Tras muchos años dedicados a la TV y al teatro, Horacio Fontova vuelve a sus orígenes, en dúo y con canciones corrosivas. La entrevista de Adriana Franco, para La Nación.
«La música es de donde vengo y hacia donde iré.» La sentencia es de Horacio Fontova, quien, tras varios años dedicados casi exclusivamente al teatro y la televisión, retornó al escenario en formato escueto. Junto al bajista José Ríos -con quien ya había tocado en Fontova y Sus Sobrinos- armaron Fontovarios, un dúo con el que dice vienen trabajando hace tres años, pero esporádicamente, al ritmo de sus otras actividades.
A principios de este año, sin embargo, el ritmo se acrecentó. «Vamos a poner toda la carne sobre la parrilla, en la música», decidió. En febrero y marzo hicieron un ciclo en el Club del Vino y ahora se están presentando todos los miércoles, a las 21.30, en Afiches, Marcelo T. de Alvear y Uriburu. Los fines de semana, salen de gira por las rutas del país. «Ya estuvimos en Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Jujuy, Córdoba, San Luis. Ahora, iremos para el Sur.»
Difícil de definir, la propuesta de Fontova. La música está allí. Mucho menos fiestera que en años anteriores. No le falta el humor, que sigue siendo un elemento clave. «Pero es un humor que se fue transformando en algo un poco más ácido, como amoldándose a la época en que vivimos. A pesar de que no se habla de algo específicamente; no es que hago chistes sobre personajes de la actualidad. Es un humor tal vez negro, pero respecto de las generalidades de la situación humana.» La realidad está, sí, y entre el humor aparece, por ejemplo, el tema «Nochebuena en Kabul», con un fondo pregrabado de disparos y explosiones.
El show tiene un título, cuenta, aunque no siempre ni obligatoriamente. «Se llama «Esperando a Baygón». En un momento era «El Fracaso de Baygón», pero después me dije que fracaso, no. No nos van a embromar. Así que ahora, en vez de esperar a Godot, vamos a esperar a Baygón, que nos va a ayudar con las cucarachas. Que no deben triunfar.»
Gabi, su compañera y manager, teclea la computadora y prepara el mate en la casa que comparten en pleno Palermo Viejo. No es un caserón. Lejos de ello. Es un antiguo local cuya entrada es casi tan secreta como la de Alí Babá. Sin un dato, cualquiera pasaría delante y seguiría de largo, buscando en otros timbres.
En el show, como en su vida, se mezcla la música con los chistes y las salidas humorísticas. Se plantea interrogantes tales como «¿hasta dónde se lavan la cara los pelados? o ¿por qué usan casco los kamikazes?» Con esos gags conviven las canciones. Casi todas nuevas. Y los temas ajenos. Por allí pasa «Vamos a la zafra», de Falú y Dávalos; «La zamba de la toldería», de Buenaventura Luna, y «Del mote», un bailecito del Chango Rodríguez.
«Todo está menos pachanguero -confiesa-. Por empezar, el tocar como dúo no lo permite, y eso era lo que buscaba. Con la formación anterior era todo un poco salsero, muy vital. Ahora con José podemos hacer temas con ritmo de bossa, blues, chacarera, milongas y hasta algunas con aires medievales».
-Estuviste ocupado con otras cosas…
-Sí, en teatro hice «Orquesta de señoritas» y «Porteños». Esas son las dos cosas grossas que hice. Anteriormente había hecho una obra de teatro con Javier Portales y Alejo García Pintos, «Malos hábitos», que no tuvo mucho éxito, porque creo que fue un error hacerla en el teatro Lassalle. Era para Ave Porco o el Morocco, porque tenía un argumento muy negro, bien transgresor…
-¿Y qué tal fue trabajar en «El 22», una tira diaria?
-Estuvo muy bueno. Por empezar, me encantó hacer un personaje que me permitiera no quedarme fijado en Sonia Braguetti. Eso ya fue. Aunque la gente siempre reclama el regreso de Sonia y que cante «Me siento bien». Me gustó hacer algo diferente. Era un policía viudo, un personaje triste, adicto al juego, solitario. Y trabajar en Pol-ka fue re-tranqui . Aunque era un laburo: había que estar bien tempranito. Se arrancaba a veces a las 7, a veces a las 8 de la mañana. Y Suar como compañero de laburo es divino, un tipo superhumilde. No conozco su faz de emperador, que debe ejercer en su escritorio. Pero ahí, como actor…, no había ningún trato preferencial hacia él. Era un actor más, hasta tímido, te voy a decir. Fue una buena experiencia.
-¿Volverías a la tira diaria?
-Sí, con otro personaje diferente. Aunque si pudiera elegir, en este momento, me gustaría hacer algún capítulo de «Tiempofinal», de los Borensztein, o alguno de «Los simuladores».
-También hiciste cine…
-Sí. Maravilloso. Una película filmada por Fernando Spinner, con un elenco alucinante: Alejandro Urdapilleta, la Negra Flechner, Gabriel Goity y yo. Un cine delirante y bizarro, pero lo bueno y gracioso es que estaba actuado muy seriamente.
En su vida, la música y el teatro han convivido casi desde el comienzo. Aunque este porteño nacido cerca de la plaza Lavalle pasó por trabajos varios antes de poder dedicarse al espectáculo. Dice que llevó la contabilidad de una fábrica de ataúdes, que fue tallador de muebles de algarrobo y hasta parrillero en la Exposición Rural. Luego, tras la colimba , se fue a Gesell, «para hacer mi hippielinato «. Allí se contactó con la gente que iba a armar la comedia «Hair», en la que trabajó junto a Rubén Rada, Miguel Abuelo y Mirta Busnelli, entre otros. Luego, quedó elegido como como el Herodes de «Jesucristo Superstar», aquella superproducción que no pudo ser luego de que una bomba destruyó el teatro Argentino, horas antes del estreno. «No quedó nada. Fue la única vez que lo vi llorar a Romay, que coproducía la obra con unos yankies y con Daniel Tinayre», recuerda.
De allí, directo a la música. Primero fue el Expreso Zambomba. «Un nombre de lujo, fijate que se lo puso Spinetta», cuenta. Y, poco después, y en tren de expresos, se convirtió en el director de arte de la revista Expreso Imaginario.
Pero a Fontova no le gustan las segundas partes ni los regresos. Por eso, en su show, apenas hay dos temas de otros tiempos: «Me tenés podrido» y «Sacá la mano de la lata». «Los reviví porque vienen al caso. Y a veces también hago «Los hermanos Pinzones», porque me divierte mucho». Pero ni a palos, aunque le insistan, hace «Me siento bien».
«Lo que hice ya está -dice, firme-. Por eso no me prendí en el nuevo «Peor es nada» de Guinzburg. Si el petiso me hubiera ofrecido hacer el Sea Monkey Adormecido, lo hubiera hecho, seguramente. Pero Sonia Braguetti, no. A Sonia le abrí una sucursal de su sauna en Praga, o sea que está muy bien, trabajando tranquilamente con los checos.»
El Negro Fontova casi tiene terminado «Negro», su nuevo disco, que presentará en septiembre en el teatro Ateneo. Allí participaron, junto a él y a Ríos, los que él llama «amigos de lujo»: León Gieco, Skay Beilinson, Liliana Herrero, Daniel Melingo, Peteco Carabajal. Sólo falta grabar una chacarera con Jaime Torres.
«Peteco tocó violín en el bailecito del Chango Rodríguez. Y en «La zamba de la toldería», que es una belleza, porque no sé si hay otra zamba donde hablen los indios en primera persona. Obviamente, no es de Julio Argentino Roca. Ahí Peteco tocó guitarra y Liliana Herrero cantó. Skay toca su increíble guitarra en un blues».
Fontova se entusiasma. Hay temas que son como cuentos, historias. «Uno es una crónica de la primera filmación de una película de cowboys en el desierto de Arizona. El desierto queda hecho una mugre, los indios están reaburridos queriendo volver a sus fogones, los coyotes desaparecieron del lugar, los lagartos lloran en las piedras. León cantó y metió una armónica. Se llama «Luz, cámara acción».»
A esa cruza entre música y humor se suma «Vivo moviendo el vientre», una bossa, con Melingo («nuestro Tom Waits del tango») en clarinete. «Es una bailarina árabe en plena decadencia, celulítica, sin dientes, sudorosa y con migas de pan abajo de las uñas -dice, y se ríe-. Me encantan esas contraposiciones, porque la música es muy romántica y la letra es tremenda. Una gorda que baila en un bar y vive moviendo el vientre… porque es odalisca.»