La banda liderada por el cantante y guitarrista Maxi Prietto cerró la gira “Agua ardiente” ante cinco mil personas.
Prietto tiene la estrella del que agarra la guitarra y en cinco minutos te saca una canción de la galera. Una buena canción. No se enreda con palabras grandilocuentes (como “grandilocuente”), no se anda con solemnidades. No. Canta lo que ve, lo que piensa, y así, sin sonar pretensioso, dice un montón de cosas. Saca buenas canciones, en serio.
A decir verdad, no sabemos si a Maxi Prietto todo eso le sale así de fácil, pero así suenan sus canciones, directas, sencillas, profundas, alegres, oscuras, novedosas: honestas. Y, por ahí, sea eso lo que atrapó a un público aburrido de los mismos de siempre – que no saben retirarse -, y de los otros, los nuevos que imitan a los mismos de siempre.
Así, como quien no quiere la cosa, el sexteto completado por Santiago Moraes (guitarra y voz), Migue Mactas (guitarra), Pipe Correa (batería), Martín Fernández Batmalle (bajo) y Fer Barrey (percusión), un día gira por todo Latinoamérica; otro día saca “Agua ardiente” y estallan dos Teatros de Flores, recorren Argentina, se van para Europa, vuelven, se envalentonan y llegan al Malvinas. Lo llenan. Y miran para atrás y no entienden nada.
Con previa en los tambores del Ensamble Muraturé y Sewananke, los protagonistas subieron al escenario, por fin, cerca de las 22. De ahí en adelante, dos horas y cuarenta minutos de blues, funk, trance narcótico. El arranque con la ya clásica “Huracanes”, dio inició a un popurrí en el que, de Agua Ardiente (2017), no quedó afuera ni una. Mezcladitas con las más nuevas, “La crecida”, “La mina de huesos”, “Mares”, “Ruso Blanco” (del reciente EP Guayabo de Agua Ardiente), “El gato”, “Jesús rima con cruz” y “Perro viejo” irían completando un setlist cuasi bailable solo interrumpido por la oscura terna psicodélica “El palacio-Alto valle-Vamos a la luna”, que contaría con tres invitados de lujo: Walter Broide (Poseidótica, Audión, ex Los Natas), Tulio Simeoni (La Patrulla Espacial) y Tomás ‘el Boui’ Vilche (Los Bluyines).
Entonces, arremeterían con el tramo final. Primero, la festejadísima “Negro chico” y “Las sirenas. Entonces, amague y vuelta, para cerrar con “Noches de verano” y la crítica “La rueda que mueve al mundo”. El saludo final, una declaración de principios: “Estuvimos girando por todos lados, y todo el mundo nos preguntó ‘¿dónde está Santiago Maldonado?’ Ahora ya sabemos que pasó, el Estado es responsable”.
Pocas bandas locales con los escasos cuatro años de vida de Los Espíritus pueden darse el lujo de llenar un Malvinas. Y cuando decimos “pocas”, queremos decir: ninguna. Bueno, hasta ahora. Con sus apenas tres discos de estudio (y un EP), Los Espíritus han sabido llenar un vacío insoportable, un agujero que el rock local ha llenado una y otra vez con las mismas fórmulas obsoletas. Pero hoy, por fin, la necesaria y largamente anunciada nueva generación del rock nacional llega, con Los Espíritus, a la gran vidriera. Pero de verdad.
Fotos: Víctor Spinelli