El álbum debut de Ricardo Reches conjuga guitarra, bandoneón, bajo y violonchello para un ambiente acústico y tanguero.
Rúben Reches es un hombre de esos que tendrían que tener una tarjeta de presentación del doble de tamaño normal: poeta, compositor, cantante y traductor (de francés). Desde hace unos años, como los artesanos que enseñan el oficio a sus descendientes para mantener la estirpe, empezó a hacerse acompañar por su hijo Ricardo en guitarra durante algunas giras por Europa. Y, para terminar de darle el empujón, en 2005 llevó adelante la dirección artística y aportó la composición de la mitad del álbum debut de Ricardo, su heredero.
El resultado son doce canciones con un atractivo espíritu de arrabal obtenido a través de la elección de una guitarra, un bandoneón (Fabio Hager), un bajo (Bruno Raffo) y un violonchelo (Patricio Villanueva) para acompañar la madura voz del joven Reches. Se destaca la voluntad de escapar un poco a los límites de la canción ciudadana al matizar las melodías con pinceladas de chanson francesa (“El paraguas”, de George Brassens), bossa nova (“Indiecita dormida”) y jazz (“Monos en mi corazón”, que clausura el disco). Pero esos deslices no buscan renovar el género: quedan afuera de Llega el tren los instrumentos, filosofía o estéticas que no sean genuinamente del tango (como en la obra de Daniel Melingo, la Orquesta Típica Fernadez Fierro o los Ángela Tullida).
Todo el disco se desarrolla sobre un cálido ambiente acústico e intimista. Y gratamente no hay muchos espacios para la tristeza: la única cuota de nostalgia está en “Recuerdos”, cuya letra asegura que “hay veces que los besos que más queman / son los besos que no diste”. Parecería que Reches tuvo la voluntad de hacer un disco atemporal. Y lo logró.