Durante este año, el de Jaime Sin Tierra fue un nombre insistentemente mencionado por los entendidos; se dijo, incansablemente, que el grupo sigue los pasos de Radiohead. La comparación no provoca enojo a los integrantes de esta banda, pero ya los aburre. «De alguna forma, es posible que sea así», admite el cantante Nicolás Kramer, «porque los cuatro integrantes partimos de Pink Floyd y el Genesis de Peter Gabriel. Lo que hacemos no es blues, hip-hop ni pop, sino un sonido viejo que queremos escuchar ahora, en el 2000.»
No se trata de otra cosa que del rock progresivo de los 70, pero con la perspectiva que otorgan unos veinte años más de historia. Cada tema está armado con el esmero minucioso de un artesano y su forma va más allá de una simple estructura pop, aunque se intuye que el origen de los temas bien puede ser una guitarra. Así, con los aportes que brinda cada miembro del grupo en la sala de ensayo, Jaime Sin Tierra explora y expande su sonido con texturas y climas que amplían el horizonte y el paisaje sónico. Las guitarras eléctricas, por ejemplo, amenazan y acechan, pero no explotan al estilo grunge ni tampoco se tornan abrasivas como ocurre en el noise.
El primer disco, El avión ya se estrelló y yo sigo volando, fue una producción propia grabada en un estudio que bautizaron Sin Tierrita Records. Hicieron soo compacts y la gente de Discos El Club les ofreció la distribución. El arte de tapa y del librito, pleno de ingenuos dibujos hechos con lápices de colores, es decididamente poco progresivo y nada sinfónico, pero la banda decidió seguir una línea iniciada con sus volantes y afiches: «Si la música es seria», explica el baterista Lucas Cordiviola, «la acompañamos con algo diferente.»
El bajista Juan Stewart agrega: «Cuando comenzamos la grabación sabíamos que lo íbamos a editar de cualquier manera, porque la idea no era esperar a una compañía; sin embargo, no fuimos muy conscientes del alcance que iba a tener. Parecía una continuación de los demos, con otra calidad, pero fue un gran paso adelante y tuvimos más difusión que la esperada.»
El resultado es un álbum que no llega a ser conceptual (aunque bien podría serlo), con un tono melancólico que tiñe un buen puñado de canciones, casi siempre dedicadas a retratar temas cotidianos con una introspección sencilla y sentida, casi naif. La letra de «Marmota», por ejemplo, dice: «Me destrozaré si es lo que quieres/ pero después no me extrañes como te extraño yo», mientras el bajo propulsa un ritmo digno de 1979, de Smashing Pumpkins.
En poco menos de tres años, Jaime Sin Tierra realizó cincuenta y cinco shows; algunos a solas y otros compartiendo escenario con grupos como Spleen. Semejante ritmo de trabajo, inusual para una banda nueva, no sólo les proporcionó satisfacciones y una mayor experiencia… Sino también cansancio.
«A] final terminamos bastante agotados de nuestros propios temas», dice el guitarrista Sebastián Kramer, «porque en todo este tiempo tocamos muchísimo y siempre estábamos ensayando para la próxima fecha, sin poder hacer cosas nuevas. Pensábamos parar de tocar en vivo hasta marzo, pero ahora queremos seguir hasta fin de año».
Los últimos recitales de 1998 serán, además, el marco para presentar un EP con composiciones que surgieron tras la edición del primer disco, remixes de canciones de Estupendo y Audioperú, y temas grabados en vivo. «Un equivalente de lo que antes eran los simples», define Stewart. «Sólo se venderán en los shows, porque tienen una producción menos ciudada y más low-fi.»
Jaime Sin Tierra nació en la zona Norte del Gran Buenos Aires, de las cenizas de diferentes bandas de compañeros de secundario.
El nombre es una referencia directa al guitarrista, cuyo segundo nombre es Jaime: Kramer nació en Bélgica, de padres argentinos, y allá le dijeron que la nacionalidad nos es dada por el lugar donde nacieron los padres (o sea, Jaime es argentino); aquí, en cambio, es dictada por el espacio geográfico donde ha nacido cada persona (o sea, Jaime es belga). Un hombre sin tierra, precisamente.