La Joven Guardia fue envejeciendo —a fuerza de errores— y trata ahora de cambiar.
Durante mucho tiempo fueron despreciados por otros músicos, ignorados en festivales importantes y bastante mal tratados por el periodismo no complaciente. Mientras tanto, ellos iban acumulando récords de venta, compraban instrumentos y equipos de calidad y aseguraban su posición económica con adquisiciones diversas. No obstante, las culpas por haberse acercado demasiado a la música de entretenimiento presiona finalmente a la Joven Guardia.
El primer síntoma de la crisis es la separación de Roque Narvaja. Desde ese momento las instancias difíciles fueron cosa común en el conjunto. En menos de un año ingresaron y fueron despedidos dos guitarristas, el organista fue «echado» y Narvaja optó por reintegrarse.
Las críticas a la música del grupo sumadas al vapuleo que ellos mismos hicieron con los integrantes produjo una incontenible corrosión en la ya destartalada imagen de la Joven Guardia.
Ante ese panorama, el grupo tenía dos salidas: aliarse a las murgas de musiquita complaciente o romper con todo el pasado —reconocer algunos errores— e intentar demostrar que también ellos son capaces de trascender con buena música.
En esta última posibilidad investigó Clara Arverás, una colaboradora de Pelo, para averiguar hasta qué punto las proposiciones de la Joven Guardia son ciertas y posibles.
Este es su informe:
Como en los cuentos, la historia puede comenzar así: Había una vez un conjunto exitoso que destilaba, primero ingenuamente y después no tanto, grandes recetas comerciales. El tiempo pasó, eran cuatro y ahora son tres, y una nueva moral los acosa. Desde agosto la Joven Guardia ha cambiado el signo de su imagen. Ellos mismos lo cuentan, con un entusiasmo que desmonta. pieza a pieza, el mecanismo de relojería sobre el que reposaba su estilo. Un mecanismo que los gratificó con fama y dinero y al que, sin embargo, renuncian de buena gana a favor de una sinceridad más comprometida con su tiempo, de un realismo que pretende testimoniar una toma de conciencia.
TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN A ALGUNA PARTE
A principios de 1968 Enrique Masllorens, bajista y compositor; Luis Horacio «Hiacho» Lezica, batero; Félix Pando, organista, y Roque Narvaja, guitarrista, voz y compositor, se reunieron para formar un conjunto. Félix es el único a quien se le ocurre registrar el nombre. De ahí surgirán, años más tarde, desagradables problemas.
Conectados con Columbia empiezan la eterna historia de grabar cintas con temas diversos. Siempre con el mismo resultado, a los productores les parece «que no van a caminar». Sin contrato y bastante hartos se van con la música a otra parte. En Victor aciertan con «Vuelvo a casa». De ese primer simple se venden 1.141 discos. Allí empieza para ellos una historia en la que otros terminan. Son un conjunto comercial, vendedor, tienen mucho trabajo y ganan bien. Entonces elucubran «El extraño del pelo largo».
«En ese tiempo éramos totalmente sinceros», aclara, por las dudas, Enrique. El team estaba listo en diciembre del 68, pero los inapelables ejecutivos de la Victor «no le velan demasiadas posibilidades». Entre tiras y aflojas, el tema salió a la calle recién en febrero del año siguiente. Desde el comienzo, la venta del disco es febril. Se vendieron más de 300 mil simples, se incluyen en más de cinco long plays. El éxito es total, indiscutible. Claro que ninguno de ellos intenta defender el paso siguiente, su primer pecado capital: «La extraña de las botas rosas». Versión femenina y obviamente calcada de su anterior suceso comercial, «La extraña … » sale a la venta el 17 de agosto de 1969 («me acuerdo, acota Enrique, porque fue el dia de mi cumpleaños»). En 3 meses se vendieron 100.000 ejemplares del engendro.
Recién entonces, incluido en un jingle, el tema recibe su empujón final, con una difusión enorme, crece monstruosamente, tanto como para que hoy prefieran declararse culpables y cancelar el tema.
Muchas cosas pasan durante un año. Hacen giras en las que aprenden a conocerse, a extender sus propios limites humanos y musicales, a frecuentar otras gentes («en el interior todo es tan distinto», suspiran). Es entonces, sin duda, en medio del éxito, cuando ganan dinero y todo parece fácil (no hay más que seguir la receta y las cosas salen solas), cuando comienza a nacer una sensación muy poco clara, casi imperceptible.
Entre su mundo, entre las canciones que sirven para venderse ellas mismas o para promocionar otros productos, y el mundo de la realidad, hay algo asi como un abismo, una zanja para la que no hay puentes que basten.
DETRAS DEL ESPEJO
Las inquietudes generan movimiento. En abril de este año Enrique, Hiacho y Félix viajan a USA. Roque se separa. Buscan un nuevo guitarrista y lo encuentran, es Diego Aguirre (ahora Zandunga) el que se suma a la troupe.
«Teniainos bastante miedo, reconocen ahora, de que la adaptación, humana y sumisa, resultara dificil para todos».
Sin embargo, el susto pasó rápido y Diego se integró sin graves problemas. Entretanto, Roque forma un trío: «Comunión», que apenas existe. Disuelto el intento, Narvaja recala 19 días en Nueva York. Cuatro meses después de la separación, los mosqueteros vuelven a unirse. «Sin problemas con Diego, se apresuran a aclarar, es un tipo macanudo y un excelente guitarrista, del que todos somos muy amigos».
Pero la unión, esta vez, no sólo engendró fuerza sino también una resolución. ‘La cosa ya no daba para más, no podíamos seguir haciendo lo mismo, estábamos hartos», estalla Roque. No todos, sin embargo, Félix, con quien aparentemente siempre hubo problemas «a nivel humano no evolucionábamos ni al mismo tiempo, ni en el mismo sentido», se resiste a abandonar el atajo fácil. Las discusiones se eternizan.
‘Eramos tres a uno, simplifica Enrique, así que decidimos echarlo». No fue tan simple, claro. La nueva toma de conciencia exigía otros climas. Planteada su separación de Ricardo Kleinman (al que los unía un contrato hasta 1971), el productor exige una indemnización aparentemente sideral (2 millones?). El arreglo, entonces, se tramita ante A.D.R.A. (Asociación de Representantes Argentinos) y el compromiso firial llega a los 500 mil pesos, que la Joven Guardia se obliga a pagar en cinco cuotas. De lo contrario, claro, la vida podría ponerse difícil.
Sin necesidad de recursos legalistas un productor puede recurrir al simple expediente de retirar a todos sus demás protegidos de cualquier baile, festival, programa o proyecto qua incluya a los fugitivos. Más vale, entonces, cumplir con ciertos trámites.
Cancelada esa etapa, todavía en tratativas con los abogados de Félix, que exige 300.000 pesos por la cesión del nombre «La Joven Guardia», que fue el único prudente en registrar, se largan a «hacer la música que se nos da la gana».
Poco tiempo después se unen a Carlos Maria Aquino, un guitarrista que comparte los desvelos del conjunto durante no más de un mes. «De pronto se hizo evidente —señala Hiacho— que Roque, Enrique y yo funcionábamos a revoluciones diferentes. No se trata de nivel muscial (Carlos era muy bueno en lo suyo) ni amistoso, es un ajuste de años». Y el razonamiento parece bastante claro.
Cargando una experiencia que los unió en las giras y el éxito, en la facilidad comercial y en las frustraciones, los tres amigos están unidos por características difícilmente asimilables a nuevos elementos.
Por otra parte, juntos han aprendido a desconfiar de lo que los rodea. Y no es para menos. En un medio donde lo que se desvía del camino trazado sigue una ruta ya muy transitada: del underground, la marginalidad, la pureza de estilo, la violencia de ideas a la sumisión paulatina que desemboca en la vira más vergonzante de las recetas comerciales, la Joven Guardia parece elegir el camino inverso. Traen de su pasado inmediato un escepticismo qua no los endurece. En cambio, prefieran sumergirse en la ingenuidad reconfortante de su nuevo repertorio. «La música —poetiza Roque—es un camino muy sutil, pero muy claro, distinto a los otros, que penetra en la conciencia de la gente por puertas que sólo ella abre».
«No creemos en la protesta recalca Enrique—, sino en el testimonio. Hacer y decir lo que se cree y lo que se quiere es una manera de aclarar el mundo». La realidad, como siempre, es más difícil de coordinar que los sueños.
Su último simple «Fuerza para vivir» y «Rajá de acá» vendió 9.000 discos. Pero a esas letras, que ahora ya les parecen ingenuas, han seguido otras, más y mejor elaboradas, donde el «testimonio» afina la puntería.
La elección está lejos de ser fácil. Vender por ahora, menos discos, ganar menos dinero, tienen nuevos problemas. Pero el dulce sabor de la libertad y la responsabilidad parecen bastarles, todavía, para alimentarlos de alegría. Podrá sospecharse, sin embargo, si el cambio no indica además un olfato más fino de los músicos que en los mismos productores, para detectar por donde soplan los vientos del mañana.
Evidentemente, sobran ya las pruebas de que el público desarrolla rápidamente defensas y anticuerpos contra la infección comercial que le inunda los oidos. Apostar a esa salud puede ser, además de una crisis de conciencia (¿por qué no?) un muy buen negocio.