Es el violero de Solari, pero lo toma con total naturalidad. Pieza clave en Las Manos de Filippi y productor artístico. Pese a todo, Gaspar Benegas está más cerca de un trabajador que de una estrella del rock.
El 5 ambientes de Villa Crespo está en silencio. Gaspar se mueve como en su casa y aprovecha las hornallas prendidas por el frío para invitar unos mates. Acaricia, de paso a la cocina, a una gata gris que maúlla y maúlla. «Tiene hambre», interpreta Gaspar. La gata, que no tiene nombre, es la única habitante de la casa estos días, porque Las Manos de Filippi se fueron de gira a Cuyo. Eso explica que la sala de ensayo esté pelada, que el estudio de grabación esté dormido, que la gata no coma hace rato y que Gaspar, que vino especialmente para la nota, esté solo. «No fui porque allá hace frío», dirá en el chiste número uno de los cincuenta en la tarde. «Mandé a mi reemplazante, que toca mejor que yo», sigue, aunque la verdad es que Benegas, 36 años, estuvo tocando todo el fin de semana junto a Hernán Aramberri, batería de Los Fundamentalistas, tiene más fechas y trabajos programados como productor de bandas emergentes y está ensayando para emerger él con un trío que se las trae.
Zapadas fundamentalistas
La cocina está cargada de sentido. Las paredes están decoradas con posters que recuerdan alguna gira de Las Manos, la tapa de un CD o el crimen de Mariano Ferreyra. Una pizarra lleva anotados los viajes que hizo la banda en 2013: están todas las provincias. Hay también un sillón, lo que evidencia que la cocina funciona como rancho cuando se cansan de tocar. Gaspar se sienta sobre un apoyabrazos y deja la pava y el mate sobre una mesa que sostiene una notebook, un paquete de cuerdas vacío, saquitos de té y un cenicero en el que apagará cuatro Camels en hora y media. A todo esto, la gata sigue maullando por comida.
El lunes es el día que Gaspar tiene para disfrutar de sus dos hijos, ya que suele pasarse el fin de semana tocando. Ahora estuvo en La Plata junto a Aramberri, presentándose como el Dúo Fundamentalista, tal cual los conocen en el conurbano y el interior. Hacen un experimento inédito: con guitarra y batería zapan canciones del Indio. ¿Y qué sucede? Claro: el público se canta todo. De esta manera blanquean el furor ricotero por entonar hasta los solos de la guitarra y establecen un show más participativo con el público con el que entablan, también, una charla acerca de sus experiencias en la banda más convocante del rock actual. «Pero cada vez nos piden que hablemos menos y toquemos más», cuenta Gaspar según la experiencia platense y las últimas de Garín o Laferrere. En todas llenaron. «Siempre cuando vas por primera vez a un lugar, podés fracasar. Hay que reconocerlo», dice en relación a este nuevo proyecto según su historial de bandas. «En el interior sobre todo: vas por primera vez y no sabés cómo es el pueblo, o al lugar al que tocás tal vez no va la gente, nunca sabés… Hasta a mí me asombra el Indio Solari que cada vez que hace un recital dice ‘¿vendrá la gente?'» (risas).
Benegas es así: tranquilo, de hablar pausado, que parece serio hasta que, de repente, desenrolla un chiste que desestructura la monotonía de la entrevista. No hay cassette: no suele dar notas y cuando habla es el mismo que cuando el grabador se apaga. «Dale, arrancá», propone divertido.
MANOS A LA OBRA
Gaspar llegó a Las Manos de Filippi cuando la banda celebraba ya sus 15 años con el disco doble «Control Obrero», en el 2007, para reemplazar – de alguna manera- la salida de «Mosky» Penner, el guitarrista de entonces. Le tocó grabar unas guitarras pendientes y se quedó. Hoy es la guitarra principal y hasta toquetea cuestiones de producción.
Dice que encontró «un grupo humano» del que logró hacerse «súper amigo de todos» y que está «súper de acuerdo» con los mensajes que da la banda. Todo súper.
Desde entonces grabó dos compilados: uno de clásicos especialmente producidos para una gira por Europa («porque el productor de allá nos decía que las grabaciones en estudios punk de Las Manos no les servían para promocionar los shows»); y otro que reunía canciones inéditas de El Cabra («La calesita de Mamanis»).
Las Manos nunca más se bajaron de ese salto de calidad que obligó la gira por Europa, llegada de Gaspar mediante, y sacaron este 2014 un disco que apunta alto: todos los temas son nuevos y buenos, todos suenan bien y están excelentemente producidos. Todo, aún para los que no son fanáticos de la banda. Gaspar: «En este disco todos los de la banda nos sacamos las ganas de tocar lo que queríamos tocar. Yo no sé qué representa en la historia de Las Manos, pero para nosotros es un logro poder haber hecho un disco juntos y representar a la banda tal como suena ahora».
La forma de darlo a conocer fue subirlo a la web para que pueda ser descargado gratuitamente: «Si bien lo hablamos mucho, la discusión está bastante clara: o lo subís vos o lo sube el primero que lo compra». ¿El mito que perjudica las ventas? «No resta porque tampoco nosotros tenemos una distribución en todo el país, ni un lanzamiento mundial; eso le puede perjudicar a otros. El negocio del músico independiente hoy en día es tocar, no es vender discos. El disco es una carta de presentación y una muestra de lo que es la banda».
En la página web de la banda plantaron entonces una trampa musical: apenas entrás, cualquier click te baja directamente el nuevo disco. «¡Es como un virus!», se ríe Gaspar.
Los discos de Las Manos, sus canciones, sus letras, siempre significaron una forma de decir algo sobre la época. En el ‘98 cantaban «Señor Cobranza» a presidentes y ministros, en el 2002 gritaban «Los métodos piqueteros» y en el 2007 se hacían cargo al entonar «fuimos tan asesinos como Chabán», en la letra de «Cromañón». Hoy, titulan el disco «Marginal y popular».
«El nombre fue otra cosa muy discutida… La idea salió de Lalo Mir, una vuelta que vino a ver un show de Mamanis», cuenta Gaspar. Mamanis es la personalidad esquizofrénica de Las Manos: son los mismos integrantes, que tocan distinto. «Imaginate los problemas psicológicos que tenemos».
Lalo hizo de presentador en aquel show en Niceto y tiró: «esta banda es marginal y popular». El disco flamante estaba terminado, no tenía nombre, y volvió esa idea. «Dijimos de ponerle el disco así y a muchos no les gustaba… No queríamos que la banda quede como marginal, o que nos hacemos los populares. Pero las dos palabras abren a discutir. Nosotros mismos podemos estar discutiendo por horas si somos marginales o no. No estar en las radios es una forma de marginación, o mismo la forma de vida que uno elige. Lo mismo con lo popular: si es algo bueno, es algo malo…». El título quedó, pero no quedó solo: fue dado a conocer con una gráfica que Gaspar define «re súper cheta» y que muestra a los Manos en traje, radiantes, y un logo que es una calavera dorada con una coronita, una producción al estilo revista Brando: «Nada que ver, ¿viste? El mensaje y el concepto del disco es ése: confundir constantemente».
Así como «Señor Cobranza» en el ‘98, la primera canción del nuevo disco se llama «Van por el oro» y habla sin vueltas de la tragedia de Once, de la minería contaminante y de los indios qom. «A la vez, Las Manos no plantea una verdad absoluta sino que siempre es una opinión que abre un debate», dice Benegas. «No está bajando un discurso político, sino que está escrito con ironía y con el humor que tiene el Cabra, que está buenísimo. Tengo amigos K que se ríen con el tema. Es una súper crítica, pero con un humor que no le podés decir nada».
La vigencia de Las Manos y de su tenor político, es cierto, se salva en parte por ese humor que lo aliviana: «Si lo hacés solo de manera agresiva o bajón… Aparte hay mucho de autocrítica: hay temas que hablan de las drogas, temas que hablan de recuperarse de las drogas… (risas). Primero nos pegamos a nosotros con todo; si les pegamos a los demás, que se jodan». De seguido, cuenta: «Hicimos una canción de un tipo que está preso y tocan juntos Skay y el Indio en Varela y no puede ir» (habla de «Gorrión porteño»).
¿Lo escuchó el Indio? «Ni idea, tengo que llevárselo…».
GASPAR FUNDAMENTALISTA
«Me había recomendado Baltasar (Comoto, el otro guitarrista de Los Fundamentalistas y gran amigo de Gaspar) para tocar en el primer disco, pero después me dijo que llamaron a otro guitarrista así que… Pasó todo el verano, el disco había salido en diciembre… Y en marzo me llamaron y me dijeron: ‘tenés que estar mañana en Luzbola’».
Gaspar lo cuenta con naturalidad: «Así fue. Nada, eso. Repasé las canciones y fui».
El primer encuentro con el Indio empezó con el pie izquierdo: «Ese día le dije al Indio que conocía por mi tía a tal y tal que habían tocado con él en la época de psicodelia en La Plata. Y me dice: ‘¡vos no serás el hijo de puta que llama acá todos los días, ese que es sobrino de…!’ ‘¡No!’ Le dije, ‘yo jamás llame acá’ (risas). Yo le quise comentar porque tengo un montón de conocidos y amigos más de él que míos, que para mí son viejos quemados… Está acostumbrado a que todos lo acosen pero no era mi caso. Yo no tenía ése… no sabía que podía llegar a conocerlo ni tocar con él. Nunca lo imaginé».
Si bien expresa su admiración con el Indio como con cualquier músico que respeta (el propio Comoto, el Cabra), Gaspar habla de manera terrenal de experiencias extraterrestres. Se nota: está preparado. Y lo dice en un hablar pausado que demuestra su personalidad tranquila criada en El Bolsón, donde nació, y rodeado de músicos que acompañaban a su madre también música: la cantante de rock y folk María José Cantilo. «Veía a mi vieja cómo enfrentaba los desafíos de escenarios grandes con la misma guitarra que tocaba en El Bolsón», recuerda Gaspar sobre esos pequeños grandes saltos. La lección: «Siempre uno hace lo mismo: lo de uno. Sea para 20 ó para un estadio, sea tocando con el Indio o con cualquier artista. El compromiso es el mismo y tenés que salir a tocar. Por ahí me pongo más nervioso antes de un show del Indio que uno de Las Manos, que ya hicimos 46 en la mitad del año… Pero el momento de tocar es lo mismo: me concentro en la música y me olvido de todo lo demás».
De la lista de maestros con los que se fue curtiendo y perdiendo el respeto a los desafíos, Gaspar enumera a su profesor Kubero Díaz, guitarrista de Los Abuelos de la Nada, a Alejandro Medina, bajista de Manal, y a Pappo, con quienes tocó cuando era adolescente en un programa de radio que hacía el armoniquista Jorge «Bruja» Suárez, en un sótano que funcionaba en la práctica como jam, «porque la radio no sé si llegaba a dos cuadras». Típica historia hermosa del rock nacional.
Todo bien, pero Gaspar sintió que al tocar con el Indio tenía que demostrar: «Cuando empecé a tocar con el Indio no tenía equipo de guitarra, y tenía una guitarra medio… No era un músico que estaba súper equipado. Trabajaba mucho en estudios de grabación y tocaba con eso. Había tocado como sesionista en trabajos profesionales, pero eran momentáneos. Inmediatamente gasté un montón de plata que ni tenía para equiparme todo y estar al nivel del proyecto. Y me decían: para qué te equipaste, si la gracia tuya era que tocabas con cualquier cosa (risas)».
Gaspar explica el impulso: «Siempre estuve preparado para eso y era lo que quería: tocar en una banda número uno y en escenarios gigantes. No me sorprendió, era lo que esperaba y siempre buscaba. Obviamente que además del talento tenés que tener suerte. Pero también tenés que saber cuidarlo y llevarlo adelante como profesional. No hay que tocar bien solamente, sino saber relacionarse con la gente con que uno toca… hay muchos músicos que tocan bien, pero son insoportables».
¿Cómo fue el proceso de grabación de los discos que participaste?
El primero que arranca con el disco es Hernán, así como el último que lleva a fabricar el master. Mi función es estar cuando se arranca con la composición de los temas, estar ahí para ayudar al Indio en todo lo que hay que ejecutar musicalmente y que a él se le ocurre, y aportar ideas constantemente. Fluye mucho el laburo porque todo lo que dice él que haga, yo lo entiendo rápido; y si no lo entiendo rápido me tomo todo el día, y no me quemo. Para mí es súper divertido estar en un estudio grabando, sobre todo cuando en los temas hay mucho para desarrollar, porque está la idea y hay que llenarla de instrumentación. Todo grabando, con ingenieros, micrófonos, todo, y te ponen, no sé, una batería. Tenés una pista para tocar lo que quieras. Obviamente, después el Indio siempre va dirigiendo, eligiendo lo que le gusta o lo que no y llevándolo para su gusto personal. Pero yo estoy tocando lo que quiero, con una libertad terrible. El primero que graba generalmente soy yo: grabo bajos, guitarras y otras cosas. Tal vez del disco ya esté terminada la maqueta, y recién ahí, cuando está el disco como sería, se empieza a grabar todo de nuevo y se llama a músicos de verdad que tocan lo que grabé en el demo (risas).
«Se trabaja el disco entero y hasta que no esté, no se empieza a grabar. Hasta los arreglos… Es una forma de escribir música, solo que en vez de tenerlo escrito, lo tenés grabado. Nosotros hacemos una maqueta donde además de grabarse todo tiene que sonar perfecto, y esa es la guía para el disco. Como dice Charly García: ‘una vez más, no pudimos superar el demo’… Porque el demo queda tan bien, con una onda impresionante, que después, cuando lo vas a hacer formalmente, no es lo mismo y ya estabas acostumbrado al otro».
¿Cuesta defender ese trabajo en el vivo? ¿Es mucho el nivel de exigencia?
No hay margen para errores y para eso se ensaya un montón. Es la forma de trabajar del Indio y de Hernán, mismo con Los Redondos. Se trabaja mucho para llegar a algo en el disco y después hay que respaldar eso en el vivo. Ya lo aprendí así y voy con Las Manos y hago el solo igual que en el disco… No lo podés dejar liberado al estado anímico del guitarrista, o al estado etílico. Aparte es lo que hice toda mi vida: sacar solos y tocarlos. Yo ya tocaba los solos de Skay antes de tocar con el Indio, así que…
Sobre los nervios: A mí me pone más nervioso tocar para 20 personas que para 200 mil. A veces tocamos con Hernán y tenemos el publico acá, tan cerca, que te intimida. Es lo mismo que estar en un living y que digan ‘eeeh que toque, que toque’: eso te mata (risas). Estás acostumbrado a subirte con humo, luces, millones de sistemas de sonido, todo para triunfar… Te dan una criolla y te dicen ‘dale, tocá’: ése es un momento de presión.
El sonido: En vivo, lo que es el audio, lo tenés que resignar un poco. En un escenario nunca vas a escuchar una mezcla como un disco. Cada vez que toca el Indio se arma el sonido más grande de la historia, pero no se puede competir con que hay 170 mil personas que cantan hasta el solo de la guitarra. Es muy difícil escucharse.
El público: Antes o después del show pienso en eso, pero en el momento estoy comprometido con la música, disfrutar con las personas que tengo al lado del escenario, y no me puedo dejar llevar por el público. Ni así sea que el público está súper contento o está enojado, yo tengo que tocar igual. He tocado en shows donde me tiraban piedras, ponele… por tocar canciones en inglés en un camping lleno de hippies en Bolsón volaban unas piedras del río de este tamaño. En el caso de los shows del Indio, si te ponés a mirar el público, pasan tantas cosas que te olvidás el tema que estás tocando; mirás un segundo y ves 2 mil situaciones re locas y te distraés. Me han hecho el gesto de «vas a cobraaar», me han hecho el gesto de «más o meeenos» (risas).
¿En qué están hoy Los fundamentalistas y el Indio?
Tengo la suerte de no saber nada. Entonces, es una forma de estar tranquilo. Muchas veces no tengo información que tienen los fans antes que yo, o amigos que me dicen «¿sabés en que hotel vas a estar? Yo sé». Porque a mí no me dicen el hotel, ni fecha, ni lugar hasta último momento. No te dan información justamente porque ellos no la quieren dar y si te la dicen te meten una presión por si se filtra… Trabajan de esa manera, muy misteriosa… Así que en cualquier momento me llaman y me dicen «mañana ensayás para tocar pasado».
En sus distintos proyectos, el Indio es el que paraliza todo lo demás: «Cada vez que sale lo del Indio, queda todo suspendido».
GASPAR PRODUCTOR
«Desde muy chico arranqué tocando y grabando todos los instrumentos. Mi madre tenía un ensayo y ensayaba con sus músicos ahí, y cuando se iban yo agarraba y rompía todo». Gaspar se refiere a que tocaba todos los instrumentos de manera más bien inexperta, pero ya iba aprendiendo a programar baterías y grabar. «Siempre me gustó generar una canción con toda su instrumentación», dice.
Desde ese germen explica su rol como productor, que se curtió con el trabajo en Las Manos, tuvo su primer parada importante en el 2011 cuando produjo el último disco de su madre y que hoy lo lleva a producir dos bandas que pegaron un estirón y que más están creciendo: Salta La Banca (dos discos) y Falsa Cubana (en grabación).
¿Cómo trabaja el Gaspar productor?
Tenés que opinar de todo: la letra, el sonido, la forma de tocar, sobre la actitud cuando se graba en el estudio… Podés llegar al estudio de cualquier manera: con miedo, el otro llega escabiado, y tenés que coordinar todo eso. También todas las bandas cuando hacen un disco entran en crisis, así que hay un momento en que alguno se pone a llorar; sino, no es un buen disco. Hay que hacer un poco de psicólogo.
Enseguida le sale la comparación futbolera: «Es como un director técnico en un equipo. Cuando Bilardo dice ‘no se la pasen a los de amarillo’ y los chabones salen y ganan el partido (risas)… Hay que saber qué decir, de qué manera animar a los músicos».
Cómo despegar la personalidad del músico de la del productor: «Tenés que aportarle la visión del fan que escucha el disco. En Las Manos trabajamos con un crack de productor (Damián Torrisi) porque no quería ser yo; uno, desde adentro, pierde la distancia. Cada músico tiene la visión de su instrumento, y por ahí te estás divirtiendo haciendo una canción y después es cualquier cosa».
Entonces, Gaspar se pone serio y denuncia: «En el último disco de Las Manos me dejaron afuera como cinco solos de guitarra. Fui censurado».
GASPAR FAN
Como productor y como enfermo de la música, Gaspar está atento a bandas nuevas buenas y, para empezar, quiere derribar la idea de la muerte del rock. «Hay muchísimas bandas nuevas. La gente que dice que no es porque está esperando que la banda buena aparezca en su casa. Gente mal acostumbrada que piensa que va a escucharla por la radio. Hubo un momento en que sonaba buena música, que ponían y eran Los Cadillacs, Los Pericos, los Redondos, todas cosas buenas. Generalmente no es así, acá ni en ningún país. Es lógico que lo que le va a ir mejor en la industria sea una porquería, por lo menos en el rock siempre fue así. Y la banda que escucha un rockero te la pasa alguien por un cassette». Digamos, hoy, por Internet.
Su memoria le trae entonces tres bandas, para salir del apuro y tampoco agrandar la importancia de mencionar un puñado de casos: Lucero, una banda de Bahía Blanca; Todo aparenta normal, de Don Torcuato; y Non Sancta. También menciona a Lisandro Aristimuño. «Pasa que hace mucho está instalado que hay dos, tres músicos que son lo máximo; si no sos Charly García, o Spinetta, no existís. Siempre hubo una costumbre de que las bandas nuevas tienen que ser muy jóvenes, y es porque a las compañías les servía eso. Hoy las compañías casi ni existen y los músicos están en su momento máximo entre los 30 y los 40 años… Entonces, hay que buscar bandas y no sólo guiarte por el diario, la tele y los canales de música».
Gaspar representa exactamente a esa generación que se crió con los grandes pero que tiene la falta de respeto necesaria para desafiar modelos y proponer e iluminar al nuevo rock argentino. Una movida que ya no transa con los grandes sellos y apuesta a la independencia, que cree en la libre difusión de los temas, que se propone explorar los géneros y se las rebusca para vivir de la música. El secreto vital de Gaspar parece ser moverse constantemente: lejos de quedarse en cómodos sillones de Las Manos y el Indio, se planta como productor y prepara su nueva banda. Por todo esto, es uno de los músicos más importantes hoy en día.
Otra clave: «Hoy hay una unión más grande entre músicos. Yo soy amigo de Los Totora, de Pablo Lescano, eso me parece que es lo nuevo, que antes era mucho má sectario, donde cualquier otra banda era el enemigo y otro estilo, también. Hoy en día toda la música se puede mezclar y la gente la disfruta por igual».
GASPAR TRABAJADOR
«Todo lo que sea trabajar con la música, me sirve», plantea Benegas. Con esa premisa articula los distintos proyectos musicales que consolidó, luego de tocar por años como sesionista (por ejemplo, de Alfredo Casero en pleno éxito de «Shima Uta») y laburar en una productora de jingles publicitarios. Para él la música no es un arte mayor, ni la inspiración de las musas ni una manifestación cultural: «Es el arte de combinar horarios».
Para Gaspar, el músico está más cerca de un obrero que de un jugador de fútbol: «El músico es un trabajador que tiene que trabajar. El que hace jingles también es músico y hay que respetar. Hay que bajarlo un poco del pedestal a eso del artista iluminado separado de la sociedad y ponerlo en el plano donde hay un montón de músicos que son parte de la clase trabajadora y que necesitan trabajar y que son generadores de trabajo. Cuando nosotros tocamos, le pagamos al flete, al sonidista, el bolichero vende bebidas, el de seguridad cobra… y los músicos están pagando para tocar. Todo porque está planteado que el músico no es un trabajador, es una artista loco… Obviamente, es difícil que te hagas rico siendo músico. Uno apuesta a que es una vida rica en otras cosas, pero sí tiene que considerarse que uno está trabajando, que tiene que ganar plata como un trabajador más». Sobre las bardeadas que ha recibido alguna vez por el mercado de pases del rock que lo llevó a Los Fundamentalistas, ahorra: «No podés discutir con esos discursos».
GASPAR FUTURO
Benegas tiene un sueño entre manos. Es un trío sin nombre de 15 canciones y varios ensayos.
Él, en guitarra claro, se le empieza a animar a la voz: «También me interesa cantar. Hasta ahora tenemos solo 2 canciones cantadas… lo más difícil de todo es escribir letras», plantea. Gaspar toca con dos de los letristas más hábiles de la Argentina, Cabra e Indio y, a la hora de componer, se le aparecen los fantasmas. «Me pasa un poco esto de que, teniendo a esos monstruos, no podés cantar cualquier cosa. ¡Pero hay que cantar cualquier cosa!».
Gaspar se imagina la grabación de un disco y los siguientes shows para presentarlo: «Como todas las bandas».
En el turno de las fotos, Gaspar muestra la sala de ensayo, la de producción, un patio con una hamaca para niños y envases de cerveza. Hasta el último mate y el saludo final en la puerta, que deja camino a la veterinaria, o donde sea que vendan comida para gatos.
Fotos: Tatiana Daniele