Con el flamante «El número imperfecto», los Ruíz Díaz (con Herrlein y Macabre como titulares) atraviesan la noche con la luz de sus estribillos. «No soy salidor, soy poco volvedor», aclara Fernando, toro salvaje de las pistas. La nota de Mariano Del Aguila, para el Sí de Clarín.
Cuatro ninjas. Ropa negra, siempre negra. No es look, es camuflaje para mimetizarse en su hábitat natural: la noche. Dos años después de «Cuadros dentro de cuadros», y en plan cuarteto, los de Villa Luro llegan al disco nuevo. Un recorrido urbano por boliches e infiernos varios («esos que te re inspiran, pero te dejan con olor a humo, ¡me encanta!», dice el letrista sin freno), con el sello musical de la usina Catupecu .
Entre el rap de Fernando y el mutis de Macabre y Herrlein (suenan en el disco y en escena, pero hablan poco), Gabriel da su visión sobre «El número imperfecto»: «Cada disco tuvo una particularidad. En éste siento que se cerró un círculo, que el disco está flotando arriba de los anteriores. Tiene el nervio visceral de ‘Dale’, melodías onda ‘Cuentos…’ y cosas que hallamos yendo por la puerta de atrás en ‘Cuadros'».
Entre emociones densas (la muerte del padre de los Ruiz Díaz, la separación de Fernando) bajaron letras tortuosas. «Había escrito cosas muy resacosas, de madrugada. Y como dice Skay, ‘las mejores cosas que escribí fueron de resaca'». ¿Un buen ejemplo? «Vivo fuertes madrugadas/ que al otro día siento» (del corte «Magia Veneno»).
El rock y la ciudad invitan a un viaje al fin de la noche: «Es lo que inspira Buenos Aires, esa necesidad de ir a buscar una canción. Y cuando el cuerpo pide pista, bailo. La noche nunca fue mi motor, pero si vivís un tormento, salís y al otro día te levantás con un montón de tragos encima…».
—Muy Doctor Jeckill/Mr Hyde.
—Es el libro que más veces regalé. Estamos mal educados con eso de que el lado siniestro es el malo. Si te ponés de espaldas a la luz, vas a ver sombras. Por eso, «Magia Veneno» también dice: «De la luz a lo oscuro y de lo oscuro a la luz/ todo de nuevo…».
Gabriel: —Es que el disco no es oscuro. Lo que propone la música es súper arriba. Hay melodías que le imprimen un balance. También está el doctor Hyde.
Algunas amistades «visitan» el disco: Zeta, Leo DeCecco y el Zorrito. ¿Con quién más hay onda?
Fernando: —Ultimamente, nos sorprendió Miranda!. De hecho, fui a verlos y subí a cantar «Romix». Bah, subí de agitador.
(Quilmes Rock, post show):
Cronista radial: Hola Fernando, ¿cómo estuvo eso?
Fer: ¿¡Qué hacés!? Mejor hablemos de esa rubia que compartimos, a mí me gusta recordar viejos tiempos.
C.R.: Es que estamos al aire… y mi novia escucha el programa…
No es textual, pero ¿a qué viene el lapsus Indomables? Si hay un estilo de vida rockero que salvar, los Catupecu son cancerberos. Sus cavilaciones no pasan por llevar a un hijo a pasear o a cantar en el disco. «Catupecu Machu sos 16 ó 17 horas al día. Yo me levanto, me lavo los dientes y ya empezó la música», dice Gabriel.
Ni la quietud de una cabaña en La Cumbrecita se resiste a Fernando, el más arrollador de los Catupecu: «De noche aparecía el demonio y se pudría todo». The Police, unos fernets y el calmo pub serrano mutó en fiesta Catupecu. «La chica que salía conmigo me quería matar. Y el cantinero me defendía: ‘Fer no es muy salidor, él es poco volvedor'».
A los dos días, hablamos por celular. Están en Bogotá, arrasando en el Rock al Parque. «La gente pide las difíciles de los discos anteriores. Hubo 450.000 personas en tres días», agita El Agitator.
—Al ver eso, y en vez de un Obras, ¿no se plantean el estadio propio?
Fernando: Prefiero que me sorprenda la cantidad de gente que se copa, como en el Quilmes Rock. La música manda y no sale ni de la cancha ni de los pubs. Gabriel: Lo que necesita la música es gente que le guste hacerla, no que sólo quiera sacar un número 1.