Cielo Razzo escapa a las jaulas rockeras, hace años que intenta su propio camino, y logró sobreponerse a la muerte, simplificando las opciones: hoy se está, mañana no. Un modo irreverente de entender la relación Rosario/Buenos Aires.
Entran los tres rosarinos y la casa se desordena enseguida. Hay una mezcla de fuerza e inocencia en lo que hacen ¿Dónde ponemos las mochilas? ¿Tenés un cenicero? Y este reproductor de dvd, ¿cuándo lo compraste?, preguntan al unísono a Mónica, la encargada de prensa. Vienen de almorzar en la cantina de la esquina y anuncian que están cansados porque estuvieron haciendo notas desde temprano, esa responsabilidad que ahora empiezan a no poder eludir.
La primera impresión es que estos chicos están estrenando vida nueva.
«Sientense acá», ordena Mónica y señala unos cómodos sillones frente a un televisor. Ahí se ve el comienzo de un dvd -que está por salir a la venta- con imágenes del recital en Obras. Se ríen y se burlan entre ellos. En la pantalla se los ve, momentos antes de salir a tocar, con cara de susto. Cuando parece que están quietos, sin susto y dispuestos a comenzar la entrevista, Mónica se asoma para advertir que hay poco tiempo, que después viene la gente de Much Music a hacer una nota, y después tienen otra. Y otra. Pero la banda y lavaca romperán las agendas para que todo se pueda charlar.
Pablo Pino -voz y armónica- , Nano Aimes -guitarra- y Javi Robledo -batería y coros- no se inquietan por la jornada que les espera. Dicen que lo asumen como parte del trabajo. Javi agrega: «Además a veces en las radios nos invitan a comer».
Cielo Razzo es una banda de rock rosarina que viene tocando desde hace 13 años. Pasó por pequeños escenarios de bares en donde casi pagaban para tocar y hoy, en pleno ascenso, ya pasaron por Obras de Buenos Aires, donde además grabaron su último disco en vivo, Audiografía: un recital de mayo de 2006. Este viernes 3 de noviembre, 19 horas, vuelven a tocar allí. El resto del grupo se completa con Diego Almirón (guitarra y coros); Cristian Narváez (bajo) y Juan Pablo Bruno (percusión). Promedian los 30, salvo uno, que se verá cómo trajo vida nueva al grupo.
Silencio. Pablo, Nano y Javi están listos para explicar cómo es su Cielo.
Alma en tregua
Cielo Razzo no se considera una banda con un estilo excesivamente marcado, ni encerrada en alguna jaula musical. «Hacemos lo que nos sale, como nace. Si nace reggae, lo encaramos así. Si nació power, lo encaramos power» dice Javi. Cada uno tiene sus propias predilecciones y manías. Juan Pablo el reggae o la música latina. Pablo y Pájaron vienen de la época del grunge». (Para no iniciados, el grunge es una encrucijada de rock y punk que eclosionó en los 90 en Seattle, sede posterior de los primeros alzamientos antiglobalización, y ha tenido al señor Kurt Cobaine, inspirador de Nirvana, como su exponente más idolatrado, luego incluso de su suicidio de un escopetazo en 1994, a los 27 años).
Generalmente Pablo y Pájaro son los que aparecen con la idea principal de letras y de armonías. Nano también compone. Allí cada uno aporta lo suyo, y de lo colectivo toma forma un arte que no es milagro del cielo, sino todo un trabajo de creación. No hay magia, no hay improvisación. Pablo: «Todo lo que escribimos está trabajado. Nunca hicimos una melodía y dijimos: bueno, pongamos cuaquier letra. Ese trabajo es lo que permite la conexión».
¿De dónde surgen las letras? Una teoría de Pablo: «La banda es un espejo de un montón de situaciones que pasan. Cosas pesadas, cuestiones sociales, y también somos de escribir cosas naturales y simples que van por el lado existencial, las sensaciones». Cielo Razzo no hace una diferencia de intensidad entre una y otra dimensión. «Cuando algo nos altera, o nos parece que da para escribir, lo hacemos» explica Pablo. «Hay un tema, Mama, que contaba la historia de un tipo viviendo todos los males de nuestra época: la falta de trabajo, el fracaso ante la familia, el hambre y lo demás. O Muñequito, que habla sobre los chicos que piden en la calle. Pero no nos encasillamos en una sola cosa».
Messenger o mensaje de texto
¿Cómo sienten que es la relación de los chicos con el rock, y a la inversa, qué sienten que el rock les proporciona a los chicos en éstos tiempos?
Pablo: «Está bueno que los chicos tomen protagonismo en los recitales. Nosotros vivimos otra época (el baterista Javi es la excepción). Los grupos que nos gustaban eran lejanos, porque no había página de Internet. Tampoco te podías comunicar con gente a la que le gustaba el mismo grupo que a vos. Ahora estamos en la cultura del messenger, del mensaje de texto, todo eso hace que la gente se acerque a nosotros pero también entre ellos». Pablo considera que el rock brinda una especie de territorio a los jóvenes: «Les da un espacio. Por ejemplo, ven a Cielo Razzo como una especie de club donde se juntan, hablan, charlan, se comunican…»
La gula del diablo, los ojos del santo
La banda comenzó a tocar en 1993. Pasó por momentos de unión, de dispersión, de entusiasmo. En 2003 los aplastó la desgracia. Cuentan: «Claudio era un amigo que nos hacía la escenografía. Largo era el baterista del grupo. Tocamos cerca de Rosario, ellos se quedaron a desarmar un par de cosas, y salieron 20 minutos después que nosotros. Al día siguiente nos enteramos de que había habido un accidente. Los chicos estaban muertos».
Frente al dolor absoluto, el instinto los unió cada vez más. Comprendieron algo de una inquietante sencillez: «Vimos que esto es muy simple: ahora estamos, y mañana no. Empezamos a disfrutar más las relaciones personales con la gente que uno quiere, nuestras familias, entre nosotros mismos. Entendés la vida es un regalo que hay que disfrutar mientras lo tengas».
Decidieron rebelarse contra la muerte, no dejar la vida por la mitad. Pablo: «Muy poquito antes del accidente le habían ofrecido un trabajo a Largo. Él se negó, porque quería dedicarse por completo a la banda. Entonces dijimos: nosotros tenemos que seguir con esta locura, con este sueño». Largo, sin estar, definió la cuestión, como haciendo latir otra vez a Cielo Razzo con el pie en el pedal del bombo, que heredó Javi -19 años- al que todos le reconocen haber aportado la energía que les estaba faltando después de aquel mazazo.
¿Cuánta gente compone una banda? ¿Seis personas? Falso. «Somos somos parte de una familia. Todos tiramos para el mismo lado, no hay un solista al cual el resto acompañe» dice Pablo. Parece una constante de la época: la banda como familia ampliada, la acción colectiva para salir adelante, la falta de liderazgos personales, porque lo que lidera es la red que forma el grupo. Hasta para que un buen solo tenga sentido, tienen que estar los otros acompañando. Incluso con el silencio.
Las cosas que hay que hacer para tocar
¿Qué les cambió desde aquellos comienzos hasta hoy en la vida cotidiana?
Javi cuenta: «Uno no ve los cambios. Te vas acostumbrando a cosas que se vuelven normales en tu vida, como salir de gira. Lo disfrutamos muchísimo y estamos agradecidos a la vida y a la gente que nos da la posibilidad de vivir la gira, los recitales. en mi caso, apenas terminé el secundario entré en la banda municipal de mi ciudad, y nunca hice otra cosa. Así que de trabajo mucho no puedo hablar».
Nano relata que fue empleado hasta marzo en una biblioteca pública de Rosario a la que ha presentado formalmente su renuncia, y explica por qué una persona puede sentir que vale la pena arriesgarse incluso al hambre: «Fue difícil renunciar al trabajo, porque es largarse a lo incierto. En lo artístico hoy tenés, y mañana no sabés. Si estás solo es más fácil el riesgo. El problema es cuando ya tenés familia, la responsabilidad es muy grande. Por eso me costó tanto tomar la decisión. Ahora zafo, estoy bien, no me quejo, prefiero morirme de hambre con esto a lo que estamos metiéndole hace 13 o 14 años. Empezamos casi pagando para tocar y llegamos hasta acá, ahora medianamente podemos vivir de esto».
Pagar para tocar, o casi, es el modo de explotación rockera con que los empresarios del negocio someten a los artistas que empiezan. «Te dicen: vení a tocar. Vos pagás el flete, el sonido, y al final del día pagaste todo. Te dicen: te conviene, vení a mi bar y así te promocionás». Éxtasis de los empresarios: presentan un show, les cobran a los clientes y no les pagan a los músicos.
En Cielo Razzo hay tres leprosos y dos canallas (traducción: hinchas de Newell’s y de Rosario Central) que conviven sin dramas ya que no hay tormentas de pasión futbolera en esta banda. Otra rareza: jamás se dejaron seducir por Buenos Aires, esa idea a veces convertida en ilusión óptica para los chicos de las provincias. Cielo Razzo rompió la norma. Nano: «No nos volvimos locos con la idea de que hay que tocar en Buenos Aires. Hicimos al revés que la mayoría de las bandas que piensan llegar a Capital, y de ahí al país. Nosotros fuimos desde Rosario al país, y dentro de eso Buenos Aires» (en caso de cefaleas o náuseas por orgullo herido, se recomienda a lectores porteños abandonar ingesta de este artículo). Al no plantearse a Buenos Aires como objetivo a conquistar, funcionó una paradoja casi taoísta: la ciudad comenzó a convertirse en una plaza fuerte, capaz de abrirle espacio al cielo.
-¿Qué idea tienen sobre lo que ocurrió en Cromañón, a casi dos años?
Pablo: Para nosotros ahí falló la institución que está dedicada a cuidar los lugares donde se hacen espectáculos. Estábamos todos dentro del mismo maneje, o sea que para nosotros la responsabilidad real es de la gente encargada. En Rosario cuando nosotros hacemos un show grande se hace una inspección minuciosa. En Cromañón no se hizo.
Rock & hipocresía & medios
Pablo luego calla, piensa, y reconoce:
-Mirá, nosotros éramos parte del rito de las bengalas, nos guste o no. No podemos ser hipócritas y decir que no se prendían bengalas como lo hicieron millones de bandas. Esa es la bronca que hay: ver cómo el rock se dio vuelta cuando tendría que haber aceptado que fue una culpa general y no de una sola banda. Creo que hay que hacerse cargo de todos los lugares en donde se apoyó el arengue y la bengala. Hemos visto diarios en los cuales se mostraban los mejores shows del año y no había fotos de la banda sino de los chicos con bengalas. Entonces hay responsabilidad de parte del artista, de parte del público y de parte de los medios de comunicación que lo único que comentaban era «se llenó y prendieron 200 bengalas.» Creo que la responsabilidad es colectiva. Nos es justo que caiga sólo Callejeros. Y la culpa «real» es de la gente que trabaja para prevenir estas cosas.
-¿Qué sienten cuando se diferencia un rock «intelectual» de otro «chabón», supuestamente sin arte ni poesía?
Nano: Rock con poesía hubo siempre y sin poesía también. En ningún caso deja de ser una manifestación artística. No sé si la poesía tiene que ser un atributo insoslayable del rock.
Javi: Me encanta un rock con letra copada, que te hace pensar, pero escucho un tema que dice «a mover el culo» y también me gusta. Todo puede estar bueno. Además: ¿no hay gente que escucha bandas en inglés y no entiende ni lo que dicen? Pero sienten cosas. Eso es lo mágico que tiene la música.
Pablo: Eso es lo mágico, y también está lo otro. La industria está medio carnívora, por la necesidad que hay en la Argentina. Todos sufrimos la falta de trabajo y oportunidades. El pibe que está tocando, imagina armar su vida como músico. Se le mezcla lo laboral. No está mal, nosotros la vivimos como un oficio. Pero estamos también por la música y por el arte.
-Como parte de la industria carnívora, ¿eso les pone en riesgo algún valor propio?
Pablo: Todo el tiempo arriesgás tu credibilidad. Cuando hacés algo siempre hay consecuencias. Algunos te quieren, otros te odian. Escuchamos las dos voces, pero no nos guiamos por ninguna.
Nano: Mientras hagamos lo que creemos que es correcto, pensamos que la cosa va a andar. Siempre tratamos de laburar con honestidad y justicia.Y queremos ser consecuentes con nuestro discurso arriba y abajo del escenario.