Mayo nos trajo el primer disco de estudio de Lucy Patané, con título homónimo. Patané, miembra de Las Taradas, es una de las referentes de la escena musical actual y una de las guitarristas más talentosas del país. En su álbum, sacó a relucir todas sus habilidades instrumentales y técnicas, ocupando, al mismo tiempo, el rol de creadora, instrumentista y productora de su trabajo.
Con una duración de 41 minutos, «Lucy Patané» está compuesto por 12 canciones que recorren un abanico de sonoridades amplísimo. Fue grabado por su autora en el estudio Sale La Luna (lugar del que forma parte Patané y en el que ha producido y grabado discos de otros músicxs) junto a Tomás Pérez Campione y Juan Ignacio Serrano.
La canción que abre el disco, «La corte», funciona como la obertura magistral, que ya anticipa la polifonía que se viene, con capas vocales que se entrelazan y se potencian. El tono casi fúnebre se torna poderoso con el siguiente track, «En toneles», el cual fue lanzado a comienzos de mayo como el corte de difusión del álbum. La guitarra de 12 cuerdas, en las manos mágicas de Patané, parece conquistar nuevas vibraciones y el ritmo cabalgado de la percusión nos conduce a un viaje casi cinematográfico, de las viejas películas de western. El lamento que podíamos sentir en el comienzo del disco se vuelve letra: «construiré una cama/para tu comodidad/para que vengas a llorar» y se convierte en pura tormenta con la distorsión de la guitarra eléctrica.
Con «Hoteles de fuego» el pesar se vuelve incómodo, inquietante. La voz de Patané en primer plano, con la guitarra acompañando, relata una historia de amor con los minutos contados, con el final inscripto en el comienzo y va sumando instrumentos hasta alcanzar en un estribillo toda la potencia, sobre todo por los bombos que resuenan tan inminentes como el paso del tiempo.
La intimidad que va construyendo el disco se vuelve documental al inicio de «Clavícula», en el que escuchamos un audio de Mene Savasta (quien junto a Melina Xilas y Carola Zelazchi conforma la banda que acompaña a Patané) que dice «la música nos va a salvar» e inaugura el abanico sonoro de la canción que comienza con un punteo de guitarra hipnótico, que induce el baile y que luego sumará distorsión y la voz firme que canta sobre el cuerpo y el deseo, sobre la cárcel que puede ser el goce no consumado: «¿Has visto?, se me han quedado unos besitos/atravesados en los dientes./Qué difícil será salir de acá!».
El tema sucesor nos muestra con claridad que se trata de un álbum que, como su nombre lo indica, retrata la multiplicidad de facetas que convergen en la figura de Lucy Patané: es que en «Ustedes», si miramos las especificaciones técnicas, nos vamos a encontrar únicamente con el nombre de ella, quien grabó batería, percusiones, bajo, sintetizador, guitarra acústica, guitarra eléctrica, coros y voz. Esto se repite en otras dos canciones pero en ésta parece ser aún más relevante si atendemos a su letra: «Y aunque no me escuchen/yo grito como un animal/ desde la jaula!». Y efectivamente «Ustedes» suena a un manifiesto de defensa de la propia creatividad, del derecho a sacar la voz, a decir lo que se piensa tanto frente a los demás como frente a una misma. «Voy a convivir con ustedes» se entiende tanto en relación al entorno, a las críticas e incluso a las limitaciones que la mayoría de las artistas mujeres debe enfrentar a lo largo de su carrera pero también parece referirse al esfuerzo por hacer hablar y reunir a todas las aristas que conforman su identidad.
En efecto, Patané no parece desperdiciar la oportunidad de liberar el caudal creativo y en «Osa en la laguna», sexto tema del álbum, construye un pequeño remanso instrumental, que suena folky en el comienzo y se va transformando en una pieza experimental, que parece desarmarse, diseminarse hasta el límite, sin perder ni su fuerza ni su unidad.
Pero el momento instrumental no termina ahí y tiene su contrapartida en «Aterrizaje», canción de poco más de dos minutos, cuyo centro sonoro está anclado en la guitarra de 12 cuerdas, tal vez el instrumento central del disco, que reluce y encuentra su eco en el reverb de sus hermanas eléctricas, generando un ambiente melancólico pero poderoso. Acto seguido, sin ningún silencio, comienza «Búhos»; casi una canción de cuna, que arropa al oyente, en el vaivén de la voz que dulcemente habla de un amor sin esfuerzos, de un amor inevitable (caíste bien en mi familia/caíste bien entre mis brazos/Y yo caí muy bien hasta el fondo de tus ojos) que se tiñe de lamento con el violín. Una se deja de llevar y entonces viene la irrupción de lo distinto: el sintetizador que descoloca y desmitifica, la guitarra que se escapa por la disonancia; ambos nos recuerdan que la realidad siempre nos espera.
Sin preámbulos, Patané nos transporta a la distorsión, el power y la desesperación de «Ya no quedan». Es que esas son las lógicas del deseo apremiante, del que nos molesta y nos carcome y que, al no encontrar un cauce que lo deje fluir, se traduce en la potencia de la guitarras, en el pulso palpitante de la batería y en el extrañamiento del sinte, que buscan darle forma a eso que ya no pueden ni expresarse en palabras: «Ya rompí los frenos y el timón/llevo kilos prensados de deseos».
Pero el deseo parece no querer ser domado y regresa en «Cinturón»: canción de carretera, de recorrer la infinitud del desierto que puede ser el deseo; que se vuelve abrumador, aplastante y parece amenazarlo todo; y aún así, hay lugar para el lamento que parece súplica, que parece el tango llorón de un barrio porteño: «Ay, Morena!/un amor abandonado!/En la esquina de tu cuerpo,/cinturón desabrochado». El amor escatimado enloquece y Patané necesita de tres baterías que llama «del infierno» para reflejar la insistencia ardiente del cuerpo; el tema concluye en un diálogo entre las percusiones de Pedro Bulgakov, de Carola Zelaschi y la suya propia, que no suena gratuito sino necesario, refrescante y carnal. «Estás grabando, no?», se escucha de fondo, dejando entrever que allí también hubo algo del deseo puesto en marcha, sin frenos ni cinturón que lo limite.
Y entonces llega la calma. O, al menos, la quietud melancólica de todo final. «Tu dialecto» nos muestra una Lucy Patané íntima, que canta con susurros y con dulzura sobre la certeza de las heridas ya sanadas que sabemos se transformarán en cicatrices para el resto de nuestras vidas. De fondo, se escuchan voces, ruidos de platos, como si la canción fuera un momento de interioridad robado al trajín cotidiano, un instante para recordar aquello que alguna vez dolió y ahora forma parte de nuestra historia: «Ya se acabaron los destellos del dolor/Duerme tranquila con tu dialecto/terminó».
El final llega con «Dock Sud», el último tema del álbum y el más largo. Ya no hacen falta palabras; escuchamos sólo tarareos, balbuceos que reverban sobre la polifonía instrumental que se vuelve candombera por momentos y dramática, por otros. La vida es baile, parece decirnos este disco, pero no siempre alegría. Hay que ser valiente para habitar la incertidumbre, la confusión, la incomodidad y salir airosa. Lucy Patané parece tener algunas pistas de cómo hacerlo.