A lo largo de su corta carrera, Catupecu Machu ha hecho honores al significado de la palabra independiente. Que haya rechazado contratos con multinacionales no es una actitud nueva, pero sí que extendiera ese espíritu independiente a su música: “Dale!”, su álbum debut de fines de 1997, no se emparentó con ningún estilo en particular y dio forma a un energético rock & roll distorsionado in your face, sin virtuosismos, pero con buenas canciones. La reputación y la convocatoria de Catupecu crecieron gracias a shows constantes, en las que los niveles de adrenalina alcanzaron picos altísimos. Lejos de la corrección que enseña el Manual del Buen Grupo de Rock, el trío, en lugar de encarar un segundo trabajo en estudio, prefirió capturar el momento y grabar uno de sus tantos conciertos en Cemento. “A Morir!!!” (tal el latiguillo con el que pintaron la ciudad en sus comienzos) es una expresión literal: a diferencia de otros grupos, cuando Catupecu toca en vivo parece estar dando el último show de su vida. Precisamente, el haber registrado ese sentimiento es el mayor acierto de esta placa. “Todo pasa todo queda”, “Calavera deforme” y “El ritual” cobran una nueva dimensión, que las ubica por encima de las versiones en estudio. Sin necesidad de recurrir a gestos de demagogia -como que el público invada el escenario-, Catupecu logra que la gente sea protagonista del show. Con arengas destinadas a que la temperatura no baje, da rienda suelta a sus hits “La polca” y “Dale”, en los que el grito del cantante y guitarrista Fernando Ruiz Díaz (“A ochenta centímetros del piso!”) se transforma en realidad virtual. Hoy Catupecu es furia desatada con buenos temas y, por eso, el presente les sonríe. El futuro será más exigente.