Cinco años después la va legendaria —y reiterada— historia, de los Gatos vuelve a repetirse. En realidad no. es sino la historia de muchachos provincianos que ven desde el interior a Buenos Aires como la gran meta para su destino de músicos.
Esta vez, los actores son los Bichos: cuatro cordobeses. Al igual que en la primera época de los Gatos es posible que ellos, en este momento, estén viviendo en algún hotel de mala muerte en San Telmo o cerca de Plaza Once, amontonados en una pieza. Ellos no lo dicen, pero deben comer de vez en cuando. Si uno tiene chacolate arriba del escritorio, se lo comen todo. Fuman cigarrillos ajenos y piden discos prestados que escucharán en cualquier lado, nunca en un tocadiscos propio.
No es la primera vez que están en Buenos Aires. Ya volvieron a su Córdoba natal, quizás a «reacondicionarse» y comentarles a sus padres que «no se preocupen: todo va fenómeno».
Sin embargo no es así. No es fácil triunfar en Buenos Aires, donde hay más de cincuenta conjuntos en actividad y trescientos que quieren llegar a un estudio de grabación.
Para este tipo de historias un poco bohemias, bastante apasionadas, generalmente no importa mucho si la música del grupo es mala o buena. La imagen del que lucha contra la máquina de la gran metrópoli y sus adversidades se hace interesante para el que nunca vivió una experiencia similar. Por eso que el repetido cuento del muchachito que viene con su guitarrita desde un pueblito del interior se reiteró durante mucho tiempo ante los ojos de los porteños, que se enternecían como conejitos ante el «changuito que viene a cantarles». Después cuando se daban cuenta que todo era mentira, y que «el changuito» vivía en Flores, era demasiado tarde: ya habían fabricado el ídolo, habían consumido abundante literatura superficial sobre su vida, y tenían todos los discos que editó. Pobre…
Pero con los Bichos, una instancia al menos parece no repetirse: ellos son buenos de verdad; sín inventos publicitarios. No vienen a aprender a Buenos Aires, a pesar de que ellos siguen creyendo eso. Tienen música para mostrar y para que las porteños la respeten. Porque hoy, en el interior (en Córdoba, en Santa Fé, sobre todo en Paraná) se están gestando grupos pop de excelente calidad y con un lenguaje muy particular. Los Bichos tienen algo de eso. Y tienen mucho de lo que saben los conjuntos de acá. También conocen «yeites de viola» y «camelos de batería», pero además tienen su sonido propio, una música compuesta por ellos: elementos básicos para que se los comience a respetar, a oírlos con atención y a darse cuenta que Buenos Aires es muy grande, que tiene decenas de recitales, y montones de conjuntos, pero que de esos «montones» un setenta por ciento no alcanza ni siquiera un nivel mediocre: ni aún aquellos que graban. Quizás sea la hora de buscar otros horizontes: ¿Por qué no los conjuntos del interior? En el momento en que este número esté en la calle todavía es probable que los Bichos siguan tocando en el boliche Viva María, en Ayacucho y Las Heras. Con los mil pesos, o menos, que les deben pagar por noche a cada uno es probable que mantengan el hotel y que coman algo. Si se les rompe una cuerda, le pedirán dinero a algún amigo. Mientras tanto aguantan. Ellos están seguros que van a triunfar. Es muy probable que lo consigan. Sobre todo, cuando dentro de algunas semanas aparezca el primer simple del grupo en su nueva empresa grabadora. Por eso es interesante conocer previamente la historia del conjunto sin «camelos», ni «changuitos pobres». Hace cinco años, Los Gatos pasaban por penurias similares para poder «llegar», y quizás el año próximo a otro grupo vuelva a ocurrirle lo mismo. Porque en definitiva, es la lucha por hacer lo que realmente se quiere. Y esta es la de los Bichos, que ellos mismos contaron en la redacción de Pelo:
«Todos nosotros estábamos en diferentes conjuntos —cuenta Carlos Arce, baterista— empezamos a reunirnos en secreto en mi casa, en el Barrio Observatorio de la ciudad de Córdoba. Mientras hacíamos los primeros ensayos, continuábamos con los otros grupos. No queríamos que nadie se enterara que estábamos juntos. Pero al mes todo el circo cordobés conocía la noticia y no tuvimos más remedio que anticipar nuestra primera aparición. Todo esto ocurría en los primeros meses del año ’68». «José González, uno de los locutores más conocidos de Radio Universidad fue el que más nos ayudó en la primera época —explicaba ahora Carlos Avalos, bajista y cantante—, él nos consiguió el primer contrato en circuito de bailes en clubes denominado «Ronda Juvenil». Por medio de ese trabajo actuamos por toda la provincia de Córdoba, y de paso la conocimos íntegra. Entre las distintas giras, nos presentábamos en «Liverpool», un boliche de la calle Boulevard San Juan, en el centrd de Córdoba, donde se reunían todos los músicos de beat de allá para hacer zapadas de jazz y pop».
«Una noche que llovía torrencialmente, —recuerda Alejandro Baró, organista— estábamos descansando en la barra del boliche comentando algo del día del estudiante y del poco trabajo que había, cuando apareció en la puerta de «Liverpool» Billy Bond. Te lo cuento así, con todos los detalles porque para nosotros fue un momento muy importante.
A Billy ya lo conocíamos de una oportunidad anterior que también había visitado el boliche. Detrás de él aparecieron dos tipos bastante chiquititos, con pelo largo y eso. Carlos me apretó un brazo y me dijo sin dejar de mirar hacia !a puerta: «Mira negro, son los Shakers». En realidad, eran los hermanos Hugo y Osvaldo Fatorusso, los ex capos de los Shakers que en ese momento estaban acompañando a Billy Bond. Para nosotros ellos dos, y el conjunto en sí, eran los músicos que más admirábamos. Para nosotros que vivíamos en Córdoba los Shakers siempre habían sido algo inalcansable, un mito. Te lo juro: ese momento fue para nosotros como si entraran los Beatles. Billy Bond nos presentó a todos. Nosotros mirábamos con desconfianza. No queríamos creer que esos músicos a los que nos habíamos pasado noches enteras escuchando, estuvieran allí, al lado nuestro. Poco después tuvimos que ir a tocar. Ellos nos escucharon con todo respeto, sin fanfarronear. Cuando bajamos del pequeño escenario Osvaldo nos dijo: «Pero loco qué hacen ustedes aquí en este boliche perdido? Tienen que ir a Buenos Aires urgente. Nosotros les vamos a conseguir prueba, grabadora, disco, todo eso. Tienen que matar».
«Nosotros teníamos todavía algunos contratos por cumplir, nos faltaban equipos y el dinero no nos sobraba. Así que esperamos juntar la plata de los carnavales y después viajar a Buenos Aires. Mientras tanto, nos hicimos fuertes en Córdoba. Antes de terminar el ’68, la Sociedad de Locutores organizó una encuesta para consagrar a los grupos musicales de Córdoba más populares. En la categoría «beat» ganamos por muerte. Conseguimos varias actuaciones en la televisora local y en carnaval hicimos muchos bailes. Pero lo que nosotros queríamos era venir a Buenos Aires y grabar.
«El dos de marzo bajábamos con todo los bártulos y equipos en la estación Retiro. Allí estaban esperando los dos hermanos Fatorusso. Nos llevaron hasta un hotel, nos hicieron dejar las cosas. Y fuimos directamente a la grabadora: Music-Hall. Nosotros no lo podíamos creer. A los pocos días firmamos un contrato y empezábamos a grabar nuestro primer simple: «Cuando te sientas vieja» (un tema divertido) y «La amaré» (hecho en la onda de beat español: mucho que ver). En realidad no conseguimos un suceso extraordinario, pero algunos disquitos vendimos».
«Cuando promediaba el otoño del año pasado Billy Bond nos ofreció trabajar en «La Cueva», el boliche que él tenía en la calle Rivadavia. Allí trabajamos alrededor de cuatro meses. Pero más que nada nos interesaba porque en la zapadas podíamos tocar con tipos que nosotros considerábamos monstruos: Javier Martínez, Litto Nebbia, Pappo, Moris, todos. Mientras tanto estábamos grabando nuestro primer long play, con temas nuestros. Cuando lo terminamos, Lalo, el guitarrista del conjunto que nos había acompañado desde los primeros días en Córdoba se separó de nosotros».
Como no teníamos plata para pagarnos el hotel teníamos que dormir en La Cueva:cuando toda la gente se iba juntábamos los sillones y esas eran nuestras camas. Trabajábamos y vivíamos allí. Un día no comíamos y el otro tampoco. Lalo es un tipo flaquito, muy endeble, y ese ritmo lógicamente lo debilitó a tal punto que tuvo que abandonar todo y volver a Córdoba».
«Después tuvimos varios guitarristas que sólo venían para trabajar en los pocos shows que conseguíamos. Finalmente se quedó «Gamba» Gentilini, pero algunas semanas antes de carnavales se pasó a la Conexión de Carlos Bisso. Entonces conseguimos otro cordobés, Daniel Homer. Estamos muy contento con él porque aparte de ser un músico excelente ya lo conocíamos de Córdoba».
El contrato que teníamos con Music-Hall se terminó. Y estuvimos un poco a la deriva. Ya estábamos cansados de pagar el «derecho de piso». Fue un año entero de machacar sin conseguir resultado. Hubo poca gente que confió en nosotros. Los Fatorusso se fueron a Estados Unidos. Billy Bond tuvo muchos problemas; prácticamente nos quedamos solos, despistados. Ahora estamos un poco más cancheros. con los representantes piratas, con los bailes, y todo el circo. Nos contrató CBS y pensamos que nos va ir mejor. Después de un año de estar en Buenos Aires recién ahora vamos a dar un recital. Nosotros siempre tuvimos ganas, pero nunca nadie nos ofreció eso. Ahora vamos a tener buenas oportunidades de demostrar lo que sabemos hacer, principalmente en los recitales. Estamos en una mano pesada que mata».
Ellos cuentan la historia así, simplemente, sin agregarle circunstancias trágicas. Ellos mismos lo aclaran: «Nosotros hacemos todo esto y aguantamos muchas cosas, porque tenemos pasión por la música, sino fuera así ya habríamos vuelto a Córdoba, cada cual a casa de sus papitos definitivamente». La música de los Bichos es sencilla pero exacta. No tiene camelos, ni engañosos efectos. Quizás estos cuatro cordobeses no se conviertan en «el gran conjunto del año», pero todavía no surgió ninguno para aspirar a esa denominación, y ellos por lo menos están entre los cuatro mejores de «los que están viniendo». En dos o tres meses más se podrán ver los resultados. Quizás el interior argentino, después de cinco años, produzca otro fuera de serie como los Gatos.