Sucesora de Hasta que se ponga el sol y Buenos Aires Rock, la película Que sea rock presenta a Los Piojos, Calamaro, Cerati, los Ratones, Intoxicados, Páez, la Bersuit, Babasónicos, Attaque, Arbol, Charly García y León Gieco, entre otros. Bienvenida sea.
La primera fue Hasta que se ponga el sol en el 73. La impulsaron Héctor Olivera, Daniel Ripoll de la revista Pelo y Jorge Alvarez, aquel editor visionario que había publicado libros antológicos a principios de los 60 y que venía de descubrir que había un rock argentino que merecía ser grabado, para lo cual fundó Mandioca. Ese largo, dirigido por Aníbal Uset, se filmó durante el festival B.A.Rock del 72 y en él participaron grupos hoy desaparecidos como Pescado Rabioso, Pappo’s Blues, La Pesada del Rock’n’Roll y Arco Iris y debutaron jovencitos como Sui Generis -o sea, Charly García y Nito Mestre- y León Gieco.
Después vino la dictadura y poco antes de que saliéramos de esa noche, Olivera dirigió Buenos Aires Rock, un film con imágenes tomadas durante el festival B.A.Rock de noviembre del 82 que se estrenó pocos meses después. Allí se vieron a Los Abuelos de la Nada, Riff, Luis Alberto Spinetta con Jade, Litto Nebbia, un casi debutante Alejandro Lerner, Piero -eran los días en que Piero era del rock- y otra vez León Gieco.
Y ahora Olivera, el mismo, insiste y presenta Que sea rock, que se estrena hoy con un interesante cartel de protagonistas: Los Piojos, Andrés Calamaro, Gustavo Cerati, Ratones Paranoicos, Intoxicados, Fito Páez, la Bersuit, Babasónicos, Attaque 77, Arbol, Gustavo Santaolalla, Las Pelotas, Catupecu Machu, Almafuerte, los inoxidables Charly García y León Gieco y una banda uruguaya pero local, La Vela Puerca, más un homenaje a Pappo.
La película está llegando hoy a los cines y ya aparecieron los comentaristas -¿críticos?- que se ocupan en mencionar a quienes no están, en lugar de detenerse en los que sí. No los nombran, pero se refieren a los Redonditos de Ricota. Tal vez también a Divididos. Y no parece justo el reclamo, porque está claro que los que sí están son suficientes como para que la película muestre -o vislumbre- por dónde viene el rock de la Argentina hoy. Y además no es menor que sí estén, por ejemplo, Los Piojos, que habitualmente no aceptan apariciones audiovisuales. Según confiaron allegados muy cercanos a la banda, ellos dijeron que sí, más allá de cualquier cuestión contractual o económica, porque advierten que un no circunstancial los habría dejado afuera de una historia escrita. Porque una película es eso: por ejemplo, en Buenos Aires Rock no está Soda Stereo por alguna razón, y eso, en términos de fotografía histórica, pasó a tener su peso…
Otros -entre ellos, el escriba del sitio web del emporio Radio 10 (o sea, La Mega), conducido por el inefable Daniel Hadad- reparan en el detalle de que hay un grupo no-argentino (La Vela Puerca) haciendo uso de un espacio que -dicen- bien podría haber sido ocupado por otra banda nacional. No vale la pena hacer mayores comentarios sobre un arranque nacionalista tan hueco. Cualquier buen escucha del rock local sabe que La Vela es de allá pero también de acá, y qué importan las fronteras en cuestiones de arte y de sensibilidad.
Lo que queda por ver es qué movió a Olivera para hacer ésta, su tercera película documental sobre el rock argentino. ¿Fue por negocio? Es posible, y no estaría mal que así hubiese sido: nadie invierte mucho dinero para no recuperarlo e incluso para ganar algo más de lo que puso. Todos los hacen, desde una compañía discográfica (o cinematográfica) multinacional a una banda independiente de rock que publica su disco poniendo peso sobre peso de sus ahorros. Lo que parece evidente es que Olivera también lo hizo para hacer historia. Sebastián Schindel, el director del film (Olivera es el productor), lo dice por ahí: “Mi mayor desafío es que esta película se convierta también en un documento, que dentro de diez años la vean y digan así era el rock en 2006…” Eso es bien interesante.
Schindel tiene una corta experiencia como cineasta: co-dirigió el corto “Cuba plástica” sobre el arte plástico en Cuba, recientemente estrenado, y “Rerum novarum”, de 2001, un documental sobre una banda musical de los años 30 que sostenían trabajadores de una algodonera, pero aceptó el reto que le propuso Olivera. Se rodeó de gente con buenos conocimientos: los periodistas Claudio Kleiman y Marcelo Fernández Bitar hicieron una tarea de asesoramiento.
No se debe ignorar que, aunque está retirado del rock, Daniel Ripoll -el mismo de Hasta que se ponga el sol– fue en buena parte el impulsor de la idea de que Olivera completara su tríptico sobre el rock, ya que hace dos años interesó al productor y director sobre la cuestión, y finalmente tuvo éxito.
Entonces… larga vida al cine que se interesa por el rock. Sobre todo cuando no intenta crear ficciones sin sustento -recordar Peperina y sobrevivir sin taquicardia, por favor- y pone su cámara para registrar lo que sucede en la vida real.
Bienvenida Que sea rock, y que sea el rock nomás.