Después de un disco de rock electrónico («Premier», 1998) y otro de pop virósico («Pose», 2002), el dúo de Quilmes llega a una síntesis cautivante de distorsión y melosidad. «Hombre» es un compendio de pequeños manifiestos estéticos. Las guitarras murmuran, se retuercen y, en algunos casos, terminan extinguiéndose a borbotones, como si el grupo decidiera lanzarse por la borda al terminar cada canción. ll abandono, la entrega, la definición del rock y el peligro de la honestidad son algunas de las ideas que forjan el carácter de una obra tan arrogante, dolida y medicada como sus autores. «Luces sensacional» es un comienzo voluptuoso, con Marcelo Zeoli cantando como Federico Moura -estirando las eles al final de las palabras, llevando los quiebres vocales al filo del falsete histérico- y pidiendo por un taxi que «acelere pronto hacia otra ciudad, donde haya gente como nosotros». Entre la guitarra rockera de Gonzalo Campos y el sintetizador glam de Lucas Batista, Los Látigos anteponen una pátina de artificio para mitigar el dolor de sus desencuentros amorosos. En el belicoso ensayo «¿Cuál es tu rock?», en cambio, despegan del espíritu fraternal que envuelve al rock argentino en estos días, para renovar cierto enfrentamiento estético de los 90s. ¿Quién dijo que éramos todos amigos?