Lucas Martí tiene 20 años; Nahuel Vecino, 21. Ninguno de los dos aparenta más de 18, muchísimo menos en el contexto en que se desarrolla esta nota: tomamos café con leche en el cuarto de Lucas, una habitación repleta de muñecos de Star Wars de todos los tamaños; tantos, que cualquiera podría suponer que sus padres lo llamaron así en homenaje a George Lucas.
Lucas apoya mi grabador en su patineta negra. El y Nahuel forman el grupo A-Tirador Láser y acaban de editar de manera independiente su segundo álbum, el notable Sunburst.
Nahuel apunta, con precoz sensatez, que su banda pretende «aportar una obra perdurable». «No nos preocupa mucho que lo que hacemos sea nuevo desde el punto de vista de los estilos», señala. «Como dijo Oscar Wilde: «Lo único que pasa de moda son los modernos.»»
Efectivamente, la música de A-Tirador Láser combina elementos que, de por sí, nada tienen de nuevo, pero unidos brindan una de las mezclas más interesantes que puedan escucharse hoy en Buenos Aires;
* Melodías cristalinas al estilo de Stevie Wonder o Steely Dan, interrumpidas por complejos pasajes instrumentales de rock progresivo a la Invisible. Rupturas de ritmo y claroscuros musicales.
* Letras con una búsqueda poética poco usual en estos días («pero no creas que un libro hace a alguien;/ es alguien quien lo hace ser», canta Lucas, spinetteano, en «Inesperada»).
La suma conforma una delicada estética que los A-Tirador defienden en minoría, en momentos en que el rock chabón de La Renga cierra los go al tope de los rankings. «Este es un momento de mucho atraso. Si cantás una canción de amor, te tiran piedras y te gritan «puto»», protesta Lucas. «Hoy parece que para vender discos tenés que cantarle al porro, a la cerveza o putearlo a Menem.»
Nahuel se confiesa nostálgico de una época que no vivió: «Ahora todo es estandarización y mediocridad. Nosotros recibimos una información cultural importantísima de nuestros padres. Conocimos los cuadros de Van Gogh, los temas de los Beatles, fuimos estimulados…»
Lucas canta, escribe las letras y toca la guitarra y los teclados; Nahuel toca el bajo y compone algunas de las músicas. La banda se completa con Fernando Samalea en la batería y el guitarrista Fer nando Kabusacki (Los Gauchos Alemanes), como invitado en vivo. En el disco, además, el Mono Fontana participa como tecladista. Y si Lucas es medio hermano de Emmanuel Horvilleur, si las dos bandas comparten vivencias y el padrinazgo de Luis Alberto Spinetta, es lógico que algunos periodistas hablen de un parentesco entre A- Tirador Láser y los levemente mayores Illya Kuryaki and The Valderramas. «Cuando salió nuestro primer disco, Tropas de bronce», recuerda Lucas, «un periodista lo mencionó como «Fabrico cue… perdón, Tropas de bronce», y me pareció de mala leche, porque los dos discos tienen muy poco que ver entre sí. Por supuesto, es evidente que hay algo que nos une. Nos conocemos desde que éramos fetos, qué sé yo…».
Lucas reconoce la influencia de Spinetta, pero también la de otros históricos del rock argentino: «Charly es tan grosso como Luis, Fito -en su época- fue muy importante, y Cerati, también», reparte flores. De pronto, se cansa del plácido discurrir de sus elogios y patea el tablero,
-Al que no me banco para nada es al barbeta.
-¿A quién?
-A León Gieco. Ultimamente estuvo en todos los recitales. El cantante de la banda dice: «Quiero presentar a un gran amigo», y ahí aparece Gieco. Yo no lo invito ni en pedo. Creo que tendría que formar un partido político y dejar la música.
-Si sos músico y hablás de los problemas sociales sin dejar de hacer música, está fenómeno. Pero Gieco se pasó de rosca, porque compone como el orto. «Sólo le pido a Dios» está bueno; «Cinco siglos igual», también, y pará de contar. Bah, por ahí me estoy zarpando con él, que es un viejito rebueno (risas). Pero yo, como músico, no quiero sentirme obligado a ponerme la remera del Che para ser del palo.
Por ahora, A-Tirador Láser toca para públicos reducidos. Lucas dice que su sueño principal no es llenar un estadio, sino seducir a una muchedumbre ajena. «Siempre me imagino que tocamos en un festival heavy, como teloneros de una buena banda metálica: Pantera, por ejemplo, que no tiene que ver con nosotros pero me encanta. Y la gente al principio nos putea, pero lentamente va parando la oreja y al final nos escucha con atención y se copa. Ya va a llegar.»