Canciones animales y juegos de seducción: la voz de Fer Ruiz Díaz al frente de un nuevo sonido Catupecu Machu. Publicado en la Revista Rolling Stone Nº140.
Resetear todo. Con ese infinitivo, que es pedido e imperativo a la vez, con esa jerga de computación y de estados mentales tan catupequense, así cierra «Batalla»; y la frase y la canción —que llegan desde el disco Cuadros dentro de cuadros (2002), ahora reversionadas con sonido actual para el cierre de Simetría de Moebius— parecen resumir el programa estético de fin de década de esta banda de Villa Luro. «Batalla», además, contiene otras dos claves para entender el presente de una de las bandas más originales del rock nacional de las últimas dos décadas: por un lado, la idea del campo de batalla, de la disputa entre bandos que atraviesa las letras de Fernando Ruiz Díaz, (yo y vos, nosotros y ellos); por otro, la distancia musical que va desde la primera versión a ésta con Gillespi en trompeta, arreglos de cuerdas, una jam de seis minutos. Siantes colaban sus influencias en forma de cover (Beatles, Metrópolis, Massacre), ahora se revierten a ellos mismos. Resetear todo.
«Confusión» es otra contudente prueba del ambicioso proyecto que viene escribiendo Catupecu Machu: en ese tema, donde se espera una guitarra eléctrica filosa, lacerante, deciden poner un bajo virtuoso que, limpio, desvía las expectativas. El tema condensa también buena parte de lo que define a esta banda que eligió bautizarse sin significado, definirse sin verbos (cfr. los títulos de la mayoría de sus álbumes) y conjugarse casi siempre en puro presente (cfr. las letras de Fernando). Sin embargo es «Anacrusa», el tercer track, el que mejor expone conceptualmente este disco: palabras como «crescendo», «prefacio», «desmembrar» y «contratempo» se hilvanan para componer un fresco nocturno con clima de tablao y de flirt, y tejen una suerte de flamenco opresivo de guitarra española (que aquí no es lo mismo que criolla), el instrumento que eligieron para producir un disco sónicamente prensado, comprimido.
Así confirman que se desmarcaron de cualquier género (¿rock alternativo?) para hacer una música que amagó para aplanadora y eligió escaparse por otras aristas, otros laberintos, hasta comprobarse obsesionada por las configuraciones: la geométrica de las ondas musicales y la científica de las relaciones humanas. Y que hoy nos esconde la guitarra eléctrica peculiar de su líder hasta alterar por completo los planos habituales de su propia intensidad: deja limpia y adelante la voz de Ruiz Díaz, el bajo y los colchones de teclado de «Macabre» González (incluso el piano), y aleja y reprime, por convicción, la batería potente y seca de Javier Herrlein. Prueben «Víbora vientre» (tango y vals entre animales en celo) o el potente «Alter ego… Grito alud»: la alternancia de superficies y planos se hace plan, estrategia compositiva y de edición, diseño de obra. El grupo que fue electrocución, electricidad y electrónica vive, una vez más, una transfusión de su sangre: en épocas de tendencias vampíricas, Fernando muerde la piel y bebe fuego sobre, apenas, un mantra de bajo y ruiditos caprichosos.
En sus letras, Ruiz Díaz es el más fiel sucesor de Cerati, pero sus canciones animales proyectan una especificidad: sus metáforas componen un ensayo fragmentado sobre la noche y refieren casi siempre a un juego de seducción, pero bien podrían hablarnos de la nueva configuración sensorial y comunicativa con su hermano Gaby, y también, acaso, de la escena de rock. Una suerte de conjuro del lenguaje contra el significado cerrado… La balada «Cosas de goces» (repitan: ba-la-da) transmite una épica de alta intensidad y se ofrece como la cima creativa de esta nueva dirección que encontró Catupecu. Las radios am y las tiras del «prime time» se merecen algo más que a Montaner.
Quizá por el protagonismo de Macabre en el tándem compositivo, Depeche Mode se volvió otra influencia clave. Por si algo faltaba, Catupecu aquí se desembaraza de la idea convencional de trío de rock: los bajos tocados por Fer y el diseño sonoro retienen el protagonismo y son un homenaje merecidísimo a la influencia del propio Gabriel en el rumbo actual del grupo.