Catupecu Machu dio un buen show, informal y a beneficio en el Teatro.
“¿Hacemos el circo?” preguntó Fernando antes de los bises. Catupecu Machu tocó el sábado 21 de diciembre en El Teatro. Fue un buen show, que comenzó 35 minutos más tarde de lo anunciado y que se duró más de dos horas (de 22.35 a 00.40). La entrada costaba $8 más un alimento que iría para el comedor Son Naciente.
El show empezó con los 4 músicos sobre el escenario, con Fernando Ruiz Díaz en voz, Gabriel Ruiz Díaz en guitarra, coros y solo de sintetizador, alguien que estuvo en el escenario pero que nadie nombró en teclados y Javier Herrlein en batería más la fuerza de siempre, esa fuerza que es tan difícil plasmar en el estudio. Al segundo tema cada uno estaba en su lugar: el bajista con el bajo y el guitarrista con la guitarra, y ese es el Catupecu que más me gusta. Entonces el show comenzó a alternarse entre este formato moderno y el formato tradicional. ¿Por qué Catupecu intenta un cambio en el formato? ¿Por qué agregan computadoras y teclados? Catupecu tuvo siempre un sonido filoso que taladraba los oídos, con baterías que tropezaban y amenazaban con caerse (como si pisaran sin el suelo) y encontrábamos entre esos chirridos, ruidos y acoples toda esa energía adolescente. En el 2002, para seguir taladrando los oídos ya acostumbrados, era necesario ir más allá, y la respuesta a ello es el nuevo formato.
En mitad del show que todos disfrutábamos, Catupecu se cansó del circo y empezó a improvisar (ya estamos a un paso de navidad y nuestros hermanos Gallagher quizás hayan tocado demasiado este año). A Fernando se le ocurrió tocar la polca del disco Dale con Herrlein en acordeón (quien lo había grabado en la versión del disco), pero se quedaban sin baterista, así que improvisaron uno con uno de los chicos del público. “no te quiero meter presión, pero si la tocás mal…”, amenazaba Gabriel desde el bajo y todos reíamos. Y desde entonces ya no hubo circo, jugábamos a que estábamos en la sala de ensayo y se hacían chistes, interrumpían los temas para hacer comentarios y para volver a arrancar con más fuerza, se devolvían llaves y cédulas y tarjetas de débito. Incluso hasta uno de los plomos, uno parecido a Moby, aprendió a tocar el bajo en el escenario y así Gabriel pudo moverse aún más libremente que hasta entonces. Jugar está bueno por un rato, pero cansa si se extiende demasiado, y esa es la única crítica que se le puede hacer a la banda y a su show. Tal vez el juego fue demasiado largo, y digo tal vez porque todos nos reíamos cuando Fernando sacaba el micrófono del pie y daba unos pasos adelante: seguramente se extendería varios minutos para contarnos algo. El rock riéndose de sí mismo.
Es la primera vez que veo a Catupecu con nuevo baterista (que en realidad es el primero que tuvo la banda) y creo que se bajó un escalón. Sólo eso, nada terrible ni definitivo, es apenas un escalón de una escalera que llega muy alto. No es fácil ocupar ese lugar. Lo que no se podría decirse es que Herrlein no tenga pasión o fuerza, o actitud; rompió al menos 8 palillos (nunca había visto a ningún baterista romper 2 palillos en 3 compases -¿significa que es capaz de agarrar rápido un nuevo palillo?- o que se quedara con el palillo roto en la mano justo al empezar un solo).
Catupecu tiene fuerza y punto. Incluso cuando Fernando canta en soledad y con su guitarra o cuando hacen los temas acústicos tienen mucha fuerza. ¿Matices? Los matices de la energía adolescente.
Para terminar, es muy loable hacer un recital para juntar alimentos, pero si se hace porque “me contó mi mamá que vio un chico con hambre” habría que plantearse de verdad algunas cosas. Esa cosas que tienen que ver con el circo y que no son un juego.