una sensación de vacío y disconformidad me invadía. Es como cuando se separan tus viejos, tengas la edad que tengas: sabés que es lo mejor, pero darías cualquier cosa porque siguieran juntos. Pero como dicen que no hay mal que por bien no venga, tal vez esta sea la oportunidad de Araujo de crecer y superar sus horizontes, quien no dice hasta tocando en el exterior. A veces la vida nos da esos empujones, que nos dejan temblando y tambaleando en la cornisa, pero que después nos devuelven a un camino mejor aún.