El álbum debut de Somnia tiene una densidad y opresión poco comunes en nuestro rock. Macabre, de Catupecu, es uno de los productores.
En diez canciones este quinteto porteño desarrolla un tecno rock gótico y perturbado con medidas parejas de guitarra & samples. El cantante (Nicolás Núñez) escribe letras intimistas que recrean diálogos de pareja en crisis o monólogos de esos que exorcizan la angustia desequilibrada de los adolescentes. Parecería que el lugar en el que nacen estas composiciones es una realidad paralela donde las verdades y los engaños combaten y se fusionan para formar nuestros designios cotidianos.
Los primeros veinte segundos del track inaugural (“Primaveras en mi ser”) alcanzan para saber que se trata de una placa con un gran espesor sonoro (punto para Macabre de Catupecu y Mariano Bilinkis, productores). Después la letra infiere traumas familiares y cierta sensación de incomprensión. Le sigue el tema que bautiza al álbum, una canción dark con interesantes e irregulares arreglos de batería (a cargo de Manuel Sibona) sobre la claustrofobia de vivir encerrado frente a un televisor. En “Yo soy el mejor” el cantante resuelve bien al construir convincentemente la encarnación de un hombre obsesionado que persigue a su ex. “Demasiadas excusas”, “Nuestro mar” y “Casi vos” reproducen monólogos intimistas que quedarían bien en el story board de una película sobre un psicópata; las dos primeras exhiben resentimiento hacia una ex pareja, mientras la otra recorre los rincones de una mente perturbada por la falta de autoestima. En “Esto es” hay unos arreglos de cuerdas interesantes y una rítmica tribal que crean un ambiente cargado de cierta angustia. Durante “Tres” se vuelven siniestros y relajantes y en la letra parecerían aludir al sexo de a muchos. La clausura es una canción ágil y sosegada plausible de ser elegida como banda de sonido para el momento en el que (¡al fin!) el protagonista del disco asume la ruptura con su pasado sentimental.
A Somnia no se le puede negar cierta elegancia y una actitud indagadora que busca evitar lo más sencillo y fácil de asimilar. Los músicos tienen un dúctil manejo de la oscuridad, lo depresivo y lo martirizante y el trabajo del guitarrista (Sebastián Perossa) es particularmente elogiable. Las texturas electrónicas denotan un intenso esfuerzo de ensayo y estudio. Para unas letras particularmente oscuras y densas, es fundamental el trabajo interpretativo de Núñez, quién “actúa” convincentemente los textos: a veces susurra, otras modula y también canta a garganta abierta pero nunca queda mal parado.
Se trata de uno de esos discos que a los mayores de cuarenta les puede parecer peligroso para al equilibrio mental del adolescente de negro, pero para el joven darkie argentino bien podría ser un disco de autoayuda. Prendamos una vela para que el compositor del grupo se enamore o se encuentre un millón de euros en la calle: seguramente que canalizará su talento artístico hacia lugares menos opresivos… pero pensándolo bien, el rock argentino ya tiene mucha música para la reunión con amigos en el bar o la fiesta de quince.