Según se puede leer en el librillo que acompaña el disco, los Mudras constituyen un antiquísimo lenguaje gestual que se realiza con las manos. Esa aclaración es rematada con un poema cuyos últimos versos terminan de explicar este nuevo disco de Pedro Aznar: «Canciones como mudras: dos voces hermanadas en reverencia». Así, el ex niño prodigio del rock argentino, devenido en ferviente cultor de la mejor música popular latinoamericana, regresa acompañado por un impresionante abanico de colaboradores.
Junto a Parte de volar (2002) y En vivo (2002), este álbum integra una involuntaria trilogía que sintetiza el prolífico último tramo de la carrera de Aznar. Aquí, el creador de «Fotos de Tokyo» privilegió a artistas populares del sur del continente: la peruana Eva Ayllón o el gaúcho Vitor Ramil, de quienes produjo sus últimos discos; los chilenos Congreso y el uruguayo Hugo Fattoruso, en impecables registros en vivo; y la bahiana Gal Costa o el sevillano Vicente Amigo, en temas ya incluidos en álbumes en los que participó como invitado, También aparecen Adrián laies, Lito Epumer y Mercedes Sosa, con quien Aznar interpreta una hermosa versión de un poema de Atahualpa Yupanqui que él mismo musicalizó.
Delicado y homogéneo, el álbum cierra con un cover de «Tomorrow Never Knows», aquel tema de Revolver que John Lennon confesó haber querido cantar colgado del techo, un deseo que Áznar hace realidad como mudra final, auxiliado por el grupo teatral De La Guarda.